martes, 10 de mayo de 2011

13. "ANTE LA TENTACIÓN SEXUAL"


¿Cómo haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Génesis 39:9)

Hoy analizaremos una pregunta fascinante que salió de los labios de un joven soltero. Era poco más de un adolescente lleno de entusiasmo por la vida, como muchos jóvenes de hoy. Y su pregunta es una que toda persona joven debe hacerse. Una mujer joven, bella y tentadora le había pedido que se acostara con ella. Pero el joven, con gran vehemencia y convicción exclamó: “¿Cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:9).

La Biblia revela que José, hijo de Jacob, “era de hermoso semblante y bella presencia”. Es decir, era un joven de apariencia muy atractiva, que llamaba naturalmente la atención de las mujeres. Esta cualidad por lo general trae muchas tentaciones a los jóvenes bien parecidos, que caen fácilmente presa de cualquier mujer que los quiera enredar. El problema se presenta de igual modo en el caso de las muchachas atractivas.

Para José, la tentación que le sobrevino tiene que haber sido muy grande.
Se sentía solo, lejos de su hogar, necesitado de afecto, en medio de una gran ciudad sin escrúpulos morales. Por su parte, la esposa de Potifar era joven, atractiva y se había enamorado de José. Día tras día lo perseguía de mil maneras sin que él le diera la menor razón para hacerlo. Por fin, la Biblia dice que “puso sus ojos en José, y le dijo: ´Acuéstate conmigo´” (Génesis 39:7).
La distancia que mantenía José la había infatuado. Mientras más difícil se le hacía la conquista, más se empeñaba en atraparlo. José trató de razonar con ella: “No quiso, y dijo a la esposa de su amo: ´Mi señor no me pide cuenta de nada de lo que hay en la casa. Me ha confiado todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su esposa” (vers. 8, 9).

Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo (Génesis 39:12).

Todo era propicio para que José saciara sus apetitos: estaban solos en la casa; la mujer era atractiva; el joven tenía las reacciones normales que cualquier otro muchacho experimentaría en una situación así; nadie sabría lo sucedido, pues no había manera de que la familia de José, tan lejana, se enterara.
No había riesgo de pasar una vergüenza, pues su amo Potifar no lo sabría, ya que su esposa tendría sumo interés en ocultarle todo. El asunto nunca iba a ser publicado en los periódicos escandalosos de Egipto. No hay razón para creer que José fuera frío, o que fuera quizás “raro”, indiferente a las mujeres.

El relato bíblico establece claramente un cuadro de fuerte tentación. José era un hombre de carne y hueso. Nadie se ha sentido más tentado que él por el perfume sensual y las ropas escasas. Las hormonas del joven hervían en sus venas. Pero había Algo que no le permitió a José ceder ante la tentación, y no fue el temor del fuego del infierno, ni del SIDA, ni de alguna enfermedad venérea.

Cuando José se halló solo en casa con la atractiva esposa de Potifar, no se vio asaltado por el temor. Pensó en Dios, no en el castigo que Dios podría enviarle. Pensó en el honor de Dios. Estos fueron los pensamientos que pasaron por la mente de José al enfrentar la poderosa tentación: “¡Dios no me ha dado la esposa de Potifar! ¡No debo tomar para mí a la esposa de mi prójimo! La forma de respetarla es negarme a ceder, y huir de sus manos”.

Pero José fue aún más allá en sus razonamientos: “Si caigo en esta tentación, traeré desgracia al Salvador del mundo; estaré poniendo mi lealtad en manos del enemigo de Dios, participando así en la gran guerra contra Dios. ¿Cómo podría hacer eso? Por último, pensemos todavía en otro punto que pasó por la mente de José. Doblegarse ante esta tentación sería enemistad contra Dios. “¿Cómo pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?” ¿Y tú, amigo lector? ¿Qué harás ante la tentación? ¿Te dejarás arrastrar por el impulso del momento, o seguirás el ejemplo de José?


La voz.org

No hay comentarios.:

Publicar un comentario