jueves, 9 de junio de 2011

18. “LA LEY DE DIOS”


DESPUES que los hijos de Israel salieron de Refidim llegaron al "desierto de Sinaí, y acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte. Y Moisés subió a Dios: y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios y cómo os tomé sobre alas de águila, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardaréis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo".

Este hizo entonces un pacto solemne y aceptó a Dios como su gobernante, y por medio de él los israelitas se convirtieron en los súbditos especiales de su divina autoridad. "Entonces Jehová dijo a Moisés: He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo habló contigo, y también para que te crean para siempre". Cuando los hebreos enfrentaban dificultades en el camino, 141 estaban dispuestos a murmurar contra Moisés y Aarón, y los acusaban de haber sacado de Egipto las huestes de Israel para destruirlas. Dios quería honrar a Moisés en presencia de ellos, para que se sintieran inducidos a confiar en sus instrucciones, y supieran que había puesto su Espíritu en él.

Preparativos para acercarse a Dios
El Señor dio a Moisés directivas definidas a fin de que el pueblo se preparara para que él pudiera acercarse a ellos, y para que pudieran oír su voz anunciada, no por ángeles, sino por Dios mismo. "Y Jehová dijo a Moisés: Ve al pueblo y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero, porque el tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí".
Se pidió a la gente que se abstuviera de labores y cuidados mundanos, y que se dedicara a meditaciones devocionales. También les pidió que lavaran sus vestiduras. No es menos exigente ahora que en aquel entonces. Es un Dios de orden, y requiere de su pueblo sobre la tierra que practique hábitos de estricta limpieza. Los que adoran al Señor con ropas sucias y sin bañarse, no comparecen delante de él de una manera aceptable. No se complace con su falta de reverencia, y no aceptará el culto de adoradores sucios, porque de ese modo insultan a su Hacedor. El Creador de los cielos y de la tierra considera de tanta importancia la limpieza que dijo: "Y laven sus vestidos".

"Y señalarás términos al pueblo en derredor, diciendo: Guardaos, no subáis al monte, ni toquéis sus límites; cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá. No lo tocará mano, porque será 142 apedreado asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá. Cuando suene largamente la bocina, subirán al monte". Este mandamiento tenía como propósito impresionar la mente de ese pueblo rebelde con una profunda veneración por Dios, autor de todas sus leyes y la autoridad de la cual ellas emanaban.

La manifestación de Dios y su terrible majestad
"Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento". La hueste angélica que acompañaba a la divina majestad llamó al pueblo mediante un sonido semejante al de una trompeta, que aumentó en intensidad hasta que toda la tierra tembló.

"Y Moisés sacó del campamento, al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera". La majestad divina descendió en una nube con un glorioso cortejo de ángeles que parecían llamas de fuego.

"El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante. Y descendió Jehová sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte; y llamó Jehová a Moisés sobre la cumbre del monte, y Moisés subió. Y Jehová dijo a Moisés: Desciende, ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová, porque caerá multitud de ellos. Y también que se santifiquen los sacerdotes que se acerquen a Jehová, para que Jehová no haga en ellos estragos". 143

De ese modo entonces el Señor promulgó su ley en medio de una terrible majestad desde la cima del Sinaí, para que su pueblo creyera. Acompañó la promulgación de la ley con una sublime exhibición de su autoridad, para que supieran que es el único Dios verdadero y viviente. No se permitió que Moisés entrara en la nube de gloria, sino que se acercara y penetrara en las espesas tinieblas que lo rodeaban. Y estuvo de pie entre el pueblo y el Señor.

Se promulga la ley de Dios
Después que el Señor hubo dado todas esas evidencias de su poder, les dijo quién era: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre". El mismo Dios que manifestó su poder entre los egipcios, dio entonces su ley:

"No tendrás dioses ajenos delante de mí.
"No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.
"No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.
"Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo 144 Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.

"Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da.
"No matarás.
"No cometerás adulterio.
"No hurtarás.
"No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
10° "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo".

Los dos primeros mandamientos pronunciados por Jehová atacan la idolatría, porque ésta, al ser practicada, induce al hombre a sumirse muchísimo en el pecado y la rebeldía, y resultaría con el tiempo en la ofrenda de sacrificios humanos. El Señor quería proteger a su pueblo para que ni se acercara a tales abominaciones. Los cuatro primeros mandamientos se dieron para mostrar al hombre cuáles son sus deberes hacia el Altísimo. El cuarto es el eslabón que une al gran Dios con el hombre. El sábado fue dado especialmente en beneficio del hombre y para honra del Señor. Los seis últimos preceptos señalan el deber del hombre hacia sus semejantes.

