lunes, 13 de junio de 2011

46. “LOS PRIMEROS REFORMADORES”


EN MEDIO de las penumbras que cubrieron la tierra durante el largo período de supremacía papal, la luz de la verdad no fue totalmente extinguida. En todas las edades hubo testigos de Dios: hombres que albergaron fe en Cristo como el único mediador entre el Señor y los hombres, que se aferraron a la Biblia como la única norma de vida, y que santificaron el sábado. Cuánto debe el mundo a esos hombres, la posteridad jamás lo sabrá. Se los calificó de herejes, se tergiversaron sus motivos, se falseó su carácter, sus escritos fueron prohibidos, mal interpretados o mutilados. Sin embargo, ellos se mantuvieron firmes, y a través de las edades conservaron su fe y su pureza, como una herencia sagrada para las generaciones venideras.

Tan terrible fue la guerra lanzada contra la Biblia que hubo ocasiones cuando existían muy pocos ejemplares de ella; pero Dios no permitió que su Palabra fuera totalmente destruida. Sus verdades no debían permanecer ocultas para siempre. Con la misma facilidad con que podía abrir las puertas de la prisión y descorrer los cerrojos de hierro para que sus siervos salieran libres, el Señor podía liberar también las palabras de vida. En diferentes países de Europa el Espíritu Santo impulsó a distintos hombres para que investigaran la verdad como si fuera un tesoro escondido. Guiados providencialmente hacia 353 las Sagradas Escrituras, estudiaron sus santas páginas con profundo interés. Estaban dispuestos a aceptar la verdad no importaba cuánto les costara. Aunque no percibían con claridad todas las cosas, pudieron descubrir numerosas verdades sepultadas desde hacía mucho tiempo. Como mensajeros enviados por el cielo salieron para quebrantar las cadenas del error y la superstición, e invitar a los que por largo tiempo habían sido esclavizados con el fin de que se levantaran y aprovecharan su libertad.

Había llegado el momento cuando las Escrituras deberían ser traducidas y dadas a la gente de los diferentes países en sus propios idiomas nativos. La medianoche del mundo había pasado. Las horas de tinieblas estaban terminando, y en muchos países aparecieron las señales de un nuevo amanecer.

La estrella matutina de la Reforma
En el siglo XIV surgió en Inglaterra "la estrella matutina de la Reforma". John Wycliffe fue el heraldo de la Reforma, no sólo para Inglaterra, sino para toda la cristiandad. Fue el precursor de los puritanos; su época constituyó un oasis en medio del desierto.

El Señor consideró apropiado confiar la obra de reforma a alguien cuya capacidad intelectual le daría carácter y dignidad a sus labores. Así se silenció el menosprecio y se impidió que los adversarios de verdad trataran de desacreditar su causa, ridiculizando la ignorancia de su abogado. Cuando Wycliffe llegó a dominar todo lo que se enseñaba en las escuelas, se dedicó al estudio de las Escrituras. En ellas encontró lo que antes había buscado en vano. Vio allí una revelación del plan de salvación, y a Cristo como el único Abogado del hombre. Descubrió 354 que Roma había abandonado el sendero señalado por la Biblia para seguir las tradiciones humanas. Se entregó a sí mismo al servicio de Cristo y se decidió a proclamar las verdades que había descubierto.

La mayor obra de su vida fue la traducción de las Escrituras al inglés. Esa fue la primera traducción completa de la Biblia a ese idioma que se haya hecho jamás. Como todavía el arte de imprimir era desconocido, sólo mediante una labor lenta y cansadora se podían conseguir ejemplares adicionales de la obra; pero eso fue lo que se hizo, y la gente de Inglaterra recibió la Biblia en su propio idioma. De ese modo la luz de la Palabra de Dios comenzó a proyectar sus brillantes rayos en medio de las tinieblas. Una mano divina estaba preparando el camino para la gran Reforma.

