viernes, 16 de mayo de 2025

38. “LOS DE ARRIBA”

 
Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos (Mateo 19:23).

Mucha gente piensa que los ricos pueden obtenerlo todo, o casi todo. 

Por eso, los desprecia, los envidia, o los busca interesadamente. 

Pero pocos notan el drama que suelen ocultar los billetes.

 ¿Es realmente feliz el hombre rico? ¿Cuáles son sus verdaderas ambiciones? ¿Y sus necesidades? ¿Qué ocurre cuando el dinero ya no puede satisfacerles?

“Los millonarios se defienden solos. A los humildes hay que ayudarlos sin cesar”. Así decía el abogado y periodista Eduardo Santos. 

Sin embargo, los ricos no siempre pueden defenderse solos. Ellos, como todos, no pueden impedir el peso de los años, ni de las circunstancias adversas; y hasta sufren más intensamente el drama de la soledad. 

El príncipe Carlos de Gran Bretaña, en una entrevista que concedió para un diario londinense, declaró: “A medida que pasan los años, más solo me encuentro”. Dijo además, que quienes buscan su amistad, a menudo lo hacen por un motivo determinado. 

Y Paul Getty, en su tiempo el hombre más rico del mundo, interrogado cierta vez acerca de lo que puede desear un hombre tan poderoso, contestó: “Tener diez años menos”. 

El dinero de los Kennedy tampoco pudo impedir la muerte y la enfermedad de varios miembros de esa familia. Ciertamente, hay cosas contra las cuales los ricos –tal como los pobres– no pueden defenderse solos.

San Pablo dijo que “raíz de todos los males es el amor al dinero” (1Timoteo 6:10), y explicó: “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (versículo 9). 

Ya Jesús lo había advertido: “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (Mateo 19:23).

El dinero es útil; es necesario. Las declaraciones que hemos citado no implican que todos los ricos son malos, ni más pecadores que los pobres. 

Abraham, aquel a quien la Biblia se refiere como “amigo de Dios”, era un hombre rico. Job, también lo fue. Y Salomón. 

El caso no es ser o no ser un hombre rico. Lo importante es que las riquezas ocupen su verdadero sitio en nuestras vidas; y que por encima de los materiales, procuremos los valores eternos.

Cuando Jesús señaló cuán difícil es para un hombre rico entrar en el reino de los cielos, agregó: “Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).

El amor, la paz interior, y la inmortalidad son bienes demasiado caros para poder ser comprados con dinero. Pero Dios los regala a todo aquel que cree en Jesucristo. Ricos y pobres, los de abajo y los de arriba, podemos confiar. 

La Voz.org

 

37. “VITRINA DE SU AMOR”

 
 El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Juan 14:9).

 Abrí la Biblia para leerle un versículo, y entonces sucedió; fue como si hubiera disparado un misil. Se lanzó de su asiento y cuando aterrizó, vino a parar tan cerca de mi cara que me sentí como domador de león, con la cabeza dentro del animal –salvo que, en mi caso, este ́leóń no tenía aspecto de estar muy ́domadó–. Salieron en estrepitosórugidó las siguientes palabras: “¡Cierra ese libro! ¡No abras ese libro!”

 Ese hombre, que por su pelo rojizo y genio candente le llaman “El Colorao”, más tarde, ese día, me confesaría: “No sé lo que es amar”. 

Este cuadro no es más que un retrato de nuestro mundo actual; hostil a las cosas de Dios, pero sintiendo en el alma el vacío resultante de ese enajenamiento.

 Para un mundo tal, Dios tiene un “de tal”, es decir, “de tal manera amó Dios al mundo...” (Juan 3:16). 

Las buenas nuevas del evangelio, el urgente y perentorio mensaje del cielo para todos y cada uno de los habitantes de este mundo: que Dios nos ama con un amor incomparable, con un amor de otro mundo.

 Y todo ese amor está recogido y contenido en un solo envase cósmico, es a saber, en la persona de Jesús. El amor de Dios hecho carne y huesos. “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito...” El amor de Dios nos llega ́en Jesúś. Él es la vitrina donde ese amor de Dios fue mostrado y demostrado. Jesús afirmó: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

 Nuestro futuro yace en ese amor: “según nos eligió en él [Cristo], para que fuésemos santos y sin mancha... en amor”; “para que todo aquel que en él crea no se pierda mas tenga vida eterna” (Efesios 1:4; Juan 3:16).

