viernes, 13 de mayo de 2011

17. "LA ESPADA DE MARÍA"


...Y una espada traspasará tu misma alma (S. Lucas 2:35).
María, la Virgen madre de Jesús, despierta interés en todo el mundo. Y lo que la Biblia dice de ella es también altamente interesante. A María le tocó en suerte ser testigo presencial de la muerte de su Hijo en la cruz. Ahora bien, meditemos en la escena de la cruz. Veamos a la madre de Jesús, contemplar cómo los crueles y rudos soldados le arrancan todas las vestiduras a su Hijo, lo arrojan sobre la cruz tendida en el suelo, se arman de un martillo y tomando rudamente sus muñecas y sus tobillos, le atraviesan su carne temblorosa con los terribles clavos. Luego, levantan la cruz y la dejan caer pesadamente en el hoyo que habían abierto para ella. ¡María, no sabemos cómo sentir lo que sufriste! 
Te identificaste con él.

Pero hubo un dolor todavía mayor que el sufrimiento personal que experimentó María. Mientras ella contemplaba cómo agonizaba su Hijo, se preguntaba qué le sucedería a este pobre mundo, si su Salvador moría para siempre. La Virgen recordaba las palabras del ángel Gabriel que al referirse al bebé Jesús había dicho: “reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (S. Lucas 1:33). Ahora pudo haberse preguntado, ¿cómo puede él ser el Mesías, si le están dando muerte con tanta saña y crueldad? ¿Habré estado engañada todo este tiempo? Mientras cavilaba, seguramente recordó las palabras del anciano Simeón: “He aquí este está puesto por caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu corazón)...” (S. Lucas 2:34, 35). Entonces, María escogió no dudar. “Bienaventurada (o feliz) la que creyó”, le había dicho el ángel. Ahora ella, eligió creer. Y, más tarde, en cuanto la Virgen oyó la noticia que traía María Magdalena, de que Cristo había resucitado de los muertos, en seguida creyó. ¡Qué lección para nosotros! ¡Escojamos nosotros también creer en el Cristo crucificado y resucitado, y seremos... ¡bienaventurados!





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