viernes, 10 de junio de 2011

30. “LA RESURRECCIÓN DE CRISTO”


LOS DISCÍPULOS reposaron el sábado, apenados por la muerte de su Señor, en tanto Jesús, el Rey de gloria, permanecía en la tumba. Mientras la noche transcurría, había soldados que montaban guardia junto al lugar de descanso del Salvador, y al mismo tiempo los ángeles, invisibles, se reunían en ese sagrado lugar. La noche seguía lentamente su curso, y mientras aún estaba oscuro los ángeles guardianes se dieron cuenta de que casi había llegado el momento de la liberación del amado Hijo de Dios, su querido Comandante. Mientras aguardaban con profunda emoción la hora de su triunfo, un poderoso ángel vino volando velozmente desde el cielo. Su rostro era como el relámpago y sus vestiduras blancas como la nieve. Su luz disipó las tinieblas a su paso, e hizo que los ángeles malos, que con voz de triunfo habían reclamado el cuerpo de Jesús, huyeran aterrorizados ante el resplandor de su gloria. Uno de los ángeles que habían sido testigos de las escenas de la humillación de Cristo, y que habían montado guardia junto a su lugar de descanso, se unió al ángel del cielo y juntos descendieron al sepulcro. La tierra tembló cuando ellos se acercaron, y se produjo un gran terremoto.

El terror se apoderó de la guardia romana. ¿Dónde estaba su poder para conservar el cuerpo de Jesús? No pensaron ni en su deber ni en la posibilidad 239 de que los discípulos se lo llevaran. Cuando la luz de los ángeles resplandeció alrededor de ellos, con un brillo mayor que el del sol, la guardia romana cayó al suelo como muerta. Uno de los ángeles retiró la gran piedra que cubría la puerta del sepulcro y se sentó sobre ella. El otro entró en la tumba y desató los vendajes que cubrían la cabeza de Jesús.

"Tu Padre te llama"
Entonces el ángel del cielo, con una voz que hizo temblar la tierra exclamó: "¡Tú, Hijo de Dios, tu Padre te llama! ¡Sal fuera!" La muerte ya no podía ejercer más dominio sobre él. Jesús se levantó de entre los muertos triunfante y vencedor. La hueste angélica contempló la escena con solemne reverencia. Y cuando el Señor salió del sepulcro, los ángeles resplandecientes se postraron en tierra y lo adoraron y lo alabaron con himnos de victoria y de triunfo.

Los ángeles de Satanás se habían visto obligados a huir en presencia de la luz resplandeciente y penetrante de los ángeles celestiales, y amargamente se quejaron a su rey de que su presa les había sido violentamente arrebatada, y que Aquel a quien tanto odiaban se había levantado de entre los muertos. Satanás y su hueste se habían regocijado de que su poder sobre el hombre caído había logrado que el Señor de la vida yaciera en la tumba, pero su triunfo infernal fue de breve duración. Porque cuando Jesús salió de su cárcel como majestuoso vencedor, Satanás sabía que en poco tiempo más tendría que morir, y que su reino pasaría a Aquel a quien le correspondía. Se lamentó con ira porque a pesar de todos sus esfuerzos el Señor no había sido vencido, sino que había abierto un camino de salvación para 240 el hombre, de manera que todo aquel que quisiera podía avanzar por él y salvarse.

Los ángeles malos y su comandante se reunieron en concilio para considerar de qué manera podían seguir trabajando contra el gobierno de Dios. Satanás ordenó a sus servidores que se pusieran en contacto con los principales sacerdotes y ancianos. Les dijo: "Tuvimos éxito al engañarlos, cegando sus ojos y endureciendo sus corazones contra Jesús. Les hicimos creer que era un impostor. La guardia romana va a llevar la odiosa noticia de que Cristo ha resucitado. Conseguimos que los sacerdotes y los ancianos aborrecieran a Jesús y le dieran muerte. Hagámosles entender ahora que si se llega a saber que Jesús resucitó serán apedreados por el pueblo por haber enviado a la muerte a un hombre inocente".

El informe de la guardia romana
Cuando la hueste de ángeles celestiales se apartó del sepulcro y se disiparon la luz y la gloria, los guardias romanos se atrevieron a levantar la cabeza y a mirar a su alrededor. Se llenaron de asombro cuando vieron que la gran piedra había sido retirada de la puerta del sepulcro y que el cuerpo de Jesús no estaba más allí. Se apresuraron a ir a la ciudad para dar a conocer a los sacerdotes y ancianos lo que habían visto. Cuando esos asesinos escucharon el maravilloso informe, sus rostros palidecieron. El horror se apoderó de ellos cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho. Si el informe era correcto, estaban perdidos. Por unos momentos se sentaron en silencio contemplándose los unos a los otros sin saber qué hacer ni qué decir. Aceptar el informe 241 equivalía a condenarse a sí mismos. Salieron para consultarse en cuanto a lo que se debería hacer. Se dijeron que si el informe traído por la guardia comenzaba a circular entre la gente, los que dieron muerte a Cristo serían condenados como sus asesinos.

