SET era un personaje respetable, y debía ocupar el lugar de Abel en lo que se refiere a la rectitud. Pero era tan hijo de Adán como el pecador Caín, y no había heredado de la naturaleza de éste más bondad natural de la que aquél había recibido. Nació en pecado, pero por la gracia de Dios, y al aceptar las fieles instrucciones de su padre Adán, honró a Dios pues hizo su voluntad. Se apartó de los descendientes corruptos de Caín y trabajó, como lo habría hecho Abel si hubiera vivido, para inducir a los pecadores a reverenciar y obedecer al Señor.
Enoc era santo. Sirvió a Dios con corazón indiviso. Se dio cuenta de la corrupción de la familia humana y se apartó de los descendientes de Caín a quienes reprendió por su gran maldad. Había en la tierra quienes reconocían al Señor, lo temían y lo adoraban. Pero el justo Enoc se sentía tan perturbado por la creciente maldad de los impíos, que no se relacionaba con ellos cada día, por temor de verse afectado por su infidelidad y que sus pensamientos no siempre se dirigieran a Dios con la santa reverencia que merecía su carácter excelso. Su alma se afligía pues todos los días veía cómo pisoteaban la autoridad divina. Decidió apartarse de ellos, y pasar la mayor parte del tiempo en soledad, que dedicaba a la meditación y la oración. Permanecía ante el 60 Señor y oraba para saber su voluntad más perfectamente, de manera que la pudiera cumplir. Dios se comunicaba con Enoc por medio de sus ángeles y le daba sus divinas instrucciones. Le hizo saber que no siempre contendería con el hombre en su rebelión, que su propósito era destruir la raza pecadora mediante las aguas de un diluvio que caería sobre la tierra.
El puro y hermoso jardín del Edén, de donde habían sido expulsados nuestros primeros padres, permaneció en la tierra hasta que Dios decidió destruirla por medio del diluvio. El Señor había plantado ese jardín y lo había bendecido de manera especial, y en su maravillosa providencia lo saco del mundo, y lo devolverá a éste más gloriosamente adornado que antes que fuera retirado. El Altísimo se propuso preservar una muestra de la perfección de la creación, libre de la imprecación mediante la cual maldijo la tierra.
El Señor desplegó más ampliamente ante Enoc el plan de salvación, y por medio del espíritu de profecía lo condujo a lo largo de las generaciones que vivirían después del diluvio, y le mostró los grandes acontecimientos relacionados con la segunda venida de Cristo y el fin del mundo.*
Enoc estaba preocupado por los muertos. Le parecía que los justos y los impíos irían juntos al polvo y que ése sería su final. No comprendía claramente el tema de la vida de los justos más allá de la tumba. En visión profética se le instruyó con respecto al Hijo de Dios, que habría de morir como sacrificio en favor del hombre, y se le mostró la venida de Cristo en las nubes de los cielos, acompañado por una hueste de ángeles, para dar vida a los justos muertos y rescatarlos de sus sepulturas. También vio la corrupción que prevalecería en el 61 mundo cuando Cristo apareciera por segunda vez, que habría una generación jactanciosa, presuntuosa y testaruda, en abierta rebelión contra la ley de Jehová, para negar al único Dios soberano y a nuestro Señor Jesucristo, pisotear su sangre y despreciar su expiación. Vio a los justos coronados de gloria y honor mientras se separaba a los impíos de la presencia del Señor para ser consumidos por el fuego.
Enoc repitió fielmente al pueblo todo lo que Dios le había revelado por medio del espíritu de profecía. Algunos creyeron sus palabras y se apartaron de su impiedad para temer y adorar al Altísimo.
La traslación de Enoc
Enoc crecía en espiritualidad a medida que se comunicaba con Dios. Su rostro irradiaba un fulgor santo que perduraba mientras instruía a los que escuchaban sus palabras llenas de sabiduría. Su apariencia digna y celestial llenaba de reverencia a la gente. El Señor amaba a Enoc porque éste lo seguía consecuentemente, aborrecía la iniquidad y buscaba con fervor el conocimiento celestial para cumplir a la perfección la voluntad divina. Anhelaba unirse aun más estrechamente a Dios, a quien temía, reverenciaba y adoraba. El Señor no podía permitir que Enoc muriera como los demás hombres; envió pues a sus ángeles para que se lo llevaran al cielo sin que experimentara la muerte. En presencia de los justos e impíos Enoc fue retirado de entre ellos. Los que lo amaban pensaron que Dios podía haberlo dejado en alguno de los lugares donde solía retirarse, pero después de buscarlo diligentemente, en vista de que no lo pudieron encontrar, informaron 62 que no estaba en ninguna parte, pues el Señor se lo había llevado.
Mediante la traslación de Enoc, descendiente del caído Adán, el Altísimo nos enseña una lección de suma importancia: que todos los que por fe confían en el Sacrificio prometido y obedecen fielmente sus mandamientos serán recompensados. Aquí se presentan nuevamente las dos clases que existirían hasta la segunda venida de Cristo: los justos y los malvados, los rebeldes y los leales. Dios recordará a los justos, los que lo temen. Los respetará, honrará y les dará la vida eterna por causa de su amado Hijo. Pero a los malvados, que pisotean su autoridad, los destruirá y los eliminará de la tierra, y serán como si nunca hubieran existido.
Puesto que Adán cayó de su estado de perfecta felicidad al de miseria y pecado, corría el peligro de que se desalentara y se preguntase: "¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos" (Mal. 3: 14), puesto que una pesada maldición descansa sobre la raza humana, y la muerte es la suerte de todos nosotros? Pero las instrucciones que Dios dio a Adán, y que fueron repetidas por Set y ejemplificadas por Enoc, eliminaron las tinieblas y la oscuridad, y dieron al hombre la esperanza de que así como por medio de Adán vino la muerte, por medio de Jesús, el Redentor prometido, vendrían la vida y la inmortalidad.
Mediante el caso de Enoc se enseñó a los descorazonados fieles que aunque estaban entre gente corrupta y pecadora, que vivía en abierta y osada rebelión contra Dios, su Creador, si obedecían y tenían fe en el Redentor prometido podrían vivir una vida justa como el fiel Enoc, serían aceptados por el Señor y finalmente llegarían al trono celestial. 63
Enoc, que se apartó del mundo y dedicó mucho tiempo a la oración y a la comunión con Dios, representa a los fieles de los últimos días, que se apartarán del mundo. La injusticia prevalecerá en proporción terrible sobre la tierra. Los hombres se entregarán a toda imaginación de sus corrompidos corazones para llevar a cabo su filosofía engañosa y su rebeldía contra la autoridad del cielo.
El pueblo de Dios se apartará de las costumbres injustas de los que los rodean y buscará la pureza de pensamiento y santa conformidad con la voluntad divina hasta que su excelsa imagen se refleje en él. Como Enoc, se estarán preparando para la traslación al cielo. Mientras se esfuerzan por instruir y amonestar al mundo, no se amoldarán al espíritu y las costumbres de los incrédulos, sino que los condenarán mediante su santa manera de vivir y su ejemplo piadoso. La traslación de Enoc poco antes de la destrucción del mundo por medio del diluvio representa la traslación de todos los justos que vivirán en la tierra antes de la destrucción de ésta por medio del fuego. Los santos serán glorificados en presencia de los que los odiaron por su leal obediencia a los justos mandamientos de Dios. 64
(La Historia de la Redención de E.G.de White)
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