domingo, 12 de junio de 2011

41. “EN LAS REGIONES DISTANTES”


LOS APÓSTOLES y discípulos que abandonaron Jerusalén durante la terrible persecución que se desató allí después del martirio de Esteban, predicaron a Cristo en las ciudades circunvecinas, limitando sus labores a los judíos de origen hebreo y griego. "Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor"
(Hech. 11: 21).

Cuando los creyentes en Jerusalén escucharon las buenas nuevas, se regocijaron; y Bernabé, "un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe", fue enviado a Antioquía, la metrópolis de Siria, para ayudar a la iglesia en ese lugar. Trabajó allí con gran éxito. Al crecer la obra, solicitó la ayuda de Pablo y la obtuvo; y los dos discípulos trabajaron juntos en esa ciudad durante un año, enseñando a la gente y contribuyendo para que aumentara el número de miembros de la iglesia de Cristo.

Antioquía tenía una gran población tanto de judíos como de gentiles; era un importante lugar de reunión para los amantes de la comodidad y el placer por causa de lo saludable de su ubicación, sus hermosos paisajes, su riqueza, su cultura y el refinamiento que se concentraba allí. Su amplio comercio hacía de ella un lugar de gran importancia, donde se podía encontrar gente de todas las nacionalidades. 316 Era por lo tanto una ciudad de lujo y vicio. La retribución de Dios finalmente descendió sobre Antioquía por causa de la maldad de sus habitantes.

Allí por primera vez se llamó cristianos a los discípulos. Se les dio ese nombre porque Cristo era el principal tema de su predicación, su enseñanza y su conversación. Continuamente repasaban los incidentes de su vida acaecidos durante el tiempo cuando los apóstoles recibieron la bendición de gozar de su compañía personal. Incansablemente se espaciaban en sus enseñanzas, sus milagros de curación de los enfermos, la expulsión de demonios y la resurrección de muertos. Con labios temblorosos y ojos humedecidos por las lágrimas hablaban de su agonía en el jardín, su traición, su juicio y su ejecución, la paciencia y la humildad con que soportó los insultos y la tortura que le impusieron sus enemigos, y la piedad divina con que oró por los que lo perseguían. Su resurrección, su ascensión y su obra en los cielos como Mediador del hombre caído eran temas gozosos para ellos. Bien podían los paganos llamarlos cristianos, puesto que predicaban a Cristo y dirigían sus plegarias a Dios por medio de él.

Pablo encontró en la populosa ciudad de Antioquía un excelente campo de labor, donde su gran erudición, su sabiduría y su celo combinados ejercieron una poderosa influencia sobre los habitantes y los visitantes de esa culta ciudad.

Entre tanto la obra de los apóstoles se concentraba en Jerusalén, dónde judíos de todas las lenguas y de todos los países venían a adorar al templo durante las fiestas establecidas. En esas ocasiones los apóstoles predicaban a Cristo con valor inquebrantable, aunque sabían que al hacerlo sus vidas estaban en constante peligro. Muchos se convirtieron 317 a la fe, y al diseminarse por sus hogares en diferentes partes de la tierra, dispersaron las semillas de la verdad por todas las naciones y entre todas las clases de la sociedad.

Pedro, Santiago y Juan confiaban en que Dios los había apartado para que predicaran a Cristo entre sus propios compatriotas en su país. Pero Pablo había recibido su comisión de Dios mientras oraba en el templo, y su vasto campo misionero apareció delante de él con notable nitidez. Con el fin de prepararlo para su amplia e importante tarea, Dios lo puso en íntima relación con él y presentó ante sus asombrados ojos una vislumbre de la belleza y la gloria del cielo.

La Ordenación de Pablo y Bernabé
Dios se puso en contacto con los devotos profetas y maestros de la iglesia de Antioquía. "Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado". Estos apóstoles fueron dedicados a Dios entonces con la mayor solemnidad, con ayuno y oración, y con la imposición de manos, y fueron enviados a su campo de labor entre los gentiles.

Tanto Pablo como Bernabé habían estado trabajando como ministros de Cristo, y el Señor había bendecido abundantemente sus esfuerzos, pero ninguno de ellos había sido ordenado formalmente para el ministerio evangélico por medio de la oración y la imposición de manos. Fueron autorizados entonces por la iglesia no solamente para enseñar la verdad sino para bautizar y organizar iglesias, investidos, pues, de plena autoridad eclesiástica. Este fue un acontecimiento importante para 318 la iglesia. Aunque la pared medianera que separaba a los judíos de los gentiles había sido derribada por la muerte de Cristo, permitiendo que éstos gozaran plenamente de los privilegios del Evangelio, todavía no había caído la venda que cubría los ojos de muchos de los creyentes judíos, y aún no podían distinguir con claridad la caducidad de lo que había sido abolido por el Hijo de Dios. La obra debía proseguir entonces con vigor entre los gentiles, y debía dar como resultado el fortalecimiento de la iglesia para una gran afluencia de almas.

