viernes, 27 de octubre de 2017

259. “LAS CIUDADES HAN DE SER AMONESTADAS”

 

Otro ángel le siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación. Apoc. 14:8.  

Tanto individualmente como también como pueblo tenemos ante nosotros la más solemne obra. Debemos preparar diariamente el corazón y la mente de modo que podamos estar capacitados para alcanzar los propósitos de Dios para con nosotros. 

 Los peligros de los últimos días se ciernen sobre nosotros, y ahora estamos determinando cuál será nuestro destino eterno. Individualmente debemos forjar caracteres que soporten el juicio, y ofrecer en la iglesia a la que asistimos, un ejemplo de fidelidad y consagración. 

El ministerio de la Palabra debe preparar a un pueblo para que se mantenga firme en los tiempos de tentación en que vivimos; y los miembros de la iglesia han de colaborar con la obra del ministerio, revelando en sus vidas los principios de la verdad, para que no se pronuncie ninguna palabra, ni se realice acción alguna que conduzca a falsos senderos o cree un estado de cosas que Dios no pueda aprobar. 

Me han sido revelados los serios riesgos que enfrentaremos en estos últimos días. Nuestra única luz y guía en la que podemos confiar en este tiempo se halla en la Palabra de Dios. Debemos considerarla nuestra consejera, y seguir sus instrucciones fielmente, o descubriremos que nos gobiernan nuestros rasgos de carácter, y nuestra vida pondrá de manifiesto una obra egoísta que será un obstáculo y no una bendición para nuestros semejantes.

 Recurramos a la Palabra de Dios en busca de consejos a cada paso, 
puesto que el yo está siempre dispuesto a luchar por la supremacía... 

Los que son guías y maestros del pueblo deben instruir a los miembros de iglesia en cuanto a cómo trabajar en actividades misioneras, y luego ver cómo avanza la importante obra de proclamar este mensaje que debe despertar a toda ciudad que no ha recibido la advertencia, antes que venga la crisis cuando, por medio de las artimañas de los agentes satánicos, las puertas ahora abiertas al mensaje del tercer ángel sean cerradas. . . 

Los justos juicios del Señor y su decisión final están descendiendo a la tierra. No revoloteen sobre las iglesias para repetir las mismas verdades al pueblo, mientras se abandonan las ciudades en la ignorancia y el pecado, sin que se realice obra en ellas. Pronto el camino será cerrado y estas poblaciones no tendrán ya acceso al mensaje evangélico para que puedan unirse en la realización de una obra definida y abnegada. . . 

 El mundo se está preparando para la obra final del mensaje del tercer ángel. La verdad se ha de manifestar ahora con un poder que no se ha conocido durante años. El mensaje de la verdad presente ha de proclamarse en todas partes. (Manuscrito 61, del 17 de septiembre de 1909, 
"Palabras de instrucción"). 273 Alza tus Ojos de E. G. de White

258. “A CADA HOMBRE SU TAREA”


Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, 
llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. Mat. 25:14.  

Puede ser que el hombre no vea lugar alguno para la acción de ciertos dones, porque no son sus dones, pero dejemos que cada uno piense de sí mismo como Dios quiere que lo haga. 

 Recuerde cada uno que sus capacidades sólo le han sido prestadas, y que el Señor lo está probando para ver si utiliza esos talentos con el fin de glorificar a Dios y obrar para el bien de sus prójimos. 
La santidad, que significa entrega íntegra a Dios, le es totalmente aceptable. 

 Pablo puede plantar, Apolos regar, pero es el Altísimo quien da el crecimiento. "Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna" (Gál. 6:8). . . 

En el mundo natural los agentes invisibles obran constantemente para producir resultados esenciales, pero la cosecha depende de la semilla que fue sembrada. Después que el hombre prepara fielmente la tierra y planta la semilla, Dios debe obrar continuamente para hacer que ésta germine. 

Lo mismo ocurre en la vida espiritual. La Palabra del Dios vivo es la semilla. Cristo es el sembrador, y a menos que obre permanentemente en la tierra del corazón, no habrá cosecha alguna. "Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios" (1 Cor. 3:9).