El sábado había de ser una señal entre Dios y su pueblo para siempre. De esta manera se manifestaría la señal: todos los que guardaran el sábado pondrían de manifiesto mediante esa enseñanza que eran adoradores del Dios viviente, Creador de los cielos y la tierra. El sábado sería una señal entre el Señor y su pueblo mientras hubiera gente sobre la tierra que le sirviese. 145

"Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos. Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis.

"Entonces el pueblo estuvo a lo lejos, y Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios. Y Jehová dijo a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto que he hablado desde el cielo con vosotros". La majestuosa presencia del Señor en el Sinaí y las conmociones que produjo en la tierra su presencia, los terribles truenos y relámpagos que acompañaron la manifestación de Dios, impresionaron la mente de la gente con un temor y una reverencia tales por su sagrada majestad, que instintivamente retrocedieron delante de la subyugadora presencia del Altísimo, no fuera que no pudieran soportar su terrible gloria.

El peligro de la idolatría
Una vez más Dios quiso guardar a los hijos de Israel de la idolatría: Les dijo: "No hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro os haréis". Estaban en peligro de imitar el ejemplo de los egipcios, y de hacer imágenes que representaran a Dios.

El Señor dijo a Moisés: "He aquí yo envío mi ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él. Pero si en verdad 146 oyeres su voz e hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren. Porque mi ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra del amorreo, del heteo, del fereseo, del cananeo, del heveo y del jebuseo, a los cuales yo haré destruir". El ángel que iba delante de Israel era el Señor Jesucristo. "No te inclinarás a sus dioses, ni los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del todo, y quebrarás totalmente sus estatuas. Mas a Jehová vuestro Dios serviréis y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti"(Exo. 23: 20-25).

Dios quería que su pueblo entendiera que sólo él debía ser objeto de adoración; y que cuando vencieran a las naciones idólatras que los rodearan no debían conservar ni una sola de sus imágenes de su culto, sino que debían destruirlas completamente. Muchas de esas deidades paganas eran muy costosas, y artísticamente confeccionadas, como para tentar a los que habían presenciado el culto idólatra, tan común en Egipto, para que consideraran esos objetos inanimados con cierto grado de reverencia. El Señor quería que su pueblo supiera que a causa de la idolatría de esas naciones, que los había inducido a practicar toda clase de impiedad, él usaría a los israelitas como su instrumento para castigarlos y destruir sus dioses.

"Yo enviaré mi terror delante de ti, y consternaré a todo el pueblo donde entres, y te daré la cerviz de todos tus enemigos. Enviaré delante de ti la avispa, que eche fuera al heveo, al cananeo y al heteo, delante de ti. No los echaré de delante de ti en un año, para que no quede la tierra desierta, y se aumenten contra ti las fieras del campo. Poco a poco los echaré de delante de ti, hasta que te multipliques y tomes posesión de la tierra. Y fíjate tus límites 147 desde el Mar Rojo hasta el mar de los filisteos, y desde el desierto hasta el Eufrates, porque pondré en tus manos a los moradores de la tierra, y tú los echarás de delante de ti. No harás alianza con ellos, ni con sus dioses. En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar contra mí sirviendo a sus dioses, porque te será tropiezo"(Exo. 23: 27-33). Dios dio estas promesas a su pueblo con la condición de que le obedeciera. Si servía al Señor plenamente, haría grandes cosas por él.

Después que Moisés hubo recibido los juicios de Dios, y los hubo escrito para el pueblo, juntamente con las promesas que se cumplirían si obedecían, el Señor le dijo: "Sube ante Jehová, tú, y Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os inclinaréis desde lejos. Pero Moisés solo se acercará a Jehová; y ellos no se acerquen, ni suba el pueblo con él. Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz y dijo: haremos todas las palabras que Jehová ha dicho"(Exo. 24: 1-3).

Moisés no escribió los Diez Mandamientos sino los juicios que Dios les había intimado a observar, y las promesas que se cumplirían con la condición de que los obedecieran. Se las leyó al pueblo, y éste se comprometió a obedecer todas las palabras que el Señor había dicho. Moisés escribió entonces en un libro la solemne promesa de ellos, y ofreció sacrificios al Altísimo en favor del pueblo. "Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre estas cosas"(Exo. 24: 7, 8). El pueblo repitió su solemne 148 promesa al Señor de que haría todo lo que él había dicho, y serían obedientes.

