Así como por el delito de uno vino la condenación a todos los hombres, así también por la justicia de uno solo, vino a todos los hombres la justificación que da vida.
(Romanos 5: 18 NRV)
¡Nunca desde el comienzo de la historia, se había producido tal crisis! El cielo y la tierra contuvieron el aliento. Los ángeles velaron sus rostros, contemplando horrorizados cómo el divino Hijo de Dios clamaba en su agonía: “¡Padre! ¿Por qué me has desamparado?” Mientras Jesús sufría en la cruz, el destino del mundo y del universo entero pendía en la balanza.
Cuando Jesús murió en la cruz, ¿cuál fue su logro? La respuesta es: “¡Todo!” Antes de su muerte, el Salvador declaró: “He acabado la obra que me encargaste” (Juan 17: 4 NRV). Ese fue el momento cumbre del tiempo y la eternidad, porque había un enemigo en guerra contra Dios. El pecado amenazaba causar la ruina de todo lo que Dios había creado. Sólo por el sacrificio de sí mismo podría el Hijo de Dios hacer que el universo volviera a ser un lugar seguro. Y con su sacrificio nuestra salvación eterna también fue asegurada.
En la cruz, ¿logró Cristo algo real, tangible, en favor de todos los seres humanos, o simplemente trató de hacerlo? La Biblia enseña que mirar a la cruz nos trae la salvación. Y no es asunto de magia o superstición, sino que allí es donde vemos el amor de Dios revelado a nosotros.
Con toda certeza, Cristo logró algo en favor de toda alma humana, más allá de proveer una mera posibilidad de salvarnos. La Biblia nos asegura que el Salvador “es la víctima por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 S. Juan 2: 2). Así como “todos pecaron”, también todos “son justificados gratuitamente por su gracia” (Romanos 3: 24). “Por la justicia de uno solo, vino a todos los hombres la justificación que da vida” (Romanos 5: 18). ¡Preciosa expresión! ¿A todos los hombres? ¡Sí, a todos!
Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no atribuyéndole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación (2 Corintios 5: 19)
Una idea común es que el sacrificio de Cristo no hace nada por nadie si primero la persona no hace algo y “acepta a Cristo”. Según este concepto popular, Jesús se mantiene lejos, con sus divinos brazos cruzados, y espera que el pecador se decida a “aceptar” su oferta. En otras palabras, la gente que cree esto se imagina el proceso como una máquina lavadora en una lavandería pública. El negocio ha hecho provisión de máquinas, pero su uso es condicional. Si no se ponen las monedas, uno se puede quedar esperando todo el día, sin que pase nada. ¿Será ésta una ilustración apropiada para describir el sacrificio de Cristo en la cruz? A muchos les parece razonable, por cuanto explica superficialmente que algunos se perderán en el día final supuestamente porque “no pagaron el precio”.
En primer lugar, Cristo no limitó su sacrificio para beneficiar únicamente a cierto grupo de personas. Al gustar la muerte “por todos” (Hebreos 2: 9), padeció el castigo por el pecado que le corresponde a cada uno.
En segundo lugar, así como “todos” han pecado, también “todos” “son justificados gratuitamente por su gracia”. Esto es lo que sucedió en la cruz. Cuando Dios abrazó a su Hijo, abrazó al mundo entero. ¡Jesús llegó a ser uno con nosotros!
En tercer lugar, debido al sacrificio de Cristo, Dios no les estaba “atribuyendo a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5: 19). En vez de eso, se los atribuyó a Cristo.
¿Significa esto que todos serán salvos? No. Es cierto que Dios anhela que todos se salven, pero no todos elegirán ser salvos. La razón de esto es más profunda que una mera falta de conocimiento o de prontitud en aprovechar la oferta. Los que se pierdan habrán resistido activamente y rechazado reiteradas veces la salvación que Cristo les concediera libremente. Dios ha tomado la iniciativa en el empeño de salvar a “todos los hombres”; pero los seres humanos tienen el poder, la libertad de estorbar y vetar lo que Cristo ya ha hecho por ellos, y de tirar como inservible aquello que ya se les había colocado en sus manos. Dios nos ha concedido la facultad de escoger. No salvará a nadie contra su voluntad.
¡Cristo ya es el Salvador del Mundo! ¡Te ruego que no escojas la incredulidad, que no te permitas vetar lo que Cristo ya es! Deja que te tome de la mano y te guíe al fin de la jornada.
La voz.org
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