Y ser hallado de él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte. Fil. 3:9,10.
El capítulo 21 de Mateo, que presenta el viaje de Cristo a Jerusalén en el que hizo su entrada triunfal, es un capítulo importante que debemos estudiar y comprender. Necesitamos la advertencia que encierra la lección de la higuera pretenciosa que no tenía fruto. Ella representa a quienes profesan seguir a Dios, cuyos nombres están en los libros de la Iglesia, pero que no producen fruto para la gloria de Dios en sus vidas. Mi corazón anhela ver coronado y en su trono al Hombre que fue despreciado y rechazado...
Mediante la obra del Espíritu Santo Dios realiza un cambio moral en las vidas de los que componen su pueblo, transformándolos a la semejanza de Cristo. Entonces, cuando el sonido de la trompeta final llegue a los oídos de los que duermen en Cristo, saldrán a nueva vida, revestidos con el ropaje de salvación. Entrarán por las puertas de la ciudad de Dios y recibirán la bienvenida a la felicidad y el gozo de su Señor. Quiera Dios que todos podamos comprender y tener en cuenta los goces que esperan a los que mantienen sus ojos sobre el modelo, Cristo Jesús, y buscan en esta vida formar un carácter semejante al suyo.
La Palabra de Dios contiene nuestra póliza de seguro de vida. Comer la carne y beber la sangre del hijo de Dios significa estudiar la Palabra e introducirla en la vida obedeciendo todos sus preceptos. Los que participan así del Hijo de Dios llegan a ser partícipes de la naturaleza divina, uno con Cristo. Respiran una atmósfera santa, la única en la cual el alma verdaderamente puede vivir. Tienen en sus vidas la certidumbre que emana de los principios santos recibidos de la Palabra; obra en ellos el poder del Espíritu Santo y eso les proporciona la garantía de la inmortalidad que les pertenecerá por medio de la muerte y resurrección de Cristo. Si el cuerpo mortal decae, los principios de su fe los sostienen, porque son partícipes de la naturaleza divina. Debido a que Cristo fue levantado de los muertos, se aferran a la promesa de su resurrección, y la vida eterna será su recompensa.
Esta verdad es una verdad eterna porque Cristo mismo la enseñó.
Se comprometió a resucitar a los justos muertos
porque dio su vida por la vida del mundo.
"Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre,
asimismo el que me come, él también vivirá por mí" (Juan 6:57).
"Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre" (Juan 6:35).
(Carta 82, del 5 de marzo de 1907, dirigida a O. A. Olsen,
presidente de la Unión Australasiana). 77
(Alza tus Ojos de E. G. de White)
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