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domingo, 3 de julio de 2011

56. “LA NORMA DE DIOS ES PERFECTA”


Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Efe. 4: 13.

La norma de carácter que Cristo hizo posible que alcancemos. . . es una norma perfecta. Al tratar de medirla los sentidos se confunden. Se plantea el interrogante: "¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?" (Job 11: 7).
 Con todo, el Señor hizo posible que lleguemos a ser como El es en carácter.
 ¡Oh, qué podría hacer para impresionar a los hombres y las mujeres
 acerca de su necesidad de la transformación que los capacitará 
para reflejar la imagen divina! 

Muchos que pretenden seguir a Cristo ofrecen al mundo una representación equivocada de lo que es el cristianismo porque no alcanzan la norma que los hace los elegidos de Dios. Quien fracasa en mantener constantemente delante de sí la norma de la santa Ley de Dios, crea una norma de su propia invención. Queda destituido de los principios vitales del Evangelio. Es un siervo inútil, porque vive y trabaja en un plano de acción inferior. La presencia de Cristo no lo sostiene, y sus manifestaciones de lo que es la vida espiritual se deforman. Su vida es una farsa. No representa la norma de vida elevada de Dios y no es idóneo para ser miembro de la familia real, hijo del Rey celestial. Espiritualmente está muerto porque no asimila en su propia vida la vida que Cristo ha provisto. No se aferra del poder que el Cielo pone a su alcance a fin de capacitarlo para ser un vencedor.

Nadie podrá llevar al cielo sus rasgos de carácter heredados o cultivados. Quien lleva consigo esos rasgos a través de su período de prueba, representa mal a Cristo al actuar de acuerdo con principios que Dios no puede aprobar. Los principios de la verdadera vida espiritual no son comprendidos por los que conocen la verdad pero fallan en practicarla.

El Señor demanda reformas señaladas y definidas. Aquellos en cuyos corazones habita Cristo revelarán su presencia en su trato con sus prójimos. Pero los principios de algunos han sido pervertidos por tanto tiempo que han perdido el discernimiento y las flechas de la convicción rara vez los alcanzan. ¿Cómo puede curarse esto? Solamente prestando atención a la oración de Cristo: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. . . para que también ellos sean santificados en la verdad" (Juan 17: 17-19). No hay un camino diferente por el cual pueda alcanzarse la santificación (Manuscrito 16, del 25 de febrero de 1901, "Testimonio a la iglesia de Battle Creek"). 69

(Alza tus Ojos de E. G. de White)

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