domingo, 15 de mayo de 2011

24. ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?


Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
(S. Lucas 10:29).
 
En Australia, el boletín de cierta congregación contribuyó con el siguiente material para un simpático libro titulado More Holy Humor (Más Humor Sagrado), compilado por Cal y Rose Samra. El capítulo se titula “El foso”, y contiene lecciones relativas a la parábola del Buen Samaritano. “Un hombre cayó a un foso, y no podía salir”, es la premisa de este dilema en particular. Y comienzan a desfilar los personajes que podrían solucionar el problema del caído:
Un individuo subjetivo se asomó al borde, miró hacia abajo y le dijo a la víctima: “Siento mucha simpatía por tu condición”. Una persona objetiva pasó junto al foso y dijo: “Era lógico que alguien se cayera a este agujero”. Un moralista declaró: “Únicamente la gente mala se cae en fosos”. Pasó un matemático, y calculó cómo el hombre había caído al foso. Un periodista quería el derecho exclusivo al relato de la caída. Un agente de Impuestos Internos quiso saber si había pagado impuesto por el foso. Uno que se tenía lástima dijo: “Mereces tu foso”. Un psicólogo aseveró: “Tus padres tienen la culpa de tu caída”. Un terapeuta de superación personal proclamó: “Cree en ti mismo, y podrás salir de ese foso”. Un optimista dijo: “Podría haberte pasado algo peor”. Un pesimista sentenció: “Algo peor te va a pasar”. Y por fin, la última frase era: “Jesús, viendo al hombre, lo tomó de la mano y lo ayudó a salir”.
A través de los últimos 20 años, poco más o menos, el mundo ha vivido bajo la nube tenebrosa del SIDA. Y cada vez que las noticias anuncian que alguna celebridad lo ha contraído, surge inmediatamente la pregunta: “¿Cómo lo contrajo? ¿Qué hizo?” Viene entonces la discusión, y el orden descendiente de aceptabilidad, comenzando con un niño inocente que lo recibió de su madre o el caso de alguien que lo obtuvo a causa de una transfusión de sangre. En el siguiente nivel está la persona que fue contagiada por un cónyuge infiel. Luego el drogadicto que lo contrajo por usar agujas contaminadas. 

Por debajo de eso está el individuo promiscuo, pero sólo en el sentido heterosexual. Y por último, y ciertamente en el nivel menos digno de simpatía, colocamos al que se contagió de SIDA debido a su actividad homosexual descontrolada. Pero vemos aquí a Jesús que, dejando de lado toda discusión acerca de quién era peor que quién, simplemente saca del foso al pobre sufriente. Y nosotros, ¿qué haríamos?

La voz.org

No hay comentarios.:

Publicar un comentario