Los apóstoles, al desempeñar esta tarea especial, iban a quedar expuestos a la sospecha, el prejuicio y los celos. Como consecuencia natural de su apartamiento del exclusivismo judío, su doctrina y sus opiniones podían ser tildadas de herejía, y sus credenciales de ministros del Evangelio serían puestas en tela de juicio por muchos celosos creyentes judíos. Dios previó todas las dificultades que iban a enfrentar sus siervos, y en su sabia providencia permitió que fueran investidos de autoridad incuestionable por parte de la iglesia establecida de Dios, para que su obra estuviera por encima de toda discusión.

La ordenación mediante la imposición de manos fue sometida a mucho abuso en épocas posteriores; se asignó una importancia infundada al acto, como si algún poder especial descendiera sobre los que recibían la ordenación de ese modo, calificándolos inmediatamente para cualquiera y toda tarea ministerial; como si residiera alguna virtud en el acto de imponer las manos. En la historia de estos dos apóstoles tenemos un simple relato de la imposición de manos y de sus consecuencias sobre su obra. Tanto Pablo como Bernabé ya habían recibido su comisión de Dios mismo; y la ceremonia de la imposición 319 de manos no les daba ninguna nueva gracia o virtud. Únicamente aplicaba el sello de la iglesia a la obra de Dios, como una manera de reconocer su designación para un oficio ya señalado.

El primer congreso de la Asociación General
Algunos judíos de Judea produjeron una consternación general entre los creyentes gentiles al agitar el asunto de la circuncisión. Afirmaban con gran seguridad que nadie se salvaría si no era circuncidado ni guardaba toda la ley ceremonial.

Este era un asunto importante que afectaba en gran medida a la iglesia. Pablo y Bernabé lo enfrentaron con prontitud y se opusieron a la introducción del asunto entre los gentiles. Tenían la oposición de los creyentes judíos de Antioquía que estaban de parte de los de Judea. El problema produjo mucha discusión y falta de armonía en la iglesia, hasta que finalmente los hermanos de Antioquía, temerosos de que pudiera producirse una división entre ellos como resultado de discutir más este asunto, decidieron enviar a Pablo y Bernabé, junto con algunos hombres responsables de Antioquía, a Jerusalén, para presentar la situación delante de los apóstoles y ancianos. Allí deberían encontrarse con delegados de diferentes iglesias, y con los que vendrían para asistir a las próximas festividades anuales. Mientras tanto debía cesar toda discusión hasta que los hombres responsables de la iglesia hicieran una decisión final. Esta decisión debía ser aceptada universalmente entonces por todas las iglesias de la comarca.

Al llegar a Jerusalén los delegados de Antioquía relataron a la asamblea de las iglesias el éxito que 320 había acompañado a su ministerio y la confusión resultante del hecho de que ciertos fariseos convertidos afirmaban que los conversos gentiles debían circuncidarse y guardar la ley de Moisés para salvarse.

Los judíos se habían enorgullecido de sus ceremonias divinamente señaladas; y habían llegado a la conclusión de que si Dios en una oportunidad había determinado cómo debía ser el culto hebreo, era imposible que autorizara jamás cambio alguno en cualquiera de sus detalles. Resolvieron que la cristiandad observara las leyes y ceremonias judías. Eran lentos para darse cuenta del fin de lo que había sido abolido por el deceso de Cristo, y para comprender que todos los sacrificios prefiguraban la muerte del Hijo de Dios, en la cual el tipo se había encontrado con su antitipo, quitándole todo valor a las ceremonias divinamente señaladas y a los sacrificios de la religión judía.

Pablo se había enorgullecido de su estrictez farisaica; pero después de la revelación de Cristo en el camino a Damasco la misión del Salvador y su propia obra para la conversión de los gentiles irrumpió con claridad en su mente, y comprendió en su plenitud la diferencia que existe entre una fe viviente y un muerto formalismo. Pablo seguía creyendo que era hijo de Abrahán, y guardaba los Diez Mandamientos, tanto en la letra como en el espíritu, tan fielmente como lo había hecho antes de su conversión al cristianismo. Pero sabía que las ceremonias típicas debían cesar totalmente y bien pronto, puesto que lo que prefiguraban ya había acontecido, y la luz del Evangelio estaba difundiendo su gloria sobre la religión judía, proporcionándole un nuevo significado a sus antiguos ritos. 321

El asunto sometido a la consideración del concilio parecía presentar dificultades insuperables desde cualquier ángulo que se lo estudiara. Pero el Espíritu Santo en realidad ya había zanjado este problema, y de su decisión dependían la prosperidad y hasta la existencia de la iglesia cristiana. Se dio a los apóstoles gracia, sabiduría y juicio santificado para decidir este asunto tan difícil.

