lunes, 9 de mayo de 2011

10. “DE NUESTRA ESPECIE”


Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo
(Hebreos 2:17).

En su obra La historia del señor Polly, H. G. Wells decía así de uno de sus personajes: “Él no era tanto un ser humano, sino más bien una guerra civil”. Y su descripción bien podría calzarnos a cualquiera de nosotros. ¿Por qué luchamos en nuestro corazón? ¿Qué motiva nuestros conflictos? ¿Podemos eliminarlos?

Alguien que intentaba alimentar a unos pájaros que merodeaban en su jardín, notó que ni bien él se acercaba, ellos se iban. Y pensó: “Sólo podría convencerlos de que quiero ayudarlos, si fuera como ellos”. Siendo humanos, también nosotros confiamos “en los de nuestra especie”. Necesitamos la comprensión, el apoyo, el estímulo y el ejemplo de otro humano. Buscamos ser amados y aceptados por los nuestros, y sentirnos seguros entre ellos.

Por lo común, ya desde niño el ser humano carece de estos factores total o parcialmente, y si no logra recuperarlos durante el resto de su vida, procura protegerse de la posible hostilidad de otros usando ciertos mecanismos de defensa: un tipo de conducta que le permite justificar y disimular sus verdaderos sentimientos e intereses, pero que no puede suplir su latente necesidad de amor, de aceptación y de seguridad. Así engendra un conflicto que, aunado a sus propios sentimientos de culpabilidad por aquello que sabe que hizo mal, le impide tener paz.

Con todo, es interesante el modo como Dios ha provisto la solución para este caso. Atento a nuestra necesidad humana, envió a su Hijo al mundo “como humano”, y lo hizo portador no sólo de su perdón, sino también de su amor y de su poder, a fin de que en él satisfagamos ampliamente nuestra carencia de amor y seguridad. En Cristo, Dios “suple todo lo que nos falta” (Filipenses 4:19) y por eso mismo produce la paz.

El profeta Isaías afirma que Dios “guardará en completa paz” a todo aquel que mantenga su mente confiada a la dirección divina (Isaías 26:3). Si por fe aceptamos el ofrecimiento de Dios, cesarán todos nuestros conflictos interiores y tendremos paz. Tal es la condición y tal es la promesa; corroborada por la experiencia de San Pablo, quien dijo: “No les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron.

Pero los que hemos creído entramos en su reposo” (Hebreos 4:2, 3).

La voz.org

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