Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no le aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Heb. 4:2.
La vida es un legado sagrado... Cristo nos ha dado este tiempo presente para prepararnos para el hogar celestial.
La decisión que el Juez de todos tome en cada caso, estará exactamente de acuerdo con la vida que el instrumento humano haya vivido durante el tiempo de prueba que se le concedió.
Necesitamos comprender la necesidad de ejercer una fe que sea aceptable a Dios: la fe que obra por el amor y purifica el alma. Sin fe es imposible escuchar la Palabra en forma tal que sea de provecho, aun cuando se la presente de la manera más impresionante. . .
A menos que mezclemos la fe con el oír la Palabra, a menos que recibamos las verdades que escuchamos como un mensaje proveniente del Cielo para ser cuidadosamente estudiado, para ser ingerido por el alma y asimilado en la vida espiritual, perderemos las impresiones que hizo el Espíritu de Dios. No comprendemos por experiencia lo que significa hallar descanso por la aceptación de la divina seguridad de la Palabra.
No se puede exagerar la importancia del estudio de la Palabra. Sus promesas son grandes y llenas de riqueza. En ningún caso debiéramos dejar de asegurarnos el tesoro celestial Cristo es nuestra única seguridad. No podemos confiar en el razonamiento humano. El mundo está lleno de hombres y mujeres que abrazan teorías engañosas, es peligroso escucharlos. . .
La religión de Jesucristo obra una reforma en la vida y el carácter. El verdadero cristiano busca constantemente la gracia que cambia los rasgos objetables del carácter natural. En vez de hablar palabras cortantes y dictatoriales, habla las palabras de ánimo que Cristo hablaría si estuviera en su lugar. Muestra benevolencia hacia todos, y no solamente a los pocos que alaban y exaltan su sabiduría. La pureza y santidad que se revelaron en la vida de Cristo irradian de la vida del verdadero cristiano.
Los cristianos han de ser portadores de luz en el mundo, que brillen en medio de las tinieblas del pecado y el crimen. En el reino de este mundo deben enfrentar constantemente los principados y poderes que eligen a Satanás como su jefe. Son hijos de Dios los que reciben a Cristo y siguen su ejemplo al llevar la cruz y negarse a sí mismos. "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12). Ellos son los vencedores en la batalla de la vida, porque se han revestido del nuevo hombre "el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Col. 3:10).
(Manuscrito 30, del 2 de marzo de 1902, "La semejanza a Cristo en el trato comercial"). 74
(Alza tus Ojos de E. G. de White)
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