Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová. Jer. 9:23,24.
En. . . [nuestra] obra por el Maestro, el yo está oculto. El lenguaje del corazón es: El debe crecer y yo menguar. No existe tal cosa como la inactividad espiritual o la holgazanería. El amor al yo muere, el amor a Jesús arde en el altar del alma. No hay lugar para la ambición mundana, egoísta, común o baja, porque estamos viviendo en su presencia, haciendo su obra, y estamos en contacto con Jesucristo y su vida. Su carácter y su trabajo nos absorben completamente.
La vida llega a ser imperceptiblemente una con Cristo, como El lo fue con el Padre. La verdad, la luz y la vida, están entretejidas con la forma de vida y el carácter; y las aspiraciones son elevadas, puras, desinteresadas, conforme al orden del cielo. Los tales crecen diariamente en el conocimiento de Dios y de Jesucristo. Muestran eficiencia moral pero no se alaban a sí mismos...
Si alguna vez un pueblo necesitó percepción espiritual, vigor, una fe firme y poder en la oración, es el pueblo que asevera estar guardando los mandamientos de Dios y estar esperando que el Señor Jesucristo venga en las nubes del cielo con poder y gran gloria...
El amor por Cristo siempre se verá en los que son obreros juntamente con Dios. Los pensamientos
y motivos vulgares, terrenales, son descartados, a medida que el amor por el Redentor crece. Nadie,
no importa cuán débil sea en fe, esperanza y valor, necesita desesperarse, pues Cristo ha provisto ayuda divina en combinación con el esfuerzo humano.
El trabaja constantemente para atraer el alma a una atmósfera pura y santa. Conoce nuestras debilidades y las perplejidades que encontramos doquier en este mundo. Se nos brindará asistencia a cada paso que avancemos. Cuando el alma que lucha se esfuerza con ahínco es cercada por dolencias y rodeada de enemigos para desanimarla, el Consolador se acerca. El Espíritu Santo ayuda nuestras flaquezas.
Debemos, para vencer, usar los medios colocados a nuestro alcance. Debemos vestirnos del Señor Jesucristo por fe, con su justicia y no confiar en nuestros propios méritos. Muchos procuran estar presentes en la cena de bodas del Cordero con sus propias vestiduras corrientes, desechando el manto tejido en el telar del cielo preparado para todos a un precio infinito, como una dádiva gratuita para sus huéspedes que participarán de su cena. Hemos de usar el uniforme del cielo. Debemos estar ataviados con la justicia de Cristo e ir a la guerra a sus expensas y bajo su estandarte ensangrentado, o no somos de El. (Manuscrito 41, del 9 de octubre de 1890, "Diario: Labores en el Centro Adán").
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