martes, 20 de diciembre de 2011

149. “HAGAN DEL HOGAR UN PEDAZO DE CIELO”


Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; 
si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Salmos 127:1

Nosotros, los que vivimos en las postrimerías del tiempo, tenemos el privilegio de estudiar el Antiguo Testamento en conexión con el Nuevo. Nuestra fe y valor debieran fortalecerse al ver cómo las profecías se cumplen. Pero ¡cuántos hay que son incrédulos! ¡Cuántos hay que revelan egoísmo y rudeza en su trato mutuo! ¡Cuántos cristianos profesos nunca parecen satisfechos a menos que estén empeñados en una contienda! ¡Cuántos hogares están quebrantados debido a que sus miembros reciben las sugerencias de Satanás y actúan de acuerdo con ellas!  

En el cielo no se hablan palabras desagradables. No se cultivan allí pensamientos hirientes. 
No hay lugar allí para la envidia, las malas sospechas, el odio y la contienda. Una perfecta armonía impregna las cortes celestiales.

Satanás sabe bien cómo es el cielo y cuál es la influencia de los ángeles. 
Su obra consiste en introducir en cada familia
 los crueles elementos de la obstinación, la rudeza y el egoísmo. 
De esta manera trata de destruir la felicidad de la familia. 
El sabe que el espíritu que gobierne el hogar 
será introducido en la iglesia.

Cuiden siempre el padre y la madre sus palabras y acciones. El esposo debe tratar a su esposa, 
la madre de sus hijos, con el debido respeto, y la esposa debe amar y reverenciar a su marido.
 ¿Cómo podría ella hacerlo si él la trata como a una sirvienta. en forma dictatorial, dándole órdenes, burlándose y encontrando faltas en ella delante de sus hijos? 
De esa manera la conduce a tenerle aversión y aun a odiarlo.
Quiera Dios ayudar a los padres y a las madres a abrir las ventanas del alma hacia el cielo y permitir que el brillo de la luz de Cristo se introduzca en la vida del hogar. A menos que lo hagan, se verán rodeados por una bruma y una neblina de las más dañinas para la espiritualidad.

Padres y madres, introduzcan dulzura, brillo y esperanza en la vida de sus hijos. La amabilidad y el amor obrará maravillas. Nunca castiguen a un hijo en forma airada. Al hacerlo actúan como niños crecidos que no han superado la irracionalidad de la niñez ¿Se esforzarán fervientemente para poder decir.  "Más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño"? (1 Cor. 13:11).

"Antes de corregir a sus hijos, asegúrense de conversar con su Padre celestial. Cuando sus corazones se hayan suavizado por la simpatía, conversen con el que cometió el error. Si el asunto puede solucionarse sin el uso de la vara, tanto mejor
(Manuscrito 71, del 29 de mayo de 1902, "Palabras a los padres"). 
(Alza tus Ojos de E. G. de White)

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