martes, 10 de mayo de 2011

11. ¿MURIÓ JESÚS POR TODO EL MUNDO?

Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo
(1 S. Juan 2:2).

En la historia del cristianismo han surgido dos escuelas de pensamiento que hoy dominan la teología cristiana. Una de ellas propone que la muerte de Jesús se aplica sólo a “los elegidos”. Según este sistema teológico, Dios ha hecho una “doble predestinación” desde antes de la fundación del mundo.

Es decir, a unos eligió para salvación y a los demás los reservó para perdición. Conforme a la lógica de este razonamiento, cuando Cristo muere en la cruz, lo hace para salvar a sus elegidos de entre los hombres. A este concepto se le ha dado el nombre técnico de “expiación limitada”; “limitada” porque Cristo muere sólo por los elegidos.
La otra escuela modifica brillantemente la primera, mostrando por qué no hay arbitrariedad en la elección divina. Introduce el elemento de la presciencia de Dios. Sencillamente, Dios pudo hacer esta doble predestinación porque sabía de antemano cómo reaccionaría cada persona ante el mensaje de la salvación en Cristo.

Hay que admitir que esta idea parece genial. Y es claro lo que implica: Cristo muere por los pecados de los creyentes, de los que dicen “sí”, y no por los pecados del mundo entero. Pero, ¿qué dice La Escritura? Vamos a limitarnos a citar algunos textos bíblicos, tan claros, que no dejan lugar a dudas. En 1 S. Juan 2:2 el apóstol, dirigiéndose a los creyentes, decía: “Y él (Cristo) es la propiciación por nuestros pecados (los de los creyentes); y no solamente por los nuestros, sino también POR LOS DE TODO EL MUNDO”.

El apóstol Pablo repetidas veces recalcó la misma verdad: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados...” (2 Corintios 5:19). ¿Significa esto que todos se salvan? Tristemente, no. Sí, Dios se ha reconciliado con todos los hombres, pero le toca a cada uno aceptar o rechazar esta realidad. Pero, ¿para qué rechazarla? Digámosle “sí”, y aceptemos el asombroso regalo divino.

La voz.org

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