Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Heb. 3:7,8.
Un hombre por quien el Señor ha hecho tanto, debiera honrarlo en cada palabra y acto. Todas sus transacciones debieran ser puras, consideradas y justas. No debiera hacer ni decir cosa alguna con la cual no quisiera encontrarse cuando esté delante del Juez de toda la tierra. . . Por medio de cada departamento de su obra Dios vindicará su honor, su justicia. ¿No está dispuesto a detenerse donde está y evaluar diligentemente sus caminos? El Señor no puede aprobar su espíritu y su conducta. La mano de El está sobre el timón. Sus planes no son los planes de Dios. . . Es tiempo de que se arrepienta. No pierda la oportunidad. . .
Mi hermano: No piense que no condice con su dignidad hacer un cambio decidido. Ud. debe colocarse a los pies de Cristo como un aprendiz, o de lo contrario seguramente fracasará en su intento por obtener la recompensa del vencedor. Deje a un lado la autoridad dictatorial y de rey, y sea uno de los niñitos de Dios. Mientras no se muestre dispuesto a estudiar y obedecer la Palabra de Dios, será vencido por las tentaciones y llevado a hacer cosas extrañas, que lo descalificarán para llenar una posición de influencia.
¿No está Ud. dispuesto a arrepentirse y convertirse? ¿No está dispuesto a actuar en cada momento con la comprensión de que está bajo el escrutinio divino? ¿No hará de Dios el compañero en toda su obra? Su santidad, su justicia y su verdad debieran purificar sus palabras y acciones. Ud. necesita detenerse y comprender que hay un Dios. El ha hablado en su favor y se sentirá muy disgustado si trata injustamente a su herencia. Lo llama para que vuelva a El de todo su corazón.
Ore, por amor de su alma, ore; porque tantas veces Ud. se ha engañado a sí mismo, impulsado por influencias equivocadas, que se siente tentado a mirar en forma favorable a los que lo adulan y alaban, y con disgusto a quienes le señalan sus errores y peligros.
En muchas ocasiones Ud. casi ha pasado completamente al bando enemigo, pero delante del trono ha estado su Salvador, con las señales de los clavos en sus manos, intercediendo en su favor.
Ore por Ud. mismo, en el nombre de Cristo. Ore ferviente y sinceramente.
Espero que su vida pueda ser prolongada y que se arrepienta cabalmente. Acuda al Señor y entréguele todo. Debe hacerlo, o el enemigo lo llevará cautivo. No puedo sino escribirle estas palabras, porque Alguien, con la más elevada autoridad, le dirige esta apelación.
(Carta 55, del 15 de abril de 1903, dirigida al Dr. J.H. Kellogg, quien corría peligro de caer en el panteísmo). 118 (Alza tus Ojos de E. G. de White)
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