jueves, 9 de junio de 2011

17. “LAS PEREGRINACIONES DEL PUEBLO DE ISRAEL”


LOS HIJOS de Israel peregrinaron por el desierto durante tres días y no pudieron encontrar agua suficientemente buena para beber. Padecían sed, y "el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios enviaré a ti, porque yo soy Jehová tu sanador".

Parecía que los hijos de Israel tenían el corazón inclinado a la incredulidad. No estaban dispuestos a soportar dificultades en el desierto. Cuando se encontraban con problemas en el camino, los consideraban imposibilidades. Su confianza en Dios flaqueaba, y sólo podían ver la muerte ante sí. "Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos, pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud". 131

No habían sufrido, en verdad, los tormentos del hambre. Por el momento tenían alimentos, pero temían por el futuro. No veían cómo podía subsistir la hueste de Israel, durante su larga travesía por el desierto, con los sencillos alimentos de que disponía, y en su incredulidad suponían que sus hijos perecerían de hambre. El Señor quería que sus alimentos escasearan y que enfrentaran dificultades, para que sus corazones se volvieran al que los había ayudado hasta ese momento, y para que creyeran en él. Estaba dispuesto a ser para ellos una ayuda constante. Si lo invocaban en su necesidad, él les daría señales de su amor y de su continuo cuidado.

Pero parecía que no estaban dispuestos a confiar en el Señor ni un poco más si no podían ver con sus ojos las constantes evidencias de su poder. Si verdaderamente hubieran tenido fe y una firme confianza en Dios, habrían soportado alegremente los inconvenientes y obstáculos, y aun el verdadero sufrimiento, puesto que el Señor había obrado de una manera tan maravillosa para librarlos de la esclavitud. Además, el Altísimo les prometió que si obedecían sus mandatos ninguna enfermedad les sobrevendría, pues les había dicho: "Yo soy Jehová tu sanador".

Después de esta definida promesa de Dios era en verdad una incredulidad culpable de parte de ellos anunciar que sus hijos perecerían de hambre. Habían sufrido muchísimo en Egipto por causa del exceso de trabajo. Sus hijos habían sido asesinados, y en respuesta a sus oraciones y a su angustia el Señor los había liberado misericordiosamente. Les prometió ser su Dios, aceptarlos como su pueblo y conducirlos a una tierra amplia y buena.

Pero estaban listos para desfallecer ante cada dificultad que debían soportar en su camino a esa 132 tierra. Habían sufrido mucho mientras servían a los egipcios, pero no podían soportar el sufrimiento mientras servían a Dios. Estaban dispuestos a abandonarse a sombrías dudas y a sumergirse en el desánimo cada vez que se los probaba. Murmuraron contra Moisés, el consagrado siervo de Dios, lo responsabilizaron de todas sus pruebas, y expresaron el malvado deseo de haberse quedado en Egipto, donde podían sentarse junto a las ollas de carne y comer pan hasta hartarse.

Una lección para nuestros días
La incredulidad que evidenciaban las murmuraciones de los hijos de Israel ilustran la condición del pueblo de Dios que vive ahora sobre la tierra. Muchos repasan su historia, y se maravillan de su incredulidad y sus continuas murmuraciones, después que el Señor hizo tanto por ellos, y les dio tantas evidencias de su amor y su cuidado. Creen que ellos no hubieran sido desagradecidos. Pero algunos de los que piensan así murmuran y se quejan ante cosas de muy poca importancia. No se conocen a sí mismos. Dios frecuentemente prueba su fe en cosas pequeñas; y no las soportan mejor que los antiguos israelitas.

Muchos ven que son suplidas sus necesidades del momento, pero no confían en el Señor para el futuro. Manifiestan incredulidad y se entregan al abatimiento y el desánimo ante posibles necesidades. Algunos se preocupan constantemente por el temor de pasar necesidades y que sus hijos tengan que sufrir. Cuando surgen dificultades o se ven en aprietos -cuando se somete a prueba su amor y su fe en Dios- evitan la prueba y se quejan del procedimiento empleado por Dios para purificarlos. Se 133 verifica que su amor no es puro ni perfecto; no es capaz de soportar todas las cosas.

La fe de los hijos del Dios del cielo debería ser fuerte, activa y perseverante: la certeza de lo que se espera. En ese caso se expresarán de este modo: "Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre", porque ha obrado generosamente conmigo.

