jueves, 9 de junio de 2011

23. “LA ENTRADA EN LA TIERRA PROMETIDA”


Despues de la muerte de Moisés, Josué había de ser el dirigente de Israel que tendría que conducirlos a la tierra prometida. Había sido su primer ministro durante la mayor parte del tiempo que los israelitas dedicaron a peregrinar por el desierto. Había visto las, maravillosas obras realizadas por Dios por medio de Moisés, y comprendía bien la disposición del pueblo. Era uno de los dos espías que fueron enviados a explorar la tierra prometida, y uno de los dos que dio un fiel informe de su riqueza y que los animó a poseer la tierra con el poder de Dios. Estaba bien calificado para llevar a cabo esa importante tarea. El Señor prometió a Josué que estaría con él como había estado con Moisés, y que obraría para que Canaán le resultara fácil de conquistar, con la condición de que fuera fiel y guardara todos sus mandamientos. El estaba preocupado por saber cómo cumpliría su comisión de conducir al pueblo a la tierra de Canaán, pero estas palabras de ánimo disiparon sus temores.

Josué mandó a los hijos de Israel que se prepararan para un viaje de tres días, y ordenó a todos los hombres de guerra que estuvieran listos para la batalla. "Entonces respondieron a Josué, diciendo: Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos adonde quiera que nos mandes. De la 180 manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti; solamente que Jehová tu Dios esté contigo, como estuvo con Moisés. Cualquiera que fuere rebelde a tu mandamiento, y no obedeciere tus palabras en todas las cosas que le mandes, que muera; solamente que te esfuerces y seas valiente".

El cruce del Jordán por parte de los Israelitas debía ser milagroso. "Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros. Y habló Josué a los sacerdotes, diciendo: Tomad el arca del pacto, y pasad delante del pueblo. Y ellos tomaron el arca del pacto y fueron delante del pueblo. Entonces Jehová dijo a Josué: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo".

El cruce del Jordán
Los sacerdotes debían ir al frente del pueblo y llevar el arca que contenía la ley de Dios. Y cuando sus pies tocaron los bordes del Jordán, las aguas se separaron comenzando por arriba, y los sacerdotes pasaron llevando el arca que era un símbolo de la presencia divina; y la hueste de los hebreos los siguió. Cuando los sacerdotes llegaron al medio del Jordán, se les ordenó que permanecieran en el lecho del río hasta que pasara toda la hueste de Israel. En esa ocasión la generación de israelitas que vivía en ese momento se convenció de que las aguas del Jordán estaban sometidas al mismo poder que sus padres habían visto manifestarse ante ellos en el Mar Rojo cuarenta años antes. Muchos de ellos habían pasado el Mar Rojo cuando eran niños. 181 Ahora cruzaron el Jordán como hombres de guerra, perfectamente bien equipados para la batalla.

Cuando las huestes de Israel cruzaron el Jordán, Josué ordenó a los sacerdotes que salieran del río. Tan pronto como éstos, que llevaban el arca del pacto, salieron del río y estuvieron en pie en tierra seca, el Jordán comenzó a avanzar como antes y recuperó todos sus límites previos. Este maravilloso milagro llevado a cabo en favor de los israelitas aumentó grandemente su fe. Para que no fuera olvidado jamás, el Señor intimó a Josué a ordenar a hombres notables, uno de cada tribu, que sacara piedras del lecho del río, en el lugar donde los pies de los sacerdotes habían estado mientras la hueste hebrea lo cruzaba, para llevarlos sobre los hombros, y levantar un monumento en Gilgal, a fin de conservar el recuerdo del hecho de que Israel cruzó el Jordán por tierra seca. Después que los sacerdotes hubieron salido del Jordán, Dios retiró su mano poderosa y las aguas se abalanzaron como una tremenda catarata para seguir su curso.

Cuando todos los reyes de los amorreos y los cananeos oyeron que el Señor había detenido las aguas del Jordán delante de los hijos de Israel, sus corazones se disolvieron de temor. Los israelitas habían dado muerte a dos de los reyes de Moab, y su cruce milagroso por en medio de las aguas impetuosas y arrolladoras del Jordán los llenaron de tremendo terror. Josué circuncidó entonces a toda la gente que había nacido en el desierto. Después de esta ceremonia celebraron la Pascua en las llanuras de Jericó. "Y Jehová dijo a Josué Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto".

Las naciones paganas habían denigrado a Jehová y a su pueblo porque los hebreos no habían poseído la tierra de Canaán que esperaban ocupar inmediatamente 182 después de salir de Egipto. Sus enemigos triunfaron cuando ellos permanecieron peregrinando tanto tiempo en el desierto, y se envalentonaron y ensoberbecieron delante del Señor al declarar que no era capaz de llevarlos a la tierra de Canaán. Pero ahora habían cruzado en seco el Jordán y ya sus enemigos no podían echarles nada más en cara.
El maná había seguido cayendo hasta ese momento; pero ahora que los israelitas estaban a punto de poseer Canaán y comer del fruto de la tierra ya no lo necesitaban más, y dejó de caer.

El capitán de las huestes de Jehová
Cuando Josué se apartó de los ejércitos de Israel para meditar y pedir a Dios que su presencia lo acompañara de una manera especial, vio a un hombre de elevada estatura, revestido de atuendos militares, con una espada desnuda en la mano. Josué no estaba seguro si pertenecía o no a los ejércitos de Israel, pero tampoco parecía enemigo. En su celo se aproximó a él y le dijo: "¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? El respondió: No; mas como príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo".

