viernes, 10 de junio de 2011

26. “EL MINISTERIO DE CRISTO”


CUANDO Satanás terminó sus tentaciones, se apartó de Jesús por un tiempo, y los ángeles le prepararon alimento en el desierto para fortalecerle, y la bendición de su Padre reposó sobre él. El enemigo había fracasado con sus más fieras tentaciones; pero esperaba el momento cuando Jesús se dedicara a su ministerio, en cuyo transcurso, en diferentes ocasiones puso a prueba su astucia contra él. Todavía esperaba prevalecer sobre él estimulando a los que no querían recibirlo para que lo aborrecieran y trataran de destruirlo.

El adversario celebró un concilio con sus ángeles. Estaban desilusionados y llenos de ira al ver que no habían logrado nada contra el Hijo de Dios. Decidieron que debían ser más astutos y usar su poder máximo para inspirar inseguridad en las mentes de sus compatriotas con respecto al hecho de que era el Salvador del mundo, para desanimar de ese modo a Jesús en el cumplimiento de su misión. No importaba cuán exigentes fueras, los judíos en el cumplimiento de sus ceremonias y sacrificios, sí se los podía mantener ciegos al mensaje de las profecías y si se lograba hacerlos creer que el Mesías debía aparecer como un poderoso rey mundano, se los podía inducir a despreciar y rechazar a Jesús.

Se me mostró que Satanás y sus ángeles estuvieron muy ocupados durante el ministerio de Cristo 209 induciendo a los hombres a manifestar incredulidad, odio y burla. A menudo cuando Jesús presentaba alguna verdad incontrovertible para reprobar sus pecados, la gente se llenaba de ira. El enemigo y sus demonios los instaban entonces a tomar la vida del Hijo de Dios. Más de una vez tomaron piedras para arrojárselas, pero los ángeles lo protegieron y lo apartaron de la airada multitud para ponerlo a salvo. En otra oportunidad, cuando la verdad pura brotó de sus santos labios, la multitud le echó mano y lo llevó al borde de un risco con la intención de despeñarlo. Surgió entonces una discusión entre ellos en cuanto a lo que debían hacer con él, y los ángeles una vez más lo ocultaran de la vista de la multitud, de modo que pudo pasar por en medio de ella y proseguir su camino.

Satanás todavía esperaba que el plan de salvación fracasara. Ejerció todo su poder para endurecer el corazón de la gente y amargar sus sentimientos en contra de Jesús. Esperaba que muy pocos lo recibieran como Hijo de Dios, al punto que él considerara que sus sufrimientos y su sacrificio eran demasiado grandes para beneficiar a un grupo tan pequeño. Pero vi que si solo hubiera habido dos que aceptaran a Jesús como Hijo de Dios y creyeran en él para la salvación de sus almas, habría llevado a cabo él plan.

Alivio para los que sufrían
Jesús comenzó su obra quebrantando el poder de Satanás sobre los que sufrían. Restauró la salud del enfermo, dio vista al ciego y sanó al tullido, induciéndolo a saltar de alegría y glorificar a Dios. Restauró la salud de los que habían estado enfermos por muchos años sometidos al cruel poder de Satanás. 210
Con palabras llenas de gracia consolaba al flaco, al tembloroso y al desanimado. A los débiles, acosados por el sufrimiento, y a quienes el enemigo retenía triunfante, Jesús los arrebató de su puño devolviéndoles la sanidad del cuerpo y dándoles gran alegría y felicidad. Resucitó a los muertos, y éstos glorificaron a Dios por el maravilloso despliegue de su poder. Hizo obras extraordinarias en favor d todos los que creían en él.

La vida de Cristo estuvo llena de palabras y actos saturados de benevolencia, simpatía y amor. Siempre estuvo atento para escuchar las quejas de los que acudían a él, y para darles alivio. Multitudes llevaban, en su propio cuerpo las evidencias de su poder divino. No obstante, después que las obras estuvieron realizadas, muchos se avergonzaron del humilde pero poderoso predicador. Puesto que los dirigentes no creían en él, el pueblo no estaba dispuesto a aceptar a Jesús. Fue varón de dolores, experimentado en quebranto. No podían soportar el ser gobernados por los principios manifestados en su vida sobria y abnegada. Deseaban gozar de los honores que confiere el mundo. Sin embargo, muchos siguieron al Hijo de Dios y escucharon sus enseñanzas, regocijándose con las palabras tan llenas de gracia que surgían de sus labios. Esas palabras, sumamente significativas, eran tan claras que hasta el más simple las podía entender.

Oposición ineficaz
Satanás y sus ángeles cegaron los ojos y oscurecieron el entendimiento de los judíos, e impulsaron a la gente más importante y a los dirigentes para que tomaran la vida del Salvador. Otros fueron enviados para prender a Jesús, pero cuando se acercaron 211 adonde él estaba fueron dominados por un gran asombro. Lo vieron lleno de simpatía y compasión al verificar las desgracias del género humano. Lo escucharon dirigir palabras de ánimo, con amor y ternura, al débil y al afligido. También lo oyeron reprender con voz autoritaria el poder de Satanás y liberar a sus cautivos. Escucharon las expresiones llenas de sabiduría que procedían de sus labios, y se sintieron cautivados; no pudieron ponerle las manos encima. Regresaron sin Jesús ante los sacerdotes y ancianos.