El caso de Cornelio
Pedro explicó que el Espíritu Santo ya lo había decidido al descender con el mismo poder sobre los gentiles incircuncisos que sobre los circuncidados judíos. Recordó su visión, mediante la cual Dios le presentó un lienzo lleno de toda clase de cuadrúpedos y le ordenó matar y comer; y que cuando rehusó, afirmando que nunca había comido nada que fuera común o inmundo, el Señor le dijo: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común".

Dijo: "Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?"

Ese yugo no era la ley de los Diez Mandamientos, como lo afirman los que se oponen a la vigencia de la ley, pues Pedro se refería a la ley ceremonial que quedó nula y sin valor gracias a la crucifixión de Cristo. Este discurso de Pedro preparó a la asamblea para que escuchara razonablemente a Pablo y Bernabé cuando relataron su experiencia al trabajar entre los gentiles. 322

La Decisión
Santiago dio su testimonio definidamente: Dios había decidido aceptar a los gentiles para que gozaran de todos los privilegios de los judíos. El Espíritu Santo no vio conveniente imponer la ley ceremonial a los conversos de origen gentil; y los apóstoles y ancianos, después de estudiar cuidadosamente el tema, vieron el asunto desde el mismo ángulo, y su opinión concordó con la del Espíritu de Dios. Santiago presidía el concilio, y su última decisión fue: "Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios".

Su sentencia fue que la ley ceremonial, y en especial el rito de la circuncisión, de ninguna manera fuera impuesto a los gentiles ni siquiera a título de recomendación. Santiago trató de que sus hermanos comprendieran el hecho de que los gentiles, al volverse a Dios apartándose de la idolatría, experimentaban un gran cambio de fe, y que debería ejercerse mucho cuidado para no perturbar sus mentes con asuntos dudosos capaces de causar perplejidad, no fuera que se desanimaran de seguir a Cristo.

Los gentiles, sin embargo, no debían seguir ningún tipo de conducta que se opusiera sustancialmente a las opiniones de sus hermanos judíos, o que suscitara prejuicios en sus mentes contra ellos. Los apóstoles y ancianos concordaron por lo tanto en instruir a los gentiles por medio de cartas que se abstuvieran de carnes ofrecidas a los ídolos, de fornicación, de animales ahogados o estrangulados, y del consumo de sangre. Se les requirió guardar los mandamientos y vivir vidas santas. Se aseguró a los gentiles que los hombres que los habían instado a 323 circuncidarse lo habían hecho sin la autorización de los apóstoles.

Les recomendaron a Pablo y Bernabé como hombres que habían expuesto sus vidas por causa del Señor. Judas y Silas fueron enviados juntamente con los apóstoles para declarar a los gentiles de viva voz la decisión del concilio. Los cuatro siervos de Dios fueron enviados a Antioquía con la carta y el mensaje que ponía fin a la discusión; porque era la voz de la más alta autoridad sobre la tierra.

El concilio que decidió este caso estaba compuesto por los fundadores de las iglesias cristianas de origen judío y gentil. Los ancianos de Jerusalén y los representantes de Antioquía estuvieron presentes, como asimismo estuvieron representadas las iglesias más influyentes. El concilio no pretendió infalibilidad en sus deliberaciones, sino que actuó bajo las indicaciones de un juicio iluminado y con la dignidad de una iglesia establecida por la voluntad de Dios. Vieron que Dios mismo había decidido este asunto al favorecer a los gentiles con el Espíritu Santo, y que se los debía dejar que siguieran la dirección del Espíritu.

No se llamó a todo el conjunto de cristianos para que votara sobre estos asuntos. Los apóstoles y ancianos, hombres de influencia y juicio, dieron forma al decreto y lo promulgaron, a consecuencia de lo cual fue generalmente aceptado por todas las iglesias cristianas. No todos se sintieron contentos, sin embargo, con esta decisión; hubo una facción de falsos hermanos que pretendieron consagrarse a cierta obra bajo su propia responsabilidad. Se dedicaron a murmurar y a buscar faltas, proponiendo nuevos planes y tratando de derribar la tarea realizada por hombres experimentados a quienes Dios 324 había ordenado para que enseñaran la doctrina de Cristo. La iglesia tuvo que enfrentar tales obstáculos desde el mismo principio, y tendrá que seguir haciéndolo hasta el fin del tiempo. 325

(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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