El Padre y el Hijo emprendieron la grandiosa y admirable obra que habían proyectado: la creación del mundo. La tierra que salió de las manos del Creador era sumamente hermosa. Había montañas, colinas y llanuras, y entre medio había ríos, lagos y lagunas. La tierra no era una vasta llanura; la monotonía del paisaje estaba interrumpida por colinas y montañas, no altas y abruptas como las de ahora, sino de formas hermosas y regulares. No se veían las rocas escarpadas y desnudas, porque yacían bajo la superficie, como si fueran los huesos de la tierra. Las aguas se distribuían con regularidad. Las colinas, montañas y bellísimas llanuras estaban adornadas con plantas y flores, y altos y majestuosos árboles de toda clase, muchísimo más grandes y hermosos que los de ahora. El aire era puro y saludable, y la tierra parecía un noble palacio.
Los ángeles se regocijaban al contemplar las admirables y hermosas obras de Dios,
Después de crear la tierra y los animales que la habitaban, el Padre y el Hijo llevaron adelante su propósito, ya concebido antes de la caída de Satanás, de crear al hombre a su propia imagen. Habían actuado juntos en ocasión de la creación de la tierra y de todos los seres vivientes que había en ella. Entonces Dios dijo a su Hijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen". 21
Cuando Adán salió de las manos de su Creador era de noble talla y hermosamente simétrico. Era bien proporcionado y su estatura era un poco más del doble de la de los hombres que hoy habitan la tierra. Sus facciones eran perfectas y hermosas. Su tez no era blanca ni pálida, sino sonrosado, y resplandecía con el exquisito matiz de la salud. Eva no era tan alta como Adán. Su cabeza se alzaba algo más arriba de los hombros de él. También era de noble aspecto, perfecta en simetría y muy hermosa.
La inocente pareja no usaba vestiduras artificiales. Estaban revestidos de un velo de luz y esplendor como el de los ángeles. Este halo de luz los envolvió mientras vivieron en obediencia a Dios. Aunque todo cuanto el Señor había creado era perfecto y hermoso, y parecía que nada faltaba en la tierra creada por él para felicidad de Adán y Eva, les manifestó su gran amor al plantar un huerto especialmente para ellos. Parte del tiempo debían emplearlo en la placentera labor de cultivar ese huerto, y otra parte en recibir la visita de los ángeles, escuchar sus instrucciones y dedicarse a feliz meditación. Sus ocupaciones no eran fatigosas, sino agradables y vigorizantes. Ese hermoso huerto había de ser su hogar.
El Señor plantó árboles de todas clases en ese jardín, para brindar utilidad y dar belleza. Algunos de ellos estaban cargados de exuberantes frutos, de suave fragancia, hermosos a la vista y sabrosos al paladar, destinados por Dios para dar alimento a la santa pareja. Había hermosas vides que crecían erguidas, cargadas con el peso, de sus frutos, diferentes de todo cuanto el hombre haya visto desde la caída. Estos eran muy grandes y de diversos colores: 22 algunos casi negros, otros púrpura, rojo, rosa y verde claro. A los hermosos y exuberantes frutos que colgaban de los sarmientos de la vid se los llamó uvas. No se arrastraban por el suelo aunque no estaban sostenidas por soportes, pero los sarmientos se arqueaban bajo el peso del fruto. La grata tarea de Adán y Eva consistía en formar hermosas glorietas con los sarmientos de la vid y hacerse moradas con los bellos y vivientes árboles y el follaje de la naturaleza, cargados de fragantes frutos.
La tierra estaba revestida de hermoso verdor, mientras miríadas de fragantes flores de toda especie y todo matiz crecían a su alrededor en abundante profusión. Todo estaba dispuesto con buen gusto y magnificencia. En el centro del huerto se alzaba el árbol de la vida cuya gloria superaba a la de todos los demás. Sus frutos parecían manzanas de oro y plata, y servían para perpetuar la inmortalidad. Las hojas tenían propiedades medicinales.
Adán y Eva en el Edén
Adán y Eva estaban encantados con las bellezas de su hogar edénico. Se deleitaban con los pequeños cantores que los rodeaban revestidos de brillante y primoroso plumaje, que gorjeaban su melodía alegre y feliz. La santa pareja unía sus voces a las de ellos 23 en armoniosos cantos de amor, alabanza y adoración al Padre y a su Hijo amado, por las muestras de amor que la rodeaban. Reconocían el orden y la armonía de la creación que hablaban de un conocimiento y una sabiduría infinitos. Continuamente descubrían en su edénica morada alguna nueva belleza, alguna gloria adicional, que henchía sus corazones de un amor más profundo, y arrancaba de sus labios expresiones de gratitud y reverencia a su Creador. 24
(La Historia de la Redención de E.G.de White)
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