Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Mar. 11:24.
Muchos
aseveran que desean ser salvos, que desean ser hijos e hijas de Dios, pero se
quejarán de Dios en la forma más patética, porque no sienten de la manera en la
que creen que deben sentir. Dicen: "Sé que tengo mucho que agradecer. El
Señor me ha bendecido muchas veces; pero no puedo sentir como quisiera. No me
atrevo a aplicar a mí mismo las promesas y decir que soy hijo de Dios. Pienso
que bendice a otros. Pienso que los recibirá; pero no a mí. No puedo creer que El
perdone mis pecados". Esto puede definirse claramente como incredulidad y
es pecado ante Dios, pues los tales deshonran al Señor y limitan al Santo de
Israel. Cristo es su Salvador. Será hallado por todos los que lo busquen con
todo el corazón.
Las bondadosas promesas son otorgadas a su iglesia y, si usted ha dado los pasos indispensables en la conversión, si ha confesado a Cristo abiertamente, es parte del cuerpo de Cristo, una parte de su gran todo.
La ansiedad, las dudas y
la desconfianza, demuestran que usted no cree en El y que no se apropia de sus
promesas. Por consiguiente carece de consuelo, esperanza y ánimo en el Señor,
que es su privilegio y obligación tener cada hora del día y cada día de la
semana. ¿Ama usted a Jesús? ¿Anhela su paz? Entonces crea en El, y los deseos
de su alma serán satisfechos. . .
Si usted abriga en el alma su incredulidad y sus dudas, y acude a otros con sus quejas, no tiene excusa pues no hay modo de justificación teniendo en cuenta las palabras que Cristo le dirige. Están henchidas de alivio, llenas de esperanza y seguridad para siempre. Si desecha sus palabras y abandona las frescas nieves del Líbano para buscar refrigerio en los recursos humanos, no tendrá paz ni consuelo, porque rechaza la ayuda que Dios le ofrece.
El Señor declara que las puertas del infierno no prevalecerán contra su iglesia. Cada miembro sincero de la iglesia puede incluirse en estas promesas y decir: "Soy del Señor. En su fortaleza soy invencible".
Por lo tanto, no asuma una actitud lastimosa ni represente mal a nuestro Señor, comportándose como si El lo hubiera insultado haciéndole promesas que no cumple, como si estuviera viviendo en un momento difícil y fuera abandonado completamente para luchar solo contra los poderes de las tinieblas.
El asevera: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros" (Juan 14:18). . .
¿Cree
personalmente en estas palabras? ¿O considera que son cuentos infundados? ¿Se
aferra a ellas por fe, y las acepta y se regocija en ellas? Eso es comer la
carne y beber la sangre del Hijo de Dios. (Manuscrito 42, del 25 de octubre de
1890, "Diario"). Alza tus Ojos (EGW) 311