La apelación que se hizo a la razón humana levantó a los hombres de la pasiva sumisión a los dogmas del papado. Las Escrituras fueron recibidas con beneplácito por los miembros de las clases altas de la sociedad, que eran las únicas que en aquella época tenían cierto conocimiento de las letras. En ese entonces Wycliffe enseñó las doctrinas características del protestantismo, es a saber, la salvación por la fe en Cristo y la infalibilidad de las Escrituras solamente. Muchos sacerdotes se unieron a él para distribuir ejemplares de la Biblia y predicar el Evangelio, y tan grande fue el efecto de esas labores y de sus escritos que la nueva fe fue aceptada por casi la mitad de los habitantes de Inglaterra. El reino de las tinieblas tembló.

Los esfuerzos de sus enemigos para detener sus labores y destruir su vida fueron en ambos casos fracasos completos, y al cumplir 61 años falleció en paz mientras servía junto al altar. 355

La Reforma se difunde.
Gracias a los escritos de Wycliffe, Juan Huss de Bohemia se sintió inducido a renunciar a muchos de los errores del catolicismo y a dedicarse a la obra de la Reforma. Como Wycliffe, Huss era un noble cristiano, un hombre de cultura y de devoción inquebrantable a la verdad. Su invitación a escudriñar las Escrituras y sus osadas denuncias de la vida escandalosa e inmoral del clero despertaron amplio interés y miles aceptaron alegremente una fe más pura. Eso excitó la ira del papado, los prelados, los sacerdotes y los monjes, y se intimó a Huss a comparecer ante el concilio de Constanza para defenderse de la acusación de herejía. El emperador alemán le concedió un salvoconducto, y al llegar a Constanza el papa personalmente le aseguró que no se cometería ninguna injusticia con él.

Después de un largo juicio, durante el cual se aferró a la verdad, se requirió de Huss que eligiera entre abandonar sus doctrinas o ser condenado a muerte. Aceptó el destino de los mártires, y después de ver cómo se entregaban sus libros a las llamas él mismo fue quemado en la hoguera. En presencia de los dignatarios de la iglesia y el estado reunidos en esa ocasión, el siervo de Dios elevó una solemne y fiel protesta contra las corrupciones de la jerarquía papal. Su ejecución, en vergonzosa violación de las más solemnes y públicas promesas de protección, pusieron en evidencia ante todo el mundo la pérfida crueldad de Roma. Los enemigos de la verdad, aunque sin saberlo, estaban fomentando la causa que vanamente procuraban destruir.

A pesar de esa violenta persecución, una protesta tranquila, devota y fervorosa contra la corrupción prevaleciente de la fe religiosa continuo manifestándose 356 después de la muerte de Wycliffe. Tal como los creyentes de los días apostólicos, muchos sacrificaban generosamente sus posesiones mundanales por la causa de Cristo.

Se hacían enérgicos esfuerzos para fortalecer y extender el poder papal, pero mientras los papas seguían pretendiendo que eran los representantes de Cristo, sus vidas eran tan corrompidas que disgustaban a la gente. Mediante la ayuda del invento de la imprenta las Escrituras circularon con mayor amplitud, y muchos fueron inducidos a ver que las doctrinas del papado no tenían apoyo en la Palabra de Dios.

Cuando un testigo se veía obligado a deponer la antorcha de la verdad, otro la tomaba de su mano y con valor indomable la mantenía en alto. La batalla que comenzaba daría como resultado la emancipación, no sólo de individuos e iglesias, sino de naciones también. A través del abismo constituido por centenares de años los hombres extendieron las manos para aferrarse de la de los lolardos de la época de Wycliffe. Con Lutero comenzó la reforma en Alemania. Calvino predicó el Evangelio en Francia; Zwinglio lo hizo en Suiza. El mundo despertó de su sopor secular, y de país en país resonaron las mágicas palabras: "Libertad religiosa". 357


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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