martes, 11 de octubre de 2011

140. “POR SUS FRUTOS”


Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. Mat. 7:16, 17.

La redención eterna nunca pareció tan extraordinariamente preciosa como en este tiempo presente, y nunca antes he sentido más profundamente el anhelo de vencer en cada punto como lo siento ahora. No debe haber defectos en nuestro carácter, ninguno. Cada mancha y arruga debe ser borrada por la sangre del Cordero. Nuestros rasgos peculiares de carácter desaparecerán cuando el poder transformador de la gracia de Dios se sienta en nuestros corazones. Los frutos de paciencia, amabilidad, tolerancia y abnegación que producimos testificarán, que hemos aprendido de Jesús.

El fruto del árbol testifica si éste es bueno o corrupto. Ningún buen árbol puede producir frutos malos. Ni el árbol malo producir buen fruto. Por sus frutos los conocerán. Hablemos y obremos para que nuestros frutos puedan ser de justicia, y dejemos brillar nuestra luz en buenas obras. La profesión no significa nada. Dios aprobará solamente una vida piadosa. . . Estoy decidida a obtener la victoria sobre el yo. . . Estoy decidida a ocultar mi vida con Cristo en Dios. Rogaré al trono de la gracia pidiendo poder y luz a fin de que los pueda reflejar sobre otros, y las almas puedan ser salvadas.  

 El gran deseo que se observa en esta época en el mundo es tener más poder. Yo quiero más gracia, más amor, una experiencia viviente más profunda y fervorosa. El cristiano que se oculta en Jesús tiene a su disposición un poder sin medida que aguarda para ser concedido. Una fe viva abre los almacenes del cielo y trae el poder, la resistencia y el amor que son tan esenciales para el soldado cristiano. Esposo, no perdamos la recompensa eterna. Hemos sufrido demasiado en el campo de batalla para ser derrotados ahora por cualquier enemigo. Debemos salir totalmente victoriosos.

Deseamos que nuestros últimos días sean los más triunfantes. Y ello puede ser así. Dios quiere que sea así. Si oramos mucho y usamos diligentemente los medios que están a nuestro alcance, no vacilaremos, no fracasaremos. . . No deseamos honor mundanal. No tengo interés en ello. 
 Anhelo el "bien hecho" procedente de los labios de mi Redentor, que sonará como música en mis oídos. Por esto trabajaré. Haré lo correcto, porque amo lo correcto. Obedeceré a Dios no importa cuánto me cueste, y me será dada la corona de la vida en el más allá.
 (Carta 28, del 20 de mayo de 1880, una carta privada a Jaime White). 
(Alza tus Ojos de E. G. de White)

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