Decidieron pagar a los soldados para que guardaran el secreto. Los sacerdotes y ancianos les ofrecieron una gran suma de dinero diciéndoles: "Decid vosotros: sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos" (Mat. 28: 13). Y cuando los miembros de la guardia les preguntaron qué iba a pasar con ellos por quedarse dormidos en sus puestos, los dirigentes judíos les prometieron persuadir al gobernador y asegurar de ese modo su tranquilidad. Por causa del dinero la guardia romana decidió vender su honra y estuvo de acuerdo en seguir el consejo de los sacerdotes y ancianos.

Los primeros frutos de la redención
Cuando Cristo pendía de la cruz y exclamó: "¡Consumado es!" las rocas se partieron, la tierra tembló y algunas tumbas se abrieron. Al levantarse como triunfador sobre la muerte y el sepulcro, mientras la tierra se sacudía y la gloria del cielo resplandecía en torno del lugar sagrado, muchos de los justos muertos, obedientes a su llamamiento, salieron como testigos de que había resucitado. Esos santos favorecidos y resucitados surgieron glorificados de la tumba. Eran escogidos y santos de todas las edades, desde la creación hasta los días de Cristo. De manera que mientras los dirigentes judíos trataban de ocultar el hecho de que Jesús había 242 resucitado, Dios decidió hacer salir a un grupo de personas de sus tumbas para que dieran testimonio de que Jesús había resucitado y para que declararan su gloria.

Estos seres resucitados eran de diferente estatura y forma, algunos de mas noble aspecto que otros. Se me informó que los habitantes de la tierra se habían degenerado, y que habían perdido su fortaleza y su gracia. Satanás tiene poder sobre la enfermedad y la muerte, y en todas las edades los efectos de la maldición han sido cada vez más visibles, y el poder de Satanás más plenamente evidente. Los que vivieron en los días de Noé y de Abrahán se parecían a los ángeles por su forma, su apariencia y su fortaleza. Pero cada generación sucesiva ha sido más y más débil, y más sometida a la enfermedad, y su vida ha sido de más corta duración. Satanás ha ido aprendiendo cómo perturbar y debilitar a la especie.

Los que salieron de sus tumbas después de la resurrección de Jesús se aparecieron a muchos diciéndoles que se había completado el sacrificio en favor del hombre, que Jesús, a quien los judíos habían crucificado, había resucitado de entre los muertos, y como prueba de sus palabras declararon: "Nosotros resucitamos con él". Dieron testimonio en el sentido de que por el poder de Jesús habían sido llamados a salir de la tumba. A pesar de los informes mentirosos que comenzaron a circular, la resurrección de Cristo no pudo ser escondida por Satanás, sus ángeles o los principales sacerdotes. Porque este grupo santo surgido de la tumba diseminó las maravillosas y gozosas noticias. El mismos Jesús se manifestó también a sus apenados y quebrantados discípulos, para disipar sus temores e infundirles gozo y alegría. 243

Las mujeres en el sepulcro.
Muy temprano en la mañana del primer día de la semana, antes que amaneciera, las santas mujeres acudieron a la tumba con especies aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús. Descubrieron que la pesada piedra había sido retirada de la puerta del sepulcro, y que el cuerpo de Jesús no estaba allí. Sus corazones se conmovieron y temieron que sus enemigos hubieran retirado el cuerpo. Repentinamente vieron a dos ángeles recubiertos de blanco atuendo, con sus rostros resplandecientes. Estos seres celestiales comprendieron el motivo de la presencia de las mujeres e inmediatamente les dijeron que Jesús no estaba allí; había resucitado, pero podían contemplar el lugar donde había sido puesto. Les indicaron que dijeran a sus discípulos que él se había adelantado para encontrarse con ellos en Galilea. Con temor y gran alegría las mujeres se apresuraron a encontrarse con los apesadumbrados discípulos y les dijeron lo que habían visto y oído.

Estos no podían creer que Cristo hubiera resucitado, pero se apresuraron a ir al sepulcro con las mujeres que hablan traído ese informe. Descubrieron que Jesús no estaba allí, vieron los lienzos, pero no creyeron las buenas noticias de que hubiera resucitado de entre los muertos. Regresaron maravillados por lo que habían visto, y por el informe que les habían dado las mujeres.

Pero María decidió quedarse cerca del sepulcro, meditando en lo que había visto y preocupada por el pensamiento de que podría haber sido engañada. Presentía que le aguardaban nuevas pruebas. Sus penas renacieron y explotó en amargo llanto. Se aproximó para ver una vez mas el sepulcro, y vio a 244 dos ángeles vestidos de blanco. Uno estaba sentado donde había reposado la cabeza de Jesús, y el otro donde habían estado sus pies. Le hablaron tiernamente y le preguntan por qué lloraba. Ella replicó: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto" (Juan 20: 13).

