lunes, 13 de junio de 2011

44. “LA GRAN APOSTASÍA”


CUANDO Jesús reveló a sus discípulos el destino de Jerusalén y las escenas relativas a su segundo advenimiento, predijo también la experiencia de su pueblo desde el momento cuando se separaría de ellos hasta su regreso con poder y gloria para librarlos. Desde el monte de los Olivos el Salvador contempló la tormenta que estaba por caer sobre la iglesia apostólica y, al penetrar más profundamente en el futuro, su ojo distinguió la fiera y devastadora tempestad que azotaría a sus seguidores en las edades venideras de oscuridad y persecución. En pocas y breves palabras de terrible significado, predijo la porción que los gobernantes de este mundo asignarían a la iglesia de Dios. Los seguidores de Cristo debían transitar la misma senda de humillación, reproche y sufrimiento que había recorrido su Maestro. La enemistad que se había manifestado hacia el Redentor del mundo se manifestaría también contra todos los que creyeran en su nombre.

La historia de la iglesia primitiva da testimonio del cumplimiento de las palabras del Salvador. Los poderes de la tierra y el infierno se coligaron contra Cristo en la persona de sus seguidores. El paganismo previó que si el Evangelio triunfaba, sus templos y altares serían barridos; por lo tanto, reunió sus fuerzas para destruir a la cristiandad. Se encendieron los fuegos de la persecución. Se expropiaron 337 las posesiones de los cristianos y se los arrojó de sus hogares. "Soportaron gran lucha y aflicción". "Experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles" (Heb. 11: 36). Muchos de ellos sellaron su testimonio con su sangre. Los nobles y los esclavos, los ricos y los pobres, los eruditos y los ignorantes fueron igualmente asesinados sin misericordia.

Vanos fueron los esfuerzos de Satanás para destruir a la iglesia de Cristo por medio de la violencia. El gran conflicto en cuyo transcurso los discípulos de Jesús rindieron sus vidas no cesó porque estos fieles portaestandartes cayeron en sus puestos. Triunfaron por medio de la derrota. Los obreros de Dios fueron asesinados, pero su obra siguió firmemente adelante. El Evangelio se siguió esparciendo, y el número de sus adherentes creció. Llegó a regiones inaccesibles: hasta las águilas de Roma. Un cristiano, que discutía con los gobernantes paganos que fomentaban la persecución, dijo lo siguiente: "Podéis matarnos, torturarnos, condenarnos... Vuestra injusticia es la prueba de que somos inocentes... Vuestra crueldad... no os servirá de nada". Era una poderosa invitación más para atraer a otros a su fe. "Mientras más a menudo nos aplastáis, más rápidamente crece nuestro número; la sangre de los cristianos es una semilla".
Miles fueron encarcelados y asesinados; pero otros surgieron para ocupar sus lugares. Y los que sufrieron el martirio por su fe quedaron seguros con Cristo, y él los considera vencedores. Pelearon la buena batalla, y recibirán la corona de gloria cuando Cristo venga. Los sufrimientos que soportaron acercaron a los cristianos los unos a los otros y a su Redentor. El ejemplo de los vivos y el testimonio de los muertos era un constante apoyo de la verdad; y 338 donde menos se lo esperaba los súbditos de Satanás abandonaban su servicio y se alistaban bajo la bandera de Cristo.

Se transige con el paganismo
Satanás por lo tanto trazó planes para tener más éxito contra el gobierno de Dios clavando su estandarte en el seno de la iglesia cristiana. Si los seguidores de Cristo podían ser engañados e inducidos a desagradar a Dios, su fortaleza y su firmeza fallarían, y serían una fácil presa para él.
El gran adversario trató entonces de obtener por medio de la astucia lo que no había logrado por medio de la fuerza. La persecución cesó, y su lugar lo ocuparon las peligrosas tentaciones de la prosperidad temporal y los honores mundanos. Se indujo a los idólatras a aceptar parte de la fe cristiana mientras rechazaban otras verdades esenciales. Profesaban aceptar a Jesús como Hijo de Dios y crecer en su muerte y su resurrección; pero no estaban convencidos de pecado y no sentían necesidad de arrepentirse ni de cambiar su corazón. Con algunas concesiones de su parte propusieron que los cristianos también las hicieran para que todos se pudieran unir sobre la plataforma de la fe en Cristo.

La iglesia, entonces, se encontró en un terrible peligro. Las prisiones, la tortura, el fuego y la espada eran bendiciones en comparación de esto. Algunos cristianos se mantuvieron firmes y declararon que no podían transigir. Otros razonaron que si cedían o modificaban algunas de las características de su fe, y se unían con los que habían aceptado parcialmente el cristianismo, por ese medio se podría lograr su plena conversión. Fue un período de profunda angustia para los fieles seguidores de Cristo. Bajo el 339 manto de un pretendido cristianismo Satanás mismo se estaba insinuando en la iglesia para corromper su fe y apartar las mentes de la palabra de verdad.

