Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía. Salmos 37:6.
La humildad es un don que se necesita muchísimo. Si se la estimara, sería un ornamento de gran valor a los ojos de Dios. Es esencial en el trabajo. Pero no hay virtud alguna en el pensamiento de que la humildad estriba en una incompetencia barata. Aunque la humildad es siempre esencial en el servicio de Dios, aunque siempre debe ser cultivada, hay que tener cuidado de que no degenere en la timidez que lleva a los hombres a vacilar cuando las circunstancias requieren que ellos defiendan la verdad con firmeza. No debe ofrecerse a Dios un servicio parcial. Dios ha asignado a cada hombre su obra. Cada uno ha de ser un canal por medio del cual el Señor pueda obrar para comunicar la voluntad del Cielo...
Hay obligaciones arduas y desagradables que deben realizarse. Nadie ha de colocarse donde sancionará el error con su silencio. Al mantener sus labios cerrados ayudan y encubren los artificios del enemigo, cuando deberían hablar decididamente, aunque no en un tono jactancioso o altanero. Han de enunciar la verdad con amor. . .
Dios, en su gran misericordia, dará a todo su pueblo creyente eficiencia y poder para su obra y servicio, así como dio a José, Samuel, Daniel, Timoteo y tantos otros que se valieron de sus promesas. Creyeron en El y dependieron de Él, y ésta fue su justicia. Hombres y mujeres deben avanzar por fe. Tienen que abrirse camino a través de la nube de objeciones que Satanás provoca para impedir su progreso. Cuando Dios vea que confiarán en El cómo su ayudador y eficiencia, podrán atravesar sin riesgos las profundas tinieblas de la falta de consagración de los hombres.
Sin la ayuda constante que proviene sólo del Señor, aun aquellos a quienes se considera los creyentes más destacados están en peligro de caer en los pecados que Satanás ha preparado para deshonrar a Dios. Todos los que afirmen ser creyentes, recuerden que solamente cuando posean la fe que obra por amor y purifica el alma, solamente cuando tengan el gozo de la salvación de Cristo en el corazón, estarán capacitados para guiar a los pecadores al arrepentimiento y a la reforma. El creyente genuino es quien no sólo asiente a la verdad sino que cree en ella y la práctica, quien no se siente satisfecho a menos que tenga junto a sí la presencia de Dios, quien constituye un poder para bien en el mundo. . .
Cristo, quien dio su vida por la vida del mundo para que todo aquel que en él crea no se pierda más tenga vida eterna, es el verdadero Guardián de la casa. . . Somos preservados por el poder de Dios. La presencia y la gracia de Cristo es el secreto de toda vida y luz.
(Carta 79, del 11 de julio de 1901, dirigida a A. G. Daniells).
(Alza tus Ojos de E. G. de White)
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