Cuando se les preguntó: "¿Por qué no le habéis traído?" relataron lo que habían visto de sus milagros, de las santas palabras llenas de sabiduría, amor y entendimiento que habían escuchado, y terminaron diciendo: "Nunca habló hombre alguno como este hombre". Los principales sacerdotes los acusaron de estar engañados, y algunos de los dignatarios se avergonzaron de que no lo hubieran prendido. Los sacerdotes preguntaron burlonamente si alguno de los dirigentes había creído en él. Vi que muchos de los magistrados y ancianos creían en Jesús, pero Satanás impedía que lo reconocieran; temían más el reproche de la gente que a Dios.

Hasta entonces la astucia y el odio de Satanás no habían logrado desbaratar el plan de salvación. Se acercaba el momento cuando debía cumplirse el propósito por el cual Jesús había venido a este mundo. El enemigo y sus ángeles se consultaron y decidieron inspirar a la propia nación a la cual pertenecía Cristo para que reclamara ansiosamente su sangre y acumulara sobre él crueldad y escarnio. Esperaban que Jesús no soportara semejante tratamiento y no conservara su humildad y su mansedumbre. 212
Mientras Satanás trazaba sus planes, Jesús revelaba cuidadosamente a sus discípulos los sufrimientos por los cuales tendría que pasar, cómo sería crucificado y cómo se levantaría de nuevo al tercer día. Pero el entendimiento de ellos estaba embotado y no podían entender lo que quería decirles.

La transfiguración
La fe de los discípulos se fortaleció muchísimo en ocasión de la transfiguración, cuando se les permitió contemplar la gloria de Cristo y escuchar la voz del cielo que daba testimonio de su carácter divino. Dios decidió dar a los seguidores de Jesús una prueba contundente de que era el Mesías prometido, para que cuando vinieran el amargo pesar y la desilusión de la crucifixión no perdieran por completo su confianza. En el momento de la transfiguración el Señor envió a Moisés y a Elías para que hablaran con Jesús con respecto a sus sufrimientos y su muerte. En lugar de elegir a los ángeles para que conversaran con su Hijo, Dios envió a los que habían pasado por las vicisitudes de la tierra.

Elías había andado con Dios. Su obra había sido penosa y difícil, porque el Señor había reprendido los pecados de Israel por su intermedio. Era un profeta de Dios; no obstante, se vio obligado a huir de lugar en lugar para salvar su vida. Sus propios connacionales lo perseguían como si fuera una bestia feroz, para destruirlo. Pero Dios trasladó a Elías. Los ángeles lo llevaron en gloria y en triunfo hasta el cielo.

Moisés fue más grande que todo otro hombre que haya vivido antes que él. Fue grandemente honrado por Dios, y tuvo el privilegio de hablar con el Señor cara a cara, como alguien cuando habla con 213 su amigo. Se le permitió ver la luz resplandeciente y la excelente gloria que rodean al Padre. El Señor libró por medio de Moisés a los hijos de Israel de la esclavitud egipcia. Fue intermediario entre Dios y su pueblo, y a menudo se interpuso a la ira de Dios. Cuando el enojo del Señor se encendió grandemente contra Israel por su incredulidad, sus murmuraciones y sus graves pecados, el amor de Moisés por ellos fue sometido a prueba. Dios le propuso destruirlos y hacer de él una poderosa nación. Moisés manifestó su amor por Israel al suplicar fervorosamente en su favor. En su angustia oró a Dios para que desviara su fiero enojo y perdonara a Israel, o eliminara su nombre de su libro.

Moisés pasó por la muerte, pero Miguel descendió y le dio vida antes que su cuerpo viera corrupción. Satanás trató de retener ese cuerpo, pretendiendo que le pertenecía; pero Miguel lo resucitó y lo llevó al cielo. El enemigo se quejó amargamente contra Dios, acusándolo de injusto al permitir que le fuera arrebatada su presa; pero Cristo no reprendió a su adversario, a pesar de que el siervo de Dios había caído como resultado de sus tentaciones. Mansamente remitió el caso a su Padre: "El Señor te reprenda" (Judas 9).

Jesús dijo a sus discípulos que había entre ellos algunos que no pasarían por la muerte hasta que vieran que el reino de Dios descendía con poder. Esta promesa se cumplió en ocasión de la transfiguración.

El rostro de Jesús estaba transformado y resplandecía como el sol. Su túnica era blanca y fulguraba. Moisés estaba allí para representar a los que serían levantados de entre los muertos en ocasión de la aparición de Jesús. Y Elías, que fue trasladado sin pasar por la muerte, representaba a los que serán transformados en inmortales cuando 214 Cristo venga por segunda vez y sean trasladados al cielo sin pasar por la muerte. Los discípulos contemplaron con asombro y temor la excelsa majestad de Jesús y la nube que los envolvió, y escucharon la voz de Dios que con majestad terrible exclamó: "Este es mi Hijo amado: Oídle". 215


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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