Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciera en fe, amor
y santificación, con modestia. 1 Tim. 2:15.
Existe una elevada norma que alcanzar; no estamos realizando todo el avance que es nuestro privilegio y deber hacer. ¿Cómo es posible que usemos los talentos que Dios nos ha dado en asuntos temporales y no en su servicio? ¿No debiéramos tener un interés mayor en las cosas eternas que en las que conciernen a nuestras necesidades temporales?
Hemos escuchado el deseo de que los esposos y las familias vengan a la verdad. Esto es correcto, debiera ser un anhelo prominente. Pero, ¿cumplimos con todo nuestro deber? ¿Avanzamos todo lo que debiéramos? ¿No estamos quedándonos cortas en nuestro deber de progresar? No sean enanas espirituales. Nos agrada ver a los bebés y observar sus maneras infantiles, pero nos sentiríamos disgustadas si esa misma conducta continuara hasta que el niño tuviera dos años de edad.
Del mismo modo, el cristiano debe crecer. Confórmense a la imagen de Cristo, no se degraden. Siéntanse como si estuvieran ancladas en Cristo. Que haya solidez en las hermanas que viven solas. Eviten la frivolidad y manténganse constantemente en guardia.
Las ricas bendiciones del Cielo están dispuestas para ser derramadas como la lluvia sobre nosotras. No sean egoístas. Para muchas personas toda la religión se reduce a: Para mí y mi familia.
No están dispuestas a salir de su camino a fin de ayudar y bendecir a otros. En un caso tal, Dios no puede bendecirnos. El nos bendice cuando dejamos de lado el yo.
El desea separarnos de nosotras mismas. Todo lo que sembramos, cosecharemos.
Si siembran egoísmo, cosecharán egoísmo, es decