lunes, 13 de junio de 2011

42. “LOS AÑOS DE MINISTERIO DE PABLO”


PABLO era un obrero incansable. Viajaba constantemente de lugar en lugar, a veces por regiones inhóspitas, otras por mar, en medio de tormentas y tempestades. No permitía que nada le impidiera llevar a cabo su obra. Era el siervo de Dios y debía cumplir su voluntad. De viva voz y por medio de sus cartas comunicó un mensaje que desde entonces ha ayudado y fortalecido a la iglesia del Señor. Para nosotros, los que vivimos al final de la historia de la tierra, el mensaje que dio nos habla claramente de los peligros que amenazarían a la iglesia, y de las falsas doctrinas que el pueblo de Dios tendría que enfrentar.

Pablo fue de país en país y de ciudad en ciudad predicando a Cristo y fundando iglesias. Donde podía encontrar oyentes, trabajaba para contrarrestar el error y dirigir por la senda recta las pisadas de hombres y mujeres. A los que por sus labores, en cualquier lugar, aceptaban a Cristo, los organizaba en iglesias. No importaba cuán poco numerosos fueran, lo hacía. Y Pablo no olvidó las iglesias que había fundado así. Por pequeñas que fueran, eran objeto de su cuidado y su interés.

La vocación de Pablo requería de él servicios de diversas clases: trabajaba con las manos para ganarse la vida, fundaba iglesias y escribía cartas a las iglesias ya establecidas. No obstante, en medio de 326 estas diversas labores, declaró: "Una cosa hago" (Fil. 3: 13). Un propósito permanecía constantemente delante de él en todas sus tareas: ser fiel a Cristo quien, cuando él blasfemaba su nombre y empleaba toda clase de medios disponibles para que otros blasfemaran también, se le reveló. El gran propósito de su vida consistía en servir y honrar a Aquel cuyo nombre antes había despreciado tanto. Su gran deseo consistía en ganar almas para el Salvador. Los judíos y gentiles podían oponerse y perseguirlo, pero nada lo haría apartarse de ese propósito.

Pablo recuerda su experiencia
Al escribir a los filipenses describió su experiencia antes y después de su conversión. "Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible" (Fil. 3: 4-6).

Después de su conversión su testimonio fue: "Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3: 8, 9).

La justicia que hasta ese momento había creído que era tan valiosa, ahora le parecía carente de valor. El anhelo de su alma era: "A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su 327 muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual también fui asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Fil. 3: 10-14).

Un obrero capaz de adaptarse
Veámoslo en la celda de Filipos donde a pesar de que su cuerpo estaba traspasado de dolor, su himno de alabanza interrumpió el silencio de la medianoche. Cuando el terremoto abrió las puertas de la cárcel, nuevamente se escuchó su voz en las palabras llenas de gozo que dirigió al carcelero pagano: "No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí" (Hech. 16: 28). Todos en su sitio, contenidos por la presencia de un compañero de prisiones. El carcelero, convencido de la realidad de la fe que sostenía Pablo, interrogó acerca del camino de la salvación y se unió con toda su familia al grupo de perseguidos discípulos de Cristo.

Veamos a Pablo en Atenas frente al concilio del Areópago cuando enfrentó la ciencia con la ciencia, la lógica con la lógica y la filosofía con la filosofía. Notemos como con tacto nacido del amor divino señaló a Jehová como el "Dios desconocido" que sus oyentes estaban adorando sin saberlo; y con palabras escritas por uno de sus poetas les presentó al Padre, de quien ellos eran hijos. En una época cuando se daba tanto valor a las castas, cuando los 328 derechos del hombre como tal eran totalmente desconocidos, escuchémoslo presentar la gran verdad de la fraternidad humana, cuando declaró que Dios "de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra". Y a continuación mostró cómo en todo el trato de Dios con los hombres corre como un hilo de oro su propósito de gracia y misericordia. "Y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros" (Hech. 17: 26, 27).

Escuchémoslo en la corte de Festo, cuando el rey Agripa, convencido de la verdad del Evangelio, exclamó: "Por poco me persuades a ser cristiano". Con qué gentil cortesía respondió Pablo señalando sus propias cadenas: "¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!" (Hech. 26: 28, 29).

Y así pasó su vida, según su propia descripción: "En caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez" (2 Cor. 11: 26, 27).

"Nos maldicen -dijo-, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos". "Como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo" (1 Cor. 4: 12, 13; 2 Cor. 6: 10). 329

Ministerio en cadenas
Aunque estuvo preso por muchísimo tiempo, el Señor llevó adelante su obra especial por medio de él. Sus cadenas debían ser el medio de diseminar el conocimiento de Cristo para glorificar de este modo a Dios. Al ir de ciudad en ciudad para ser sometido a juicio, su testimonio con respecto a Jesús, y a los interesantes incidentes de su propia conversión que relataba ante reyes y gobernantes, los dejaba sin excusa con respecto a Jesús. Miles y miles creyeron en el Señor y se regocijaron en su nombre.

Vi que el propósito especial de Dios se cumplió en el viaje que Pablo hizo por mar: era su plan que la tripulación del barco pudiera presenciar el poder de Dios manifestado por medio del apóstol, y que los paganos también oyeran el nombre de Jesús, y que muchos se convirtieran por las enseñanzas del discípulo y al presenciar los milagros que llevó a cabo. Los reyes y gobernantes se sentían encantados por sus razonamientos, y cuando con celo y con el poder del Espíritu Santo predicaba a Jesús y relataba los acontecimientos interesantes de su propia experiencia, la convicción se apoderaba de ellos de que Jesús era el Hijo de Dios. 330


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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