Por fin la mayor parte de los cristianos rebajaron sus normas, y se estableció una unión entre el cristianismo y el paganismo. Aunque los adoradores de ídolos profesaron estar convertidos y unidos con la iglesia, seguían aferrados a su idolatría; sólo mudaron el objeto de su adoración a imágenes de Jesús e incluso de María y los santos. La inmunda levadura de la idolatría, introducida de este modo en la iglesia, continuó su obra funesta. Doctrinas sin fundamento, ritos supersticiosos y ceremonias idolátricas se incorporaron a su fe y su culto. A medida que los seguidores de Cristo se unían con los idólatras, la religión, cristiana se corrompió y la iglesia perdió su pureza y su poder. Hubo algunos, sin embargo, que no fueron desviados por esos engaños. Conservaron su fidelidad al Autor de la verdad y sólo adoraban a Dios.

Siempre ha habido dos clases entre los que profesan ser seguidores de Cristo. Mientras una clase estudia la vida del Salvador y trata fervorosamente de corregir sus defectos y conformarse al Modelo, otra descarta las verdades claras y prácticas que exponen sus errores. Aún en su mejor condición la iglesia no ha estado plenamente formada por los leales, puros y sinceros. Nuestro Salvador enseñó que los que se entregan voluntariamente al pecado no deben ser recibidos en la iglesia; no obstante, él relacionó consigo mismo a hombres de carácter defectuoso y les concedió los mismos beneficios de sus enseñanzas y su ejemplo, para que tuvieran la oportunidad de ver sus errores y corregirlos. 340

Pero no hay comunión entre el Príncipe de la luz y el príncipe de las tinieblas, y no la puede haber entre sus seguidores. Cuando los cristianos consintieron en unirse con los paganos semiconvertidos, se introdujeron en una senda que los apartaría más y más de la verdad. Satanás gozaba al ver que había tenido éxito en engañar a un tan gran número de seguidores de Cristo. Entonces logró que su poder se manifestara más plenamente sobre ellos, y los inspiró a perseguir a los que permanecían fieles a Dios. Nadie podía saber mejor cómo oponerse a la verdadera fe cristiana que los que habían sido sus defensores; y esos cristianos apóstatas, unidos con compañeros semipaganos, se dedicaron a atacar los aspectos más esenciales de la doctrina de Cristo.

Se necesitaba una lucha desesperada por parte de los que querían ser fieles para mantenerse firmes contra los engaños y abominaciones cubiertos de ropaje sacerdotal que se introdujeron en la iglesia. No se aceptó la Biblia como norma de fe. La doctrina de la libertad religiosa fue calificada de herejía, y sus sostenedores aborrecidos y proscriptos.

Retirada de los fieles
Después de un largo y severo conflicto los pocos fíeles decidieron separarse completamente de la iglesia apóstata si ésta continuaba rehusando apartarse de la falsedad y la idolatría. Se dieron cuenta de que la separación era una necesidad imprescindible si querían obedecer la Palabra de Dios. No se atrevieron a tolerar errores fatales para sus propias almas y dar un ejemplo que podría poner en peligro la fe de sus hijos y la de los hijos de ellos. Para asegurar la paz y la unidad estaban dispuestos a hacer cualquier concesión que estuviera de acuerdo 341 con la fidelidad a Dios; pero creían que ni siquiera la paz debiera ser conseguida al precio tan exorbitante del sacrificio de los principios. Si la unidad sólo se podía obtener mediante el abandono de la verdad y la justicia, entonces decidieron que hubiera diferencia, e incluso guerra. ¡Cuán bueno sería para la iglesia y el mundo si los principios que inspiran a estas almas fieles revivieran en los corazones de los profesos hijos de Dios!

El apóstol Pablo declara que "todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, sufrirán persecución" (2 Tim. 3: 12). ¿Por qué, entonces, parece que la persecución estuviera sumida en una somnolencia tan grande? La única razón de ello es que la iglesia se ha conformado a las normas del mundo, y por lo tanto no suscita oposición. La religión corriente en nuestros días no participa de la naturaleza pura y santa que caracterizaba la fe cristiana en los días de Cristo y sus apóstoles. Sólo por causa de la actitud de transigencia con el pecado, porque las grandes verdades de la Palabra de Dios se consideran con tanta indiferencia, porque hay tan poca piedad vital en la iglesia, el cristianismo es aparentemente tan popular en el mundo. Si hubiera un reavivamiento de la fe y el poder de la iglesia primitiva, el espíritu de persecución se reavivaría y sus fuegos volverían a encenderse. 342


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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