Algunos consideran que la abnegación es un verdadero sufrimiento. Se complace el apetito pervertido. Y el dominio de las apetencias malsanas incluso a muchos profesos cristianos a retroceder, como si la inanición fuese la consecuencia directa de un régimen alimentarlo sencillo. Y como los hijos de Israel prefieren la esclavitud, la enfermedad y hasta la muerte, antes que verse privados de las ollas de carne. Pan y agua es todo lo que se promete al remanente en el tiempo de angustia.

El maná
"Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? Porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer. Esto es lo que Jehová ha mandado: Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer; un gomer por cabeza, conforme al número de vuestras personas, tomaréis cada uno para los que están en su tienda.
"Y los hijos de Israel lo hicieron así; y recogieron unos más, otros menos; y lo medían por gomer, y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco; cada uno recogió conforme a lo que había de comer. Y les dijo Moisés: Ninguno deje 134 nada de ello para mañana. Mas ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para otro día, y crió gusanos, y hedió; y se enojó contra ellos Moisés. Y lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía.

"En el sexto día recogieron doble porción de comida, dos gomeres para cada uno, y todos los príncipes de la congregación vinieron y se lo hicieron saber a Moisés. Y él les dijo: Esto es lo que ha dicho Jehová: Mañana es el santo día de reposo, el reposo consagrado a Jehová; lo que habéis de cocer, cocedlo hoy, y lo que habéis de cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobrare, guardadlo para mañana. Y ellos lo guardaron hasta la mañana, según lo que Moisés había mandado, y no se agusanó, ni hedió. Y dijo Moisés: Comedlo hoy, porque hoy es día de reposo para Jehová; hoy no hallaréis en el campo. Seis días lo recogeréis; mas el séptimo día es día de reposo; en él no se hallará".

El Señor no es ahora menos exigente con respecto al sábado que cuando dio las precedentes indicaciones a los hijos de Israel. Les dijo que en el sexto día cocieran lo que tenían que cocer, y que cocinaran, es decir, hirvieran lo que tenían que hervir, a fin de prepararse para descansar el sábado.

Dios manifestó su gran cuidado y su amor por su pueblo al enviarles pan del cielo. "Pan de nobles [ángeles] comió el hombre"(Sal. 78: 25), o sea, alimento provisto por los ángeles. El triple milagro del maná -doble cantidad en el sexto día, nada en el séptimo y su conservación durante el sábado, cuando se descomponía en los otros días- fue hecho para impresionarlos con respecto a la santidad del sábado. 135
Después de recibir alimentos en abundancia, se avergonzaron de su incredulidad y sus murmuraciones, y prometieron confiar en Dios en el futuro, pero pronto olvidaron su promesa y fracasaron en la primera prueba de su fe.

El agua de la roca
Viajaron por el desierto de Sin, y acamparon en Refidim, y no había agua para que la gente bebiera. "Y alternó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué alternáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moisés a Jehová diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán.

"Y Jehová dijo a Moisés: Pasa adelante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara con que golpeaste el río, y ve. He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Oreb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel. Y llamó el nombre de aquel lugar Masah y Meriba, por la rencilla de los hijos de Israel, y porque tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?".

Dios guió a los hijos de Israel para que acamparan en ese lugar, donde no había agua, para probarlos, para ver si lo buscarían en su apuro, o murmurarían como lo habían hecho anteriormente. En vista de lo que Dios había hecho por ellos mediante su maravillosa liberación, deberían haber 136 creído en él en medio de su preocupación. Deberían haber comprendido que no los dejaría perecer de sed, puesto que les había prometido aceptarlos como su pueblo. Pero en vez de suplicar al Señor con humildad para que satisficiera sus necesidades, murmuraron contra Moisés, y le pidieron agua.

Dios constantemente había manifestado su poder de una manera maravillosa ante ellos, para que comprendieran que todos los beneficios que habían recibido provenían de él, que podía otorgárselos o quitárselos de acuerdo con su voluntad. A veces lo entendían en forma plena, y se humillaban profundamente delante del Señor; pero cuando tenían sed o hambre le echaban toda la culpa a Moisés, como si hubieran salido de Egipto para darle el gusto a él. Moisés se sentía afligido por causa de sus crueles murmuraciones. Preguntó al Señor qué podía hacer ya que la gente estaba a punto de apedrearle. El Altísimo le mandó que golpeara la roca con la vara de Dios. La nube de su gloria reposó directamente delante de la roca. "Hendió las peñas en el desierto, y les dio a beber como de grandes abismos, pues sacó de la peña corrientes, e hizo descender aguas como ríos"(Sal. 78: 15, 16).