La eterna ley de Dios
La ley de Dios existía antes que el hombre fuera creado. Los ángeles estaban gobernados por ella. Satanás cayó porque transgredió los principios del gobierno del Señor. Después que Adán y Eva fueron creados, el Altísimo les dio a conocer su ley. No fue escrita entonces; pero Jehová la repitió en presencia de ellos.
El día de reposo del cuarto mandamiento fue instituido en el Edén. Después de haber hecho el mundo y haber creado al hombre sobre la tierra, hizo el sábado para el hombre. Después del pecado y la caída de Adán nada se eliminó de la ley de Dios. Los principios de los Diez Mandamientos existían antes de la caída y eran de tal naturaleza que se adecuaban a las condiciones de los seres santos. Después de la caída no se cambiaron los principios de esos preceptos, sino que se añadieron algunos tomando en cuenta la condición caída del hombre.

Se estableció un sistema que requería el sacrificio de animales, para mantener constantemente frente al hombre caído lo que la serpiente logró que Eva no creyera, es a saber, que la paga de la desobediencia es muerte. La transgresión de la ley de Dios hizo necesaria la muerte de Cristo como sacrificio, para que de esa manera fuera posible que el hombre se librara de ese castigo, y al mismo tiempo se preservara el honor de la ley de Dios. El sistema de sacrificios debía enseñar humildad al hombre, en vista de su condición caída, y debía conducirlo al arrepentimiento y a confiar sólo en el Señor para el perdón de sus pasadas transgresiones a su ley, por 149 medio del prometido Redentor. Si la ley de Dios nunca hubiera sido traspasado nunca habría habido muerte, ni habría habido necesidad de preceptos adicionales para adaptarlos a la condición caída del hombre.

Adán enseñó la ley de Dios a sus descendientes, y ésta fue transmitida por los fieles a través de las generaciones sucesivas. La constante transgresión de la ley de Dios requirió el derramamiento de un diluvio sobre la tierra. La ley fue preservada por Noé y su familia que por obrar bien fueron salvados en el arca mediante un milagro de Dios. Noé enseñó los Diez Mandamientos a sus descendientes. El Señor preservó a un pueblo propio, a partir de Adán, en cuyo corazón estaba su ley. Dice que Abrahán "oyó... mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes"(Gén. 26: 5).
El Señor se le apareció a Abrahán y le dijo: "Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera"(Gén. 17: 1, 2). "Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti"(ver. 7).

Después requirió que Abrahán y su descendencia se circuncidaran, lo que era un círculo cortado en la carne, como señal de que Dios los había cortado y separado de todas las naciones para que constituyeran su tesoro especial. Mediante esa señal se comprometían solemnemente a no contraer matrimonio con personas provenientes de otras naciones, porque si lo hacían podían perder su reverencia por Dios y su santa ley, y llegarían a ser semejantes a los pueblos idólatras que los rodeaban. 150

Mediante el acto de la circuncisión aceptaban solemnemente cumplir su parte de las condiciones del pacto hecho con Abrahán, es a saber, mantenerse separados de todas las naciones y ser perfectos. Si los descendientes de Abrahán se hubieran mantenido separados de las otras naciones, no habrían caído en la idolatría. Al mantenerse separados de las otras naciones, la gran tentación de participar de sus costumbres pecaminosas y de revelarse contra Dios no hubiera existido para ellos. Perdieron en gran medida su carácter peculiar y santo al mezclarse con las naciones que los rodeaban. A fin de castigarlos, el Señor trajo hambre sobre la tierra, lo que los obligó a descender a Egipto para preservar su vida. Pero Dios no los olvidó mientras estaban en Egipto, por causa de su pactó con Abrahán. Permitió que fueran oprimidos por los egipcios para que se volvieran a él en su angustia, eligieran su gobierno justo y misericordioso, y obedecieran sus requerimientos.

Sólo unas pocas familias descendieron al principio a Egipto. Crecieron hasta convertirse en una gran multitud. Algunos fueron cuidadosos al instruir a sus hijos en la ley de Dios, pero muchos israelitas habían visto tanta idolatría que tenían ideas confusas acerca de la ley de Dios. Los que temían a Dios clamaban con angustia de espíritu para que se quebrantara el yugo de su gravosa esclavitud, y para que el Señor los sacara de la tierra de su cautiverio a fin de que pudieran servirlo libremente. Dios escuchó sus clamores y suscitó a Moisés como instrumento suyo para que llevara a cabo la liberación de su pueblo. Después de salir de Egipto, y de la división de las aguas del mar Rojo delante de ellos, el Señor los probó para ver si 151 confiaban en el que los había sacado, una nación de otra nación, por medio de señales, tentaciones y maravillas. Pero no pudieron soportar la prueba. Murmuraron contra el Señor por las dificultades que encontraron en el camino, y manifestaron. su deseo de regresar otra vez a Egipto.

