Es necesario que él crezca,
pero que yo mengüe. Juan 3:30.
En cierta ocasión los
gobernantes judíos enviaron mensajeros a Juan el Bautista para inquirir:
"¿Tú, quién eres?"... El dijo: "Yo soy la voz de uno que clama
en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta
Isaías" (Juan 1:19,23)...
Nadie que haya escuchado
las palabras de Juan y haya notado la seriedad de su conducta, pudo dudar de
que se refería al Cristo prometido al mundo por tanto tiempo... Multitudes
aceptaban la predicación de Juan, y lo seguían de lugar en lugar. Muchos
abrigaron en sus corazones la esperanza de que él fuera el Mesías. Pero, a medida que veía que el pueblo se
volvía a él, procuraba dirigir sus mentes hacia el que venía...
Ahora, justamente antes de
la venida de Cristo en las nubes del cielo, ha de efectuarse una obra como la
que realizó Juan el Bautista. El Señor llama a hombres que preparen a un pueblo
que esté firme en el gran día del Señor.
El mensaje que precedió el ministerio público de Cristo fue:
"Arrepentíos, publicanos y pecadores; arrepentíos, fariseos y saduceos;
arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (véase Mateo 3:2). Como pueblo que cree en la pronta manifestación de Cristo, tenemos un
mensaje que dar: "Preparaos para ir al encuentro de vuestro
Dios". Nuestro mensaje debe ser tan
directo como lo fue el de Juan. Reprendió a reyes por su iniquidad. A pesar de que arriesgaba constantemente su vida, no vaciló en declarar
la Palabra de Dios;
y nuestra obra en estos tiempos debe realizarse con la
misma fidelidad.
A fin de dar un mensaje tal
como el que Jesús dio, debemos tener una experiencia espiritual como la suya.
La misma obra debe ser elaborada en nosotros.
Debemos contemplar a Dios, y al hacerlo, perderemos de vista el yo.
Juan tenía los defectos y
debilidades típicos de la humanidad, pero el toque del amor divino lo había
transformado. Cuando sus discípulos, después que hubo comenzado el ministerio
de Cristo, se quejaron de que todos los hombres estaban siguiendo a un nuevo
maestro, el Bautista demostró cuán claramente comprendía su relación con el
Mesías, y cuán gozosamente daba la bienvenida a quien había preparado el
camino. "Es necesario que él
crezca, pero que yo mengüe" (Juan 3:30). Viendo por fe al Redentor, Juan se había elevado a la altura de la
abnegación. No procuró atraer los
hombres a sí mismo, sino elevar sus pensamientos más y más alto, hasta que se
detuvieran sobre el Cordero de Dios...
Los que son fieles al
llamado de Dios como sus mensajeros no procuraran su propio honor. El amor al yo será absorbido por el amor a
Cristo. Reconocerán que es obra suya
proclamar, como lo hizo Juan el Bautista: "He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo". Ensalzarán a Jesús, y con El, la humanidad
será ensalzada.
(Manuscrito 113, del 21 de octubre de 1907, "No
juzguen").
Alza
tus Ojos (EGW) 307
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