Moisés golpeó la roca, pero Cristo estuvo junto a él e hizo fluir agua de la peña. El pueblo tentó al Señor en su sed, y dijo: "Si nos ha traído hasta aquí, ¿por qué no nos da agua, así como nos dio pan?" Este "si" puso de manifiesto su culpable incredulidad, e indujo a Moisés a temer que Dios los castigara por causa de sus impías murmuraciones. Dios probó la fe de sus hijos, pero éstos no soportaron la prueba. Murmuraron por el alimento y por el agua, y acusaron a Moisés. Por su incredulidad, el Señor permitió que sus enemigos los atacaran, para manifestar a su pueblo de dónde procedía su fortaleza. 137

Librados de Amalec
"Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal. a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano. E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Ur subieron a la cumbre del collado. Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Ur sostenían sus manos, uno de un lado y el otro del otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol".

Moisés extendió sus manos hacia el cielo, con la vara de Dios en su mano derecha, para suplicar la ayuda de Dios. Entonces Israel prevaleció y rechazó a sus enemigos. Cuando Moisés bajaba las manos, era evidente que Israel pronto perdía todo lo que había ganado, y comenzaba a ser vencido por sus enemigos. Moisés nuevamente levantaba las manos hacia el cielo, e Israel prevalecía, y el enemigo era rechazado.
Ese acto de Moisés, de levantar las manos hacia Dios, debía enseñar a Israel que mientras pusieran su confianza en Dios y se aferraran a su fortaleza y exaltaran su trono, él pelearía por ellos y subyugaría a sus enemigos. Pero cuando dejaran de aferrarse de su fortaleza y confiaran en su propia fuerza, serían incluso más débiles que sus enemigos que no conocían a Dios, y éstos prevalecerían sobre ellos. Entonces "Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada.

"Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la 138 memoria de Amalec de debajo del cielo. Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi; y dijo: Por cuanto la mano de Amalec se levantó de generación en generación". Si los hijos de Israel no hubieran murmurado contra el Señor, él no habría permitido que sus enemigos hicieran guerra contra ellos.

La visita de Jetro
Antes de salir de Egipto Moisés había enviado a su esposa y a sus hijos a casa de su suegro. Y después que Jetro oyó hablar de la maravillosa liberación de los israelitas de Egipto, visitó a Moisés en el desierto, y le llevó su esposa y sus hijos. "Y Moisés salió a recibir a su suegro, y se inclinó, y lo besó; y se preguntaron el uno al otro, cómo estaban, y vinieron a la tienda, y Moisés contó a su suegro todas las cosas que Jehová había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Jehová.

"Y se alegró Jetro de todo el bien que Jehová había hecho a Israel, al haberlo librado de mano de los egipcios. Y Jetro dijo: Bendito sea Jehová, que os libró de manos de los egipcios y de la mano de Faraón, y que libró al pueblo de la mano de los egipcios. Ahora conozco que Jehová es más grande que todos los dioses; porque en lo que se ensoberbecieron prevaleció contra ellos. Y tomó Jetro, suegro de Moisés, holocaustos y sacrificios para Dios; y vino [vinieron] Aarón y todos los ancianos de Israel para comer con el suegro de Moisés delante de Dios".

Gracias a su perspicacia Jetro pronto se dio cuenta que las cargas que recaían sobre Moisés eran 139 demasiado grandes, puesto que la gente le traía todos sus problemas, y él los instruía con respecto a los estatutos y a la ley de Dios. Dijo a Moisés: "Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar.

"Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo. Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo; el asunto difícil lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo asunto pequeño. Y despidió Moisés a su suegro, y éste se fue a su tierra".

Moisés no estaba fuera del alcance de las instrucciones de su suegro. Dios lo había exaltado mucho y había obrado maravillas por medio de su mano. Sin embargo no adujo que Dios lo había escogido para instruir a otros, que había realizado maravillas por su intermedio, y que por lo tanto no necesitaba que nadie lo instruyera. Escuchó de buen grado las sugerencias de su suegro, y adoptó su plan puesto que era sabio. 140


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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