Y estaba la tierra llena de violencia (Génesis 6:11).
El reino de los cielos sufre violencia (S. Mateo 11:12).
Por cuestiones políticas, por reyertas familiares, o por las vías comunes del robo y del crimen; como víctimas o como testigos, y aun como protagonistas, nuestros niños y nuestros jóvenes viven hoy cara a cara a la violencia. ¿Qué hacer para contrarrestar su efecto sobre ellos? ¿Cómo evitarles el pan del odio o del miedo?
Todos parecían gozar de los festejos. Todos, excepto aquella niñita de escasos tres años, que aferrada al cuello del abuelo lloraba con desesperación. El ruido y las luces, y la lluvia de fuegos artificiales que tanto deleitaban a los adultos, eran para ella un espectáculo aterrador. Alzaba su manecita como queriendo protegerse, y a la par miraba desconcertada los rostros alegres de los demás. No podía entender por qué ellos permanecían tan tranquilos y hasta contentos en circunstancias como ésas. Para ella, éste, era su primer encuentro con la violencia.
Otras veces, nuestros hijos deben vérselas no con la ficción de una película policial, ni con la aparentemente peligrosa expresión del regocijo popular, sino, con la otra –la premeditada– la auténtica violencia. Y uno, como padre o como madre, quisiera protegerlos, evitarles la entrada al camino del odio o del miedo; pero. . .
¿Qué hacer para lograrlo
Por lo pronto, es esencial que seamos veraces. Si un niño ha visto una escena violenta, real, y está naturalmente impresionado por ello, es absurdo y hasta nocivo, decirle que no fue nada y pedirle que se olvide. Por supuesto, no se espera que uno entre en detalles morbosos para explicar al niño tal o cual hecho delictivo, pero sí es menester informarle con honestidad acerca de lo sucedido, adaptando nuestro lenguaje a su edad y sensibilidad particular.
Por otra parte, el sabe que –pase lo que pase– Dios está junto a nosotros vigilando nuestras pruebas, impidiendo que nos sobrevenga algo que no podamos soportar, o dándonos fuerzas para sobrellevar o resistir según sea necesario, proporciona tanto a los padres como a los hijos, el valor y la serenidad que demandan nuestros días. Sí, aun cuando la violencia pende sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles, podemos vivir con confianza, y transmitir esa confianza a nuestros hijos. Mientras sigamos en las huellas de Jesucristo obtendremos la clave de la paz en medio de la crisis.
Lavoz.org
Debemos estudiar el Modelo, para que el espíritu que habitó en Cristo pueda morar en nosotros. Al Salvador no se lo halló entre los eminentes y honorables del mundo. No empleó su tiempo entre los que buscaban su propia comodidad y deleite. Trabajó para ayudar a los que necesitaban ayuda, para salvar a los perdidos y a los que perecían, para levantar a los caídos... DNC 185
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