martes, 10 de mayo de 2011

12. “LA ADICCIÓN”

Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte (Proverbios 14:12)
Una mirada honesta y desprejuiciada al mundo de las drogas, ¿qué revelaría?
¿Dan ellas solución –siquiera parcial– a los conflictos humanos? ¿Por qué se las consume? ¿Hay algo mejor, más eficaz, para responder a las necesidades que inducen a la taxicomanía?

Entrevistas concertadas con adictos y ex-adictos a las drogas revelaron que las causas más frecuentes que inducen a la toxicomanía son tres. Una, la curiosidad, el deseo de experimentar sensaciones nuevas, diferentes y excitantes. Otra, la angustia, el agudo sentimiento de soledad, la impresión de que a nadie le importa realmente qué ocurre con sus vidas. La tercera, el esnobismo, el pensar que, al probar la marihuana, la cocaína o cualquier otro alcaloide, se “está en la onda”, se es moderno, intelectual, bohemio, y liberado de una sociedad cada vez más asfixiante e hipócrita. Pero en los tres casos, como en cualquier otro en que intervienen, las drogas no parecen ser más que una versión nueva del trozo de queso en la trampa de cazar ratones.

Porque, ¿qué viene después de la curiosidad satisfecha? ¿Y el que se sentía solo y sin propósito? ¿Qué amor, qué compañía real, que meta edificante logra por medio de las drogas? ¿Qué liberación consigue el que queda física y psíquicamente dependiente de ellas? ¿Qué intelectualidad aumenta aquel que por efecto de los narcóticos disminuye su poder de concentración y su capacidad retentiva? Por otro lado, si –como también se alega-- la droga representa la protesta contra una sociedad deshumanizada y cosificante que anula al individuo, ¿no es el símbolo elegido totalmente contrario a su proclama? Notemos que los alucinógenos evaden al sujeto de la realidad circundante y por lo mismo impiden su participación responsable contra los males de ella, aislándolo así de los demás seres humanos, lo cual no hace sino deshumanizarlo más.

Hay un camino mejor: que de causa a efecto es eficaz. Y es el evangelio de Jesucristo, porque en vez de evadir la realidad, da fuerzas y sabiduría para participar en ella en forma constructiva, y en vez de esclavizar al individuo, lo humaniza, y lo eleva por encima de su humanidad, pues registra “preciosas y grandísimas promesas” para que por ellas –quienes las aceptemos– lleguemos a ser “participante de la naturaleza divina” (2 S. Pedro 1:4).

La voz.org

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