domingo, 26 de febrero de 2012

217. “ESCRITO PARA NUESTRA ADMONICIÓN”


Oíd otra parábola: Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Mat. 21:33. 

Esta parábola tiene gran importancia para todos aquellos a quienes se les confían responsabilidades en el servicio del Señor. Dios apartó a un pueblo para que fuese educado por Cristo. 
 Lo llevó al desierto para prepararlo para su obra, y allí le dio el código más elevado de moral; 
su santa ley. A él le fue encomendado el libro de instrucción de Dios, las Escrituras del Antiguo Testamento. Oculto en la columna de nube, Cristo lo guió en su vagar por el desierto. Por su propio poder transplantó la vid silvestre de Egipto a su viña. Bien podía Dios preguntar. 
 "¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?" (Isa. 5:4).

Es imposible enumerar las ventajas que el Señor preparó para el mundo al hacer a la nación judía depositaria de sus abundantes tesoros de sabiduría. Ellos fueron el objeto de su especial favor. 
 Como pueblo que conocía y respetaba la verdad de Dios, debía comunicar los principios de su reino. Fueron instruidos por el Señor. No les ocultó nada que fuera beneficioso para la formación de caracteres que los haría representantes idóneos de su reino. 

 Sus festividades, la pascua, el pentecostés, la fiesta de los tabernáculos y las ceremonias que se realizaban en esas ocasiones, debían proclamar las verdades que Dios había confiado a su pueblo. 

 En esas reuniones debían mostrar alegría y gozo expresando su agradecimiento por sus privilegios y por el trato misericordioso de su Señor. Así mostrarían a un mundo que no conocía a Dios que el Señor no desampara a los que confían en El. Con voces jubilosas debían cantar: "¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío" (Sal. 43:5)... 

La historia de los hijos de Israel fue escrita para nuestra admonición e instrucción, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Aquellos que estén firmes en la fe en estos últimos días, y finalmente sean admitidos en la Canaán celestial, deben escuchar las palabras de advertencia pronunciadas por Jesucristo a los israelitas. Estas lecciones fueron otorgadas a la iglesia en el desierto para que el pueblo de Dios las estudiara y les prestara atención a través de sus generaciones, para siempre.  
 La experiencia del pueblo de Dios en aquel desolado paraje será la de su pueblo en estos tiempos. La verdad es una salvaguarda en todas las edades para los que se mantienen firmes en la fe que fue dada una vez a los santos (Manuscrito 110, del 6 de agosto de 1899, "Los labradores infieles"). 
Alza tus Ojos de E. G. de White

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