Y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis, y os hacéis como
niños, no entraréis en el reino de los cielos. Mat. 18:3.
Lean la instrucción que proporciona el capítulo 18 de Mateo. No hay nada más positivo que esto en todos los oráculos de Dios; y sin embargo, El es deshonrado y su causa perjudicada porque se cometen los errores señalados en este capítulo. Estas palabras son para ustedes, para mí y para todos los que pretenden ser discípulos del manso y humilde Jesús. El nos muestra los principios sobre los cuales debemos actuar en todos los casos y bajo todas las circunstancias. No debe haber lucha por la supremacía. Cristo enseña que en su reino espiritual no es la posición ni el esplendor exterior o la autoridad lo que constituye la grandeza, sino la excelencia espiritual manifestada en la verdadera conversión.
Siempre debemos aprender de Cristo. El nos invita: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y [en vuestra propia experiencia, en la medida en que participéis de mi Espíritu y principios] hallaréis descanso para vuestras almas" (Mat. 11:28,29).
El yugo de Cristo es un yugo de sumisión y obediencia. En nuestra vida diaria, delante de nuestros hermanos y del mundo, debemos ser intérpretes vivientes de las Escrituras, honrando a Cristo mediante la revelación de su mansedumbre y su humildad de corazón. Las enseñanzas de Cristo deben ser para nosotros como las hojas del árbol de la vida. Cuando comamos y digiramos el Pan de vida revelaremos un carácter simétrico. Al ser unidos, al estimar a los otros como mejores que nosotros mismos, daremos al mundo un testimonio viviente del poder de la verdad.
No necesitamos temer el no ser estimados debidamente, a menos que trabajemos para estar en el primer lugar. Si los hombres tuvieran concepciones más elevadas y más grandes de Cristo, si tuvieran mayor confianza en El y menos confianza en sí mismos, sus caracteres serían plasmados y modelados de acuerdo con la semejanza divina. Cuando el yo se oculta en Cristo, el Salvador aparece como Alguien enteramente amable y el señalado entre diez mil.
Cuando los hombres se someten completamente a Dios, comiendo el Pan de vida y bebiendo el Agua de salvación, crecen en Cristo. Sus caracteres se forman de lo que la mente come y bebe. Mediante la Palabra de vida, que reciben y obedecen, llegan a ser partícipes de la naturaleza divina. Entonces todo su servicio refleja la similitud divina, y Cristo, no el hombre, es exaltado.
(Carta 63, del 2 de mayo de 1900, dirigida a una familia que vivía en Massachusetts, Estados Unidos). 135 (Alza tus Ojos de E. G. de White)
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