 Dios entregó a su Hijo a la muerte, el justo por los injustos, de modo que pudiera haber una gloriosa cosecha de almas. El corazón humano es la parcela donde Dios siembra, y la justicia de Cristo debe encontrar albergue allí. 

 Ningún hombre confíe en el brazo de carne sino en Dios. Cada uno muestre que tiene fe, que no es un pigmeo religioso, sino que crece con el rocío y la lluvia de la gracia de Cristo, que su vida de justicia no es de factura humana, sino que la gracia de Dios ha alimentado su corazón. 

Algunos mensajes llegan como martillo del Señor, para destruir las obras de Satanás y volver a los hombres hacia el Dios vivo. Pero, entremezclado con esta resuelta tarea de levantarse en defensa de la verdad, se halla el consuelo de Cristo, que desciende cuando el arrepentimiento revela cómo es realmente el pecado.

 Y mientras algunos son llamados para luchar desesperadamente contra una obra inicua, hay un mensaje para los que, aunque sufren el mal, soportan la tentación de albergar sentimientos de injusticia y acariciarlos en su mente. 

Por otra parte, algunos tienen el don divino de la organización. Otros realizan su labor en sitios apartados,. sintiéndose pequeños e ignorados, donde sólo algunos reconocen su obra, y nadie se apiada de sus errores ni alaba sus victorias. Pero el Señor utiliza todos estos elementos. Nadie puede cubrirlo todo, y la gran obra de Dios debe avanzar. (Manuscrito 116, del 16 de septiembre de 1898, "Los dos grandes principios de la Ley"). 272 (Alza tus Ojos de E. G. de White)

257. “LA SOLEMNIDAD DEL JUICIO FINAL”


Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. 
 Mat. 25:45,46. 

¡Qué obra hay ante nosotros! ¿Quién la comprende? Cristo hará que todos entiendan que el fin de todas las cosas está próximo y que las solemnes escenas del juicio final ocurrirán pronto.  

 En el gran día, aquellos cuyos caracteres el Juez de toda la tierra pueda vindicar permanecerán ante el mundo, glorificados y honrados. Ellos revelaron en este mundo la luz y gloria de Dios, 
y ahora El los recompensa según sus obras. 

El Mundo entero recibirá entonces su sentencia. 
A todos se formulará la pregunta: "¿Ha estudiado usted diligentemente la Palabra de Dios para estar en condiciones de conocer su voluntad con el fin de estar capacitado para comprender la diferencia entre el pecado y la justicia?" 

Triste será el destino de los que no acudan a Cristo para ser purificados de toda injusticia. Entonces los pecadores ven el carácter de Dios tal como es. Y también ven la pecaminosidad de los pecados que apartaron a las almas de Cristo, y las colocaron bajo el estandarte de la rebelión, para hacer guerra contra Aquel que dio su vida por ellos. 

Puesto que Cristo es uno con el Padre, igual a El, podía hacer expiación por la transgresión, y salvar al hombre; no en sus pecados sino de sus pecados. Los que hayan despreciado su gracia verán lo que perdieron por haber tratado con desdén a quien se humilló a si mismo para estar a la cabeza de la humanidad. 

Oyen las palabras de condenación: "Apartaos de mí. Por vuestro ejemplo muchos han errado. 
Los desviasteis de los mandamientos por cuya obediencia hubieran hallado la vida eterna". 
Muy diferentes son las palabras dirigidas a los fieles del Señor: "Venid, benditos de mi Padre", 
dice Cristo, "heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo". 

 Entonces, la hueste de los redimidos eleva un coro triunfante: 
"¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? 
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" 

Oh, si nuestras mentes pudieran comprender la magnitud del tema y la importancia maravillosa de esa ocasión. "El que cree en mí nunca morirá". "Si un hombre guarda mis dichos nunca verá la muerte". Los escogidos del Señor pueden caer en sus puestos de guardia, pero sólo han quedado dormidos, para descansar hasta que Jesús los despierte para compartir con El un eterno peso de gloria.
 (Carta 363, del 15 de septiembre de 1904, dirigida a su hijo, Edson White). 271 Alza tus Ojos de E. G. de White