 La Biblia enfatiza que “por una justicia vino la gracia a todos los hombres” (Romanos 5:18). Todos estamos incluidos. “El Colora(o)” de nuestra historia abrió su corazón a ese amor de Dios en Jesús. 

Un día me pidió que me llevara todas sus botellas de whisky y ron (que eran muchas). 

Salí de su casa un tanto preocupado por el extraño cargamento que llevaba. 

¡Qué dirían los que me vieran! Esa tarde se “emborrachó” la tubería de mi casa. 

¡Qué habrá pensado el basurero, al ver tantas botellas de licor vacías en la casa de un predicador! Pero, ¡cuánto gozo en el cielo! ¡Cuánto amor en Jesús!   

La voz.org

martes, 13 de mayo de 2025

36. “AUTODISCIPLINA DEL ANIMO

 

Siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón (2 Corintios 3:3).

Desde el ABC de Madrid, Gonzalo Fernández De La Mora afirmaba que “las consecuencias más graves y espectaculares” del “vacío moral” son “el desorden de las costumbres y el incremento de la angustia vital”. 

Pero, también dudaba de la eficacia de la imposición de reglas y dogmas. ¿Cómo –entonces— resolver este conflicto? ¿Podrá lograrse que la moral libre resulte en vidas ordenadas, productivas, y por ende, gozosas?

–Mamá, ¿esta artista de cine, tiene niños?...

–Di, mamá, ¿esta actriz que sale en esta revista, tiene niños?

La pregunta –a la que alude Natalia Figueroa en su artículo: “Vergüenza ajena”– refleja en su insistencia la inquietud creciente de un niño de once años que hojea una revista, en cuyas páginas descubre fotografías de actrices en poses y ropas provocativas. 

Por tercera vez va. –Oye, mamá, esta señora ¿tiene algún hijo? La madre, que antes ha contestado distraídamente, siente ahora curiosidad: “¿Por qué te interesa tanto saber si las artistas tienen o no tienen hijos?” 

El niño calla. “¿Por qué me preguntas siempre lo mismo? ¿Por qué te importa que las artistas tengan hijos?” Al fin, el chiquilín contesta. –¡Qué vergüenza debe pasarse en el colegio siendo el niño de esas señoras!

El niño ajeno a aquellas madres sufre por los hijos de ellas. Pero su sufrimiento y el de los otros niños no surten efecto. Porque el que su actitud afecte a otros rara vez promueve cambio alguno en quienes, justamente por no pensar más que en ellos mismos, hacen sólo los que les da la gana, porque les da la gana. Lo paradójico, sin embargo, es que tampoco ellos son felices.

Según Fernández De La Mora, el vacío moral de nuestra sociedad requiere “no unos mandamientos dictados, sino íntimamente redescubiertos. No unos vetos externos, sino una autodisciplina del ánimo”. Y esto es y fue siempre necesidad. De ahí que el propósito de Dios es: “Porque pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que ... guardéis mis preceptos” (Ezequiel 36:27). 

La moral, amigo lector, sólo tiene sentido y eficacia cuando no es por pose ni imposición; cuando –por la aceptación voluntaria de Jesucristo como Salvador y Guía de nuestras vidas– la ley de Dios nos es escrita “no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios 3:3).

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35. “EL TESTIMONIO DE JESÚS”


Vosotros escudriñáis las Escrituras, pues en ella pensáis que tenéis vida eterna, mas ellas son las que dan testimonio de mí (Juan 5:39).

Decía Karl Barth que leer la Biblia es como asomarse a la ventana y ver que toda la gente de la mira hacia el cielo, contempla algo que nosotros no podemos ver desde el interior. Todos señalan hacia arriba, pronuncian palabras extrañas y se muestran excitadísimos: algo que está más allá de nuestro campo visual ha captado su atención e intenta llevarlos “de un lugar a otro, siguiendo un plan extraño, intenso, incierto y, a pesar de ello, misteriosamente bien trazado”. 