"No me toques"
Al apartarse del sepulcro vio a Jesús de pie cerca de allí, pero no lo conoció. Le habló con ternura, preguntándole por qué estaba triste y a quién buscaba. Supuso que era el jardinero, y le rogó que si se había llevado su Señor, le dijera dónde lo había puesto, para que ella se lo pudiera llevar. Jesús le habló con su voz celestial le dijo: "¡María!" Ella conocía muy bien los matices de esa voz amada, y le respondió con prontitud: "¡Maestro!" e impulsada por su gozo estuvo a punto de abrazarlo; pero Jesús le dijo: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Juan 20: 17). Gozosamente se apresuró a llevar las buenas nuevas a los discípulos. Jesús rápidamente ascendió a su Padre para oír de sus labios que había aceptado su sacrificio y para recibir toda potestad en los cielos y en la tierra.

Uná nube de ángeles rodeó al Hijo de Dios y ordenó a las puertas eternas que se abrieran para que pudiera entrar el rey de gloria. Vi que mientras Jesús estaba con esa resplandeciente hueste celestial en presencia de Dios y rodeado por su gloria, no se olvidó de sus discípulos en la tierra sino que recibió potestad de su Padre para regresar y darles poder. Ese mismo día regresó y se manifestó a sus 245 discípulos. Les permitió que lo tocaran porque había ascendido a su Padre y había recibido poder.

Tomás y sus dudas
Tomás no estuvo presente e esa ocasión. No quiso recibir con humildad el informe de los discípulos, sino que insistió con firmeza y confianza propia que no creería a menos que pusiera sus dedos en las señas de los clavos en sus manos y en su costado, donde había penetrado ese lanzazo cruel. De este modo manifestó falta de confianza en sus hermanos. Si todos pretendieran que se les diera esta misma evidencia, nadie recibiría ahora a Jesús ni creería en su resurrección. Pero era la voluntad de Dios que los que no pudieron ver ni oír por sí mismos al Salvador resucitado, recibieran el informe de los discípulos.
La incredulidad de Tomás no fue del agrado de Dios. Cuando Jesús se encontró de nuevo con los discípulos, Tomás estaba con ellos; y cuando vio a Jesús, creyó. Pero había afirmado que no se sentiría satisfecho si en la evidencia no participaba otro sentido además de la vista, y Jesús le dio lo que deseaba. Tomás exclamó: "¡Mi Señor y mi Dios!" pero Jesús lo reprendió por su incredulidad y le dijo: "Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron" (Juan 20: 28, 29).

El desconcierto del asesino de Cristo
Cuando las noticias se diseminaron de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, los judíos a su vez temieron por sus vidas y ocultaron el odio que sentían por los discípulos. Su única esperanza 246 consistía en esparcir su informe mentiroso. Y los que querían que esa mentira fuera verdad, lo aceptaron. Pilato tembló cuando oyó decir que Cristo había resucitado. No podía albergar dudas acerca del testimonio que se había dado, y desde ese momento la paz lo abandonó para siempre. Por causa del honor mundanal, por temor de perder su autoridad y su vida, había entregado a Jesús a la muerte. Ahora se convenció plenamente de que era culpable no sólo de la sangre de un hombre inocente, sino de la del Hijo de Dios. La vida de Pilato fue miserable hasta el mismo fin. La desesperación y la angustia desmenuzaron cada sentimiento de esperanza y de alegría. No quiso ser consolado y murió una muerte miserable.

Cuarenta días con sus discípulos
Jesús permaneció con sus discípulos cuarenta días provocándoles gozo y alegría de corazón al abrirles más plenamente las realidades del reino de Dios. Los comisionó para que dieran testimonio de las cosas que habían visto y oído concernientes a sus sufrimientos, su muerte y su resurrección, que había hecho un sacrificio por causa del pecado, y que todos los que quisieran podían acudir a él y encontrar vida. Con fiel ternura les dijo que serían perseguidos y pasarían por pruebas, pero que encontrarían alivio al recordar su experiencia y las palabras que él les había dicho. Les dijo que él había vencido las tentaciones de Satanás y logrado la victoria por medio de pruebas y sufrimientos. El enemigo no tendría más poder sobre él, por lo que lanzaría sus tentaciones más directas sobre ellos y sobre los que creyeran en su nombre. Pero podrían vencer como él había vencido. Jesús dotó a sus 247 discípulos de poder para obrar milagros, y les dijo que aunque fueran perseguidos por los hombres impíos, de vez en cuando les enviaría sus ángeles para que los libraran; nadie les quitaría la vida hasta que su misión no estuviera terminada; entonces se les podría requerir que sellaran con su sangre el testimonio que habían dado.

Sus ansiosos seguidores escuchaban con alegría sus enseñanzas, disfrutando de cada palabra que surgía de sus santos labios. Ahora sabían ciertamente que era el Salvador del mundo. Sus palabras penetraron profundamente en su corazón, y comenzaron a apesadumbrarse de que pronto tendrían que separarse de su Maestro celestial para no oír más las palabras consoladoras y llenas de gracia que procedían de sus labios. Pero una vez más sus corazones se llenaron de amor y de suprema alegría, cuándo Jesús les dijo que iría a preparar mansiones para ellos y vendría otra vez para recibirlos con el fin de qué estuvieran para siempre con él. También les prometió enviarles el Consolador, el Espíritu Santo, para que los guiara a toda verdad. "Y alzando sus manos, los bendijo" (Luc. 24: 50). 248


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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