Y de su boca salía una espada de dos filos... (Apocalipsis 1:16).
La vida es lucha, batalla, combate. Su lid nos presenta adversarios muy reales y formidables. Necesitamos para ella una espada más poderosa que la que usó Alejandro en sus conquistas; más efectiva que el “excalibur” del rey Arturo de Inglaterra, o la legendaria espada de El Zorro, que muchos pretendimos poseer cuando niños, cuando con palo fino en mano y un poco de imaginación quijotesca vencíamos con caballeresco honor a todo contrincante imaginable.
Hay una espada que sí puede salir airosa del más terrible conflicto. ¿Cuál es esa espada? Es la espada de Cristo.
¿La espada de Cristo? Sí.
El último libro de la Biblia, en lenguaje simbólico presenta la persona de Cristo de esta forma, dice: “tenía en su diestra siete estrellas, y de su boca salía una espada de dos filos. Y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza...” (Apocalipsis 1:16).
La espada de Cristo está en su boca, no en su mano. La espada en mano de un poderoso sirve como apropiado símbolo de las conquistas humanas. Jesús en el jardín del Getsemaní reprendió a Pedro por valerse de una espada tal para defenderse. Esa espada depende a su vez de la habilidad, destreza y el poder del brazo que la esgrime. No así con la espada de Cristo.
Pero, ¿cuál es esta espada? Jesús se refirió a este poder cuando declaró: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (S. Juan 6:63). Y la Epístola a los Hebreos declara: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos; que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. La espada de Cristo es su palabra y esta palabra se encuentra a nuestro alcance; es la palabra de Dios, su Santa Biblia. El salmista declara: “Por la palabra de Dios fueron hechos los cielos. . . por el espíritu de su boca. . . porque él dijo, y fue hecho; el mandó, y existió” (Salmos 33:6, 9). Y el apóstol Santiago nos exhorta con estas palabras: “Él, de su voluntad nos ha engendrado por la palabra de verdad” (Santiago 1:18).
El mismo Jesús oró al Padre por ti y por mí: “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (S. Juan 17:17).
Esa palabra que trajo orden al universo entero, es la misma que puede traer propósito y orden al caos y al vacío de nuestro universo interior. ¿No te parece?
La voz.org
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