Leer la Biblia equivale a tratar de leer lo que expresan esos rostros. Escuchar las palabras bíblicas es procurar aprender la extraña, peligrosa y obligante palabra que ellos parecen escuchar.

Abrahán y Sara, por cuyas ancianas mejillas corren lágrimas de alegría incrédula cuando Dios les dice que cumplirá su promesa y les dará el hijo que siempre han anhelado; el rey David que, en su alegría, danza semi-desnudo delante del arca; Pablo, herido por un rayo en el camino de Damasco; Jesús, crucificado entre dos pillos, con el rostro escupido por la soldadesca romana: todos ellos miran hacia arriba, y escuchan.

¿Cómo puede el hombre del siglo XXI, con todas sus inhibiciones, tratar de ver lo que ven y de oír lo que oyen? Alguien ha recomendado al lector de la Biblia a que no se lance en busca de las respuestas que da, antes de tomar tiempo para escuchar las preguntas que formula. 

Todos nosotros tenemos dudas y preguntas que hacer a propósito de cosas que hoy interesan mucho, pero que mañana ya se habrán olvidado: los dónde, cómo y por qué surgidos día tras día en casa y en el trabajo.

En cambio tendemos a olvidar dudas y preguntas que siempre importan: vitales interrogantes acerca del significado, el propósito y el valor de la existencia.

Así pues, quizá la razón más importante de que convenga leer la Biblia es que tal vez en alguna de sus páginas aguarde al lector la pregunta que, aunque cuando haya fingido no escuchar, constituye el eje de su existencia.

Tales como: ¿De qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Mateo 16:26) ¿Qué es la verdad? (Juan 18: 38) 

¿Qué debo yo hacer para conseguir la vida eterna? (Lucas 10:25).

La respuesta a estas y otras preguntas nos llevarán indefectiblemente a Jesús.

Él declara: “Vosotros escudriñáis las Escrituras, pues en ella pensáis que tenéis vida eterna, mas ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).

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34. ¿HAY LUGAR PARA MÍ?

¿Tenemos acaso parte o heredad en la casa de nuestro padre? (Génesis 31:14)

No hay dolor tan difícil de soportar como el que siente quien se ve desvinculado de todos, sin nadie a quien “pertenecer” en una entrega inquebrantable de amor y fidelidad. La libertad aparente de quien no tiene raíces en ninguna parte es un doloroso engaño.

Hubo dos muchachas cuyo padre era frío y distante, y las hacía sentirse huérfanas. Era muy buen proveedor para la familia: buena casa, dinero en abundancia, pero al igual que muchos casos de hoy, escasez de amor. 

Las hijas no se sentían vinculadas a su padre por lazos afectivos, y sufrieron severas privaciones emocionales, aún después de haberse casado.

Estas dos hermanas se llamaban Raquel y Lea, y el nombre del padre era Labán. Su triste historia está registrada en la Biblia, en el capítulo 31 de Génesis. El padre tenía el corazón tan duro que estaba dispuesto a dejarlas ir del hogar sin darles parte en la herencia, a pesar de ser lo que hoy llamaríamos un millonario. 

Las dos pensaban qué podrían hacer. La pregunta que se hacían era: “¿Tenemos ya parte o herencia en la casa de nuestro padre?”

Ellas pensaban en “la casa” de su propio padre. Pero nosotros nos referimos aquí a la casa de un Padre mucho mayor. En el Padrenuestro, la oración modelo, Jesús nos invita a todos a considerar a Dios como nuestro Padre que está en el cielo.

 La Palabra de Dios enseña que todos llevamos en nuestro corazón esa profunda convicción que nos ha sido impartida por el ministerio del Espíritu Santo. 

El diablo puede esforzarse por hacernos olvidar que tenemos un Padre rico en el cielo, y que allí está nuestra herencia; esta convicción permanecerá arraigada en nuestro corazón, a menos que resolvamos deliberadamente expulsarla de allí. 

Por lo tanto, si Dios es tu Padre –y ten por cierto que así es– entonces es un hecho que tienes lugar en su casa. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas”, dijo Jesús en S. Juan 14:2. 

Sí, hay lugar para ti.

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