viernes, 17 de junio de 2011

66. “LA SEGUNDA MUERTE”


SATANÁS causaba la impresión de estar paralizado al contemplar la gloria y la majestad de Cristo. Quien fue una vez un querubín cubridor recordaba de dónde había caído. Era un serafín resplandeciente, "hijo de la mañana" ¡Cómo cambió! ¡Cuánto se degradó!

Se dio cuenta de que su rebelión voluntaria lo había inhabilitado para el cielo. Adiestró sus facultades para guerrear contra Dios; la pureza, la paz y la armonía del cielo serían para él supremas torturas. Sus acusaciones contra la misericordia y la justicia de Dios habían sido silenciadas. El vituperio que se esforzó por lanzar contra Jesús recayó plenamente sobre él. Y entonces se inclinó y reconoció que su sentencia era justa.

Quedó aclarada toda duda relativa a la verdad y error en el largo conflicto. La justicia de Dios el quedó plenamente vindicada. Ante todo el mundo se presentó claramente el gran sacrificio hecho por el Padre y el Hijo en favor del hombre. Llegó el momento cuando Cristo ocupó el lugar que le correspondía y se le glorificó por encima de los principados y las potestades, y sobre todo nombre que se nombra.

A pesar de que Satanás se había visto obligado a reconocer la justicia de Dios y a inclinarse ante la supremacía de Cristo, su carácter no cambió. El 448 espíritu de rebelión, como un torrente poderoso nuevamente explotó. Lleno de frenesí se decidió a no capitular en el gran conflicto. Había llegado el momento de lanzar un último y desesperado ataque contra el Rey del cielo. Se lanzó en medio de sus súbditos y trató de inspirarles con su propia furia e incitarlos a librar batalla inmediatamente. Pero de todos los incontables millones que indujo a rebelarse, nadie reconoció entonces su supremacía. Su poder había llegado a su fin. Los impíos estaban llenos del mismo odio a Dios que inspiró a Satanás; pero se dieron cuenta de que su caso era desesperado, que no podían prevalecer contra Jehová. Su ira se encendió contra el ángel caído y los que fueron sus instrumentos de engaño. Con furia demoníaca se volvieron contra ellos, y se produjo en ese momento una escena de conflicto universal.

  Fuego del cielo
Entonces se cumplieron las palabras del profeta: "Porque Jehová está airado contra todas las naciones, e indignado contra todo el ejército de ellas; las destruirá y las entregará al matadero" (Isa. 34: 2). "Sobre los malos hará llover calamidades; fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz de ellos" (Sal. 11: 6). Descendió fuego del cielo. La tierra se resquebrajó. Aparecieron las armas escondidas en sus profundidades. Llamas devoradoras irrumpieron de los abismos. Hasta las rocas ardieron. Había llegado el día "ardiente como un horno" (Mal. 4: 1). Los elementos se fundieron por el calor, y también se quemaron la tierra y las obras que había en ella.
(2 Ped. 3: 10.) El fuego de Tofet estaba preparado para el rey, el jefe de la rebelión; su pira era profunda y ancha, y "el soplo de Jehová, como 449 torrente de azufre, la enciende" (Isa. 30: 33). La superficie de la tierra parecía una masa fundida, un vasto e hirviente lago de fuego. Era el momento del juicio y la perdición de los hombres impíos, "es día de venganza de Jehová, año de retribuciones en el pleito de Sión" (Isa. 34: 8).

Los impíos recibieron su recompensa en la tierra. "Serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Mal. 4: 1). Algunos fueron destruidos en un momento, mientras que otros sufrieron muchos días. Todos fueron castigados según sus acciones. Los pecados de los justos fueron transferidos a Satanás, el originador del mal, quien debió sufrir su castigo.* Tuvo que sufrir entonces, no solamente por su propia rebelión, sino por todos los pecados que hizo cometer a los hijos de Dios. Su castigo, entonces, será mucho mayor que el de aquellos a quienes engañó. Después que perezcan todos los que cayeron por causa de sus engaños, deberá seguir viviendo y sufriendo. Las llamas purificadoras finalmente destruyeron a los impíos, raíz y ramas, Satanás la raíz, sus seguidores las ramas. La justicia de Dios fue satisfecha, y los santos y toda la hueste angélica dijeron en alta voz. "¡Amén!"

Mientras la tierra quedará envuelta por el fuego de la venganza de Dios, los justos morarán seguros en la Santa Ciudad. Para los que tuvieron parte en la primera resurrección, la segunda muerte no tendrá poder alguno. (Apoc. 20: 6.) Mientras Dios será para los impíos un fuego consumidor, para su pueblo será un sol y un escudo.
(Sal. 84: 11.) 450


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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