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Nosotros le amamos a él [con ágape] porque él nos amó [con ágape] primero (1 S. Juan 4:19).
Dos amigos viajaban en bicicleta por un camino en Uganda. Samsoni Kalette, que era cristiano, iba a la iglesia ese sábado de mañana, con una Biblia atada a su portaequipajes.
El amigo le preguntó: “¿Todavía crees en ese Libro?” “¡Claro que sí! –respondió Samsoni. “Hace tiempo que nosotros, los Baganda, dejamos de creer en ese Libro –dijo el ciclista no cristiano–. “¿Por qué? –preguntó el cristiano. “Porque ese Libro enseña que hay que amar a los enemigos, y en nuestra tribu nadie puede hacer eso”.
¡Cuán cierto es! Ninguno de nosotros puede amar a quienes nos odian. . . a menos que aprendamos en ese mismo libro, la Biblia, cómo hacerlo. Para expresar ese amor diferente, único, los apóstoles se valieron de una vieja palabra griega que la gente había relegado al sótano de sus mentes; le sacudieron el polvo y la inyectaron de nuevo significado: la palabra, es ágape–.
¿Qué es el ágape?
Admetus era un apuesto joven de la antigua Grecia, a quien todos decían “amar”. Pero se enfermó con una extraña dolencia. El sacerdote pagano dijo que tendría que morir a menos que hubiera alguien que estuviera dispuesto a hacerlo en su lugar. Nadie se ofreció. Aun sus padres dijeron: “¡Oh, sí, amamos a nuestro hijo Admetus; pero lo sentimos mucho; no podemos morir en su lugar”. Por fin, su novia Alcestis –otra versión dice que se trataba de su esposa-- dijo: “¡Yo moriré por Admetus, porque es un hombre tan bueno! El mundo lo necesita”.
Los griegos paganos alzaron sus manos al cielo y dijeron: “¡Esto sí es amor! ¡Esta es la más alta cumbre del amor! ¡Alcestis está dispuesta a morir por un hombre bueno!”
Pero entonces viene el apóstol Pablo y nos dice, en Romanos 5, que ése no es el verdadero amor: “En verdad, apenas hay quien muera por un justo. Con todo, puede ser que alguno osara morir por el bueno” (vers. 7). “Pero Dios demuestra su amor [ágape] hacia nosotros, en que siendo aún pecadores [enemigos, vers. 10], Cristo murió por nosotros”. Amigo lector, esa clase de amor captura y convierte el corazón.
La voz.org
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