sábado, 2 de julio de 2011

22. “SOY UN HIJO DE DIOS”


Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Rom. 8: 17.

La influencia de la gracia ha de suavizar el corazón, refinar y purificar los sentimientos, otorgando delicadeza y un sentido de decoro de origen celestial. Un cristiano no puede exaltarse a sí mismo, porque no es propio de la semejanza con Cristo. El Redentor del mundo, el sustituto y garantía del pecador, dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar (Mat. 11: 28).

Recordemos continuamente que el manso y humilde Jesús tuvo el espíritu y la ambición de un conquistador. Los vastos dominios sobre los cuales los potentados terrenales ejercen señorío no constituyen un escenario adecuado para el ejercicio de su gracia, la expresión de su amor y la manifestación de su gloria. Quien ama al Señor Jesucristo en verdad y con sinceridad, amará a aquellos por los cuales Cristo murió para salvarlos y aprovechará toda oportunidad de servir a Cristo en la persona de sus discípulos.

Debemos consideramos hijos e hijas de Dios, obreros juntamente con Jesucristo, que vivimos con un propósito noble. Somos representantes de Cristo en carácter y debemos servirle con afectos indivisos. No solamente revelaremos que amamos a Dios, sino que, en armonía con su carácter santo, viviremos vidas puras y perfectas. Debemos vivir la perfección puesto que al contemplar a Jesús vemos en El la encarnación de la perfección; y el gran Centro sobre el cual converge nuestra esperanza de vida y felicidad eterna nos conducirá a la unidad y a la armonía. . .

La vida que ahora vivimos debemos vivirla por la fe en Jesucristo. Si somos seguidores de Cristo nuestras vidas no consistirán en fragmentarias y superficiales acciones espasmódicas de acuerdo con las circunstancias y el ambiente; acciones intermitentes, que revelan que los sentimientos son el amo, indulgencia al dar rienda suelta a pequeñas irritaciones, una envidiosa búsqueda de faltas, celos y vanidad egoísta. Estas cosas nos colocan a todos en discrepancia con la armoniosa vida de Jesucristo, y no podremos llegar a ser vencedores si retenemos estos defectos. . .

Cuando se vea expuesto a las diversas circunstancias de la vida, y se hablen palabras que están calculadas para zaherir y lastimar el alma, dígase a sí mismo: "Soy un hijo de Dios, un heredero con Cristo, un colaborador de Dios. No debo tener, por lo tanto, una mente vulgar que se ofende fácilmente, no debo pensar siempre en mí, porque esto producirá un carácter falto de armonía. Es indigno de mi noble vocación. Mi Padre celestial me ha encomendado una obra, por lo tanto seré digno de su confianza"  (Carta 78, del 22 de enero de 1893, dirigida a E.J. Waggoner, un ministro destacado). 35


(Alza tus Ojos de E. G. de White)

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