No era un ángel común. Era el Señor Jesucristo que había conducido a los hebreos por el desierto envuelto en la columna de fuego de noche y en la columna de nube de día. El lugar era santo por causa de su presencia; por eso se le ordenó a Josué que se descalzara. 183

Entonces el Señor instruyó a Josué en cuanto a lo que debía hacer para tomar Jericó. Todos los hombres de guerra recibieron la orden de rodear la ciudad una vez por día durante seis días, y cuando llegara el séptimo debían rodearla siete veces.

La toma de Jericó
"Llamando, pues, Josué hijo de Nun a los sacerdotes, les dijo: Llevad el arca del pacto, y siete sacerdotes lleven bocinas de cuerno de carnero delante del arca de Jehová. Y dijo al pueblo: Pasad, y rodead la ciudad; y los que están armados pasarán delante del arca de Jehová. Y así que Josué hubo hablado al pueblo, los siete sacerdotes, llevando las siete bocinas de cuerno de carnero, pasaron delante del arca de Jehová y tocaron las bocinas; y el arca del pacto de Jehová los seguía.

"Y los hombres armados iban delante de los sacerdotes y tocaban las bocinas, y la guardia iba tras el arca, mientras las bocinas sonaban continuamente. Y Josué mandó al pueblo diciendo: Vosotros no gritaréis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca, hasta el día que yo os diga: Gritad; entonces gritaréis. Así que él hizo que el arca de Jehová diera una vuelta alrededor de la ciudad, y volvieron luego al campamento, y allí pasaron la noche".

La hueste hebrea marchaba en perfecto orden. Primero iba un grupo selecto de hombres armados, revestidos de sus atuendos militares, no para manifestar su pericia con las armas, sino para creer y obedecer las órdenes que se les dieran. A continuación seguían siete sacerdotes con trompetas. Enseguida venía el arca de Jehová, de oro resplandeciente, con un halo de gloria que la envolvía, llevada 184 por sacerdotes cubiertos de sus ricas vestimentas especiales que ponían de manifiesto su cargo sagrado. El vasto ejército de Israel seguía en perfecto orden, y cada tribu avanzaba bajo su respectivo estandarte. Así rodearon la ciudad con el arca de Dios. No se escuchaba ruido alguno a no ser las pisadas de la poderosa hueste, y el solemne sonido de las trompetas, cuyos ecos se extendían por las colinas y por toda la ciudad de Jericó.

Con asombro y alarma los vigías de la ciudad condenada observaban cada movimiento y lo comunicaban a los que ejercían autoridad. No podían decir qué significaba todo ese espectáculo. Algunos se burlaban de la idea de que la ciudad pudiera ser tomada de esa manera, pero otros estaban despavoridos al contemplar el esplendor del arca y el aspecto solemne y digno de los sacerdotes y del ejército de Israel que los seguía, con Josué al frente. Recordaban que cuarenta años antes el Mar Rojo se había partido en dos ante ellos, y que hacía poco se había abierto un camino para que pudieran cruzar el Jordán. Estaban demasiado aterrorizados para hacer bromas. Se esmeraban en mantener cerradas las puertas de la ciudad, y en poner a poderosos guerreros para que las guardaran.

Durante seis días los ejércitos de Israel dieron vueltas en torno de la ciudad. En el séptimo día la rodearon siete veces. A la gente se le ordenó, como siempre, que guardara silencio. Solamente debía oírse el sonido de las trompetas. El pueblo debía estar atento, y cuando los trompetistas emitieran un sonido más prolongado, debían clamar a gran voz porque Dios les había entregado la ciudad. "Al séptimo día se levantaron al despuntar el alba, y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera siete veces; solamente ese día dieron vuelta alrededor de 185 ella siete veces. Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad... Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas, y aconteció que cuando el pueblo hubo oído el sonido de la bocina, gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó. El pueblo subió luego a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron".

Dios quería demostrar a los israelitas que no podían atribuirse la conquista de Canaán. El Capitán de las huestes de Jehová venció a Jericó. El y sus ángeles estaban implicados en esa victoria. Cristo ordenó a los ejércitos del cielo que derribaran los muros de Jericó y prepararan así una entrada para Josué y los ejércitos de Israel. Dios, mediante este maravilloso milagro, no solamente fortaleció la fe de su pueblo en su capacidad de subyugar a su enemigos, sino que los reprendió por su anterior incredulidad.

Jericó había desafiado a los ejércitos de Israel y al Dios del cielo. Y cuando contemplaron la hueste de Israel que marchaba alrededor de su ciudad cada día, sus habitantes se sintieron alarmados. Pero contemplaban sus poderosas defensas, sus muros elevados y sólidos, y se sentían seguros de que podrían resistir cualquier ataque. Pero cuando sus poderosos muros de repente se resquebrajaron y cayeron con un estrépito semejante al de un fortísimo trueno, quedaron paralizados de terror y no pudieron ofrecer resistencia.

Josué, dirigente sabio y consagrado
El carácter santo de Josué no ostentaba mancha alguna. Era un sabio dirigente. Su vida estaba totalmente dedicada a Dios. Antes de morir reunió a las 186 huestes hebreas y siguiendo el ejemplo de Moisés recapituló sus peregrinaciones por el desierto y también la obra misericordiosa llevada a cabo por el Señor en favor de ellos. Acto seguido les habló con elocuencia. Les contó que el rey de Moab estaba en guerra con ellos y había llamado a Balaam para que los maldijera; pero Dios no quiso "escuchar a Balaam, por lo cual os bendijo repetidamente". Después les dijo: "Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al u otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová".

"Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos".

El pueblo renovó su pacto con Josué. Le dijeron: "A Jehová nuestro Dios serviremos, y su voz obedeceremos". Josué escribió las palabras de este pacto en el libro que contenía las leyes y los estatutos dados a Moisés. Recibió el amor y el respeto de todo Israel, y su muerte fue sumamente lamentada. 187


(La Historia de la Redención de E.G.de White)

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