Y a ella (a María Magdalena) le dijo: Tus pecados te son perdonados
(S. Lucas 7:48).
Las vidas de aquellos que deambulan sin rumbo ni propósito carecen justamente de la fuerza motivadora e impulsora que podría darles significado y utilidad.
¿Cuál es esa fuerza? ¿Dónde y cómo obtenerla?
Con aguda percepción psicológica y espiritual, Khalil Gibrán vierte en una de sus obras un diálogo imaginario entre María Magdalena y Jesucristo. Ella bebe las palabras de Cristo como bebería el desierto el rocío del cielo, y recuerda: “Cuando Él me las decía, la vida hablaba a la muerte. Porque habréis de saber, amigos míos, que yo estaba muerta. Era una mujer que se había divorciado de su alma. Yo pertenecía a todos los hombres y a ninguno. Me llamaban ramera, mujer poseída por los siete demonios. Estaba maldita y era envidiada. Pero cuando sus ojos de aurora miraron dentro de mis ojos, todas las estrellas de mi noche se esfumaron, y me convertí en Miriam, solamente Miriam, una mujer perdida para el mundo que había conocido, y encontrándose consigo misma en nuevos lugares”.
Auque esta escena es imaginaria, no lo es en su esencia. Porque es cierto; cuando aquella mujer se encontró con Jesucristo, de veras perdió para el mundo y la vida que hasta allí había conocido, y de veras se encontró con Dios y consigo misma. Todo, porque el perdón, la sanidad y la pureza le fueron ofrecidos por Uno que la amó genuinamente, lo cual es: sin interés, sin egoísmo, con el solo propósito de ayudarla, de reconstruirla, de hacerle bien y hacerla buena.
María Magdalena llegó a ser, por ellos, acaso la más fiel, la más agradecida, y la más devota de las mujeres piadosas que seguían a Jesús. Sentada a sus pies, escuchó anhelante su palabra, postrada ante él, le ungió con nardo delicado y con lágrimas de gratitud, estuvo con él junto a su cruz, y fue la primera en ir a su tumba en la mañana de la resurrección. Fue también la primera en ser comisionada por él mismo para dar las Buenas Nuevas de la resurrección a los demás discípulos. Imaginen ustedes, María –antes llamada “la pecadora”, la que fue “poseída por los siete demonios”– ahora convertida en apóstol para los apóstoles. Y todo lo hizo impulsada por el poder del amor perdonador de Cristo.
¿Y tú, amigo lector? Jesús también te ha dicho: “Tus pecados te son perdonados”. ¿Serás un apóstol a otros de Su amor?
La voz.org
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