Escritas en tablas de piedra
Para que no tuvieran excusa, el Señor mismo condescendió a descender al Sinaí, envuelto en gloria y rodeado por sus ángeles, y en una forma sublime e impresionante dio a conocer su ley de los Diez Mandamientos. No confió en nadie para enseñarla, ni siquiera en sus ángeles, sino que dio su ley con voz audible al oído de todo el pueblo. Ni aun entonces confió en la frágil memoria de una gente proclive a olvidar sus requerimientos, sino que los escribió con su propio dedo en tablas de piedra. Eliminó toda posibilidad de que mezclaran sus santos preceptos con tradiciones, o que confundieran sus requerimientos con las costumbres de los hombres.

Se acercó entonces aún más a su pueblo, tan dispuesto a apartarse, de modo que no se limitó a dejarle los diez preceptos del Decálogo. Ordenó a Moisés que escribiera lo que le iba a decir, es a saber, juicios y leyes con indicaciones precisas con respecto a lo que quería que hicieran, para que así guardaran los diez preceptos que habían sido grabados en tablas de piedra. Esas indicaciones y esos requerimientos específicos se dieron para inducir al hombre falible a obedecer la ley moral, que tan dispuesto está a transgredir.

Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue dada a Adán después de su caída, y 152 preservada en el arca por Noé, y observada por Abrahán, no habría habido necesidad del rito de la circuncisión. Y si los descendientes de Abrahán hubieran guardado el pacto, del cual la circuncisión era una garantía, nunca hubieran caído en la idolatría ni se habría permitido que descendieran a Egipto ni habría habido necesidad de que Dios proclamara su ley desde el Sinaí y la grabara en tablas de piedra, ni que salvaguardara esos preceptos mediante las indicaciones, los juicios y los estatutos que le dio a Moisés.

Juicios y estatutos
Este escribió esos juicios y estatutos procedentes de los labios de Dios mientras se encontraba con él en el monte. Si el pueblo de Dios hubiera obedecido los principios contenidos en los Diez Mandamientos, no habría habido necesidad de las indicaciones definidas dadas a Moisés, que él escribió en un libro, con relación a su deber hacia Dios y hacia sus semejantes. Las indicaciones definidas que el Señor le dio a Moisés con respecto al deber de su pueblo hacia sus semejantes y al extranjero, son los principios de los Diez Mandamientos simplificados, y presentados en forma definida para que no pudieran caer en error.

El Señor instruyó a Moisés claramente con respecto a los sacrificios ceremoniales que debían terminar con la muerte de Cristo. El sistema de sacrificios preanunciaba la ofrenda de Cristo como Cordero sin mancha.
El Altísimo estableció primeramente el sistema de ofrendas y sacrificios con Adán después de su caída; éste los enseñó a sus descendientes. Este sistema se corrompió antes del diluvio por causa de los que se separaron de los fieles seguidores del 153 Señor y se dedicaron a la construcción de la torre de Babel. Ofrecieron sacrificios a los dioses que ellos mismos se hicieron en lugar de ofrecérselos al Dios del cielo.

Lo hicieron no porque tuvieran fe en el Redentor venidero, sino porque creían que podrían agradar a sus dioses al ofrecer una gran cantidad de animales sobre sus altares contaminados e idolátricos.

 Su superstición los indujo a caer en enormes extravagancias. Enseñaban a la gente que mientras más valiosos fueran los sacrificios que ofrecía, mayor placer proporcionarían a sus ídolos, y mayores serían también la prosperidad y las riquezas de la nación. Por esa razón a menudo se ofrecían sacrificios humanos a esos dioses inertes. Esas naciones tenían leyes y reglamentos sumamente crueles para controlar las acciones de la gente. Esas leyes fueron promulgadas por hombres cuyos corazones no habían sido suavizados por la gracia; y aunque podían condonar el más degradante de los crímenes, una pequeña ofensa los inducía a castigarla con el más cruel de los castigos.

Moisés tenía presente esto cuando dijo a Israel: "Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es ésta. Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?" (Deut. 4: 5-8). 154


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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