Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos,
llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. Mat. 25:14.
Puede ser que el hombre no vea lugar alguno para la acción de ciertos dones, porque no son sus dones, pero dejemos que cada uno piense de sí mismo como Dios quiere que lo haga.
Recuerde cada uno que sus capacidades sólo le han sido prestadas, y que el Señor lo está probando para ver si utiliza esos talentos con el fin de glorificar a Dios y obrar para el bien de sus prójimos.
La santidad, que significa entrega íntegra a Dios, le es totalmente aceptable.
Pablo puede plantar, Apolos regar, pero es el Altísimo quien da el crecimiento. "Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna" (Gál. 6:8). . .
En el mundo natural los agentes invisibles obran constantemente para producir resultados esenciales, pero la cosecha depende de la semilla que fue sembrada. Después que el hombre prepara fielmente la tierra y planta la semilla, Dios debe obrar continuamente para hacer que ésta germine.
Lo mismo ocurre en la vida espiritual. La Palabra del Dios vivo es la semilla. Cristo es el sembrador, y a menos que obre permanentemente en la tierra del corazón, no habrá cosecha alguna. "Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios" (1 Cor. 3:9).
Dios entregó a su Hijo a la muerte, el justo por los injustos, de modo que pudiera haber una gloriosa cosecha de almas. El corazón humano es la parcela donde Dios siembra, y la justicia de Cristo debe encontrar albergue allí.
Ningún hombre confíe en el brazo de carne sino en Dios. Cada uno muestre que tiene fe, que no es un pigmeo religioso, sino que crece con el rocío y la lluvia de la gracia de Cristo, que su vida de justicia no es de factura humana, sino que la gracia de Dios ha alimentado su corazón.
Algunos mensajes llegan como martillo del Señor, para destruir las obras de Satanás y volver a los hombres hacia el Dios vivo. Pero, entremezclado con esta resuelta tarea de levantarse en defensa de la verdad, se halla el consuelo de Cristo, que desciende cuando el arrepentimiento revela cómo es realmente el pecado.
Y mientras algunos son llamados para luchar desesperadamente contra una obra inicua, hay un mensaje para los que, aunque sufren el mal, soportan la tentación de albergar sentimientos de injusticia y acariciarlos en su mente.
Por otra parte, algunos tienen el don divino de la organización. Otros realizan su labor en sitios apartados,. sintiéndose pequeños e ignorados, donde sólo algunos reconocen su obra, y nadie se apiada de sus errores ni alaba sus victorias. Pero el Señor utiliza todos estos elementos. Nadie puede cubrirlo todo, y la gran obra de Dios debe avanzar. (Manuscrito 116, del 16 de septiembre de 1898, "Los dos grandes principios de la Ley"). 272 (Alza tus Ojos de E. G. de White)
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