Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio;
no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo. 1 Cor. 1:17.
Los que leen y escuchan las sofisterías que predominan en esta época, no conocen a Dios tal como es. Contradicen la Palabra del Señor, exaltan y adoran a la naturaleza en lugar del Creador.
Aunque podemos discernir la obra de Dios en las cosas que creó, éstas no son Dios. La voz de la naturaleza se oye por la influencia que tiene sobre los sentidos. Su voz, declara la Palabra, se escucha hasta el fin del mundo.
La creación física da testimonio de Dios y de Jesucristo como excelso Creador de todas las cosas. "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Juan 1:3,4).
El salmista testifica: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz" (Sal. 19:1-3).
El pagano inculto aprende sus lecciones a través de la naturaleza y de sus propias necesidades,
e insatisfecho con las tinieblas se esfuerza por alcanzar la luz, buscando a Dios en la Primera Gran Causa.
En el libro de Génesis se registran varias maneras en las que el Señor habla. Pero es sorprendente
el contraste entre la revelación del Altísimo en dicho libro y las ideas de los gentiles.
Muchos filósofos paganos tuvieron un conocimiento de Dios que era puro, pero la degeneración,
el culto a las cosas creadas, comenzó a oscurecer ese conocimiento. Las obras de las manos de Dios en el mundo natural: el sol, la luna y las estrellas, fueron veneradas.
En la actualidad, los hombres aseveran que las enseñanzas de Cristo con respecto a Dios no pueden verificarse por medio de las maravillas del mundo natural, porque la naturaleza no se halla en armonía con el Antiguo y Nuevo Testamento.
Esta supuesta falta de conformidad entre aquélla y la ciencia no existe. La Palabra del Dios de los cielos no concuerda con la ciencia humana, pero está en perfecto acuerdo con su propia ciencia creada.
El Dios vivo merece nuestro pensamiento, nuestra alabanza, nuestra adoración como Creador del mundo, como Creador del hombre. Debemos alabar a Dios porque fuimos maravillosamente hechos. El no ignoró nuestra esencia cuando fuimos formados en secreto. Sus ojos vieron nuestro ser, aún siendo imperfectos, y en su libro fueron escritos todos nuestros miembros cuando, sin embargo,
no existía ninguno de ellos.
El sopló en nuestra nariz el aliento de vida. La inspiración de Dios nos ha dado entendimiento.
Las facultades del hombre fueron puestas en actividad por el Señor y pueden mantenerse sanas
e íntegras si se las utiliza inteligente y proporcionalmente.
(Manuscrito 117, del 21 de septiembre de 1898,
(Manuscrito 117, del 21 de septiembre de 1898,
"Un Dios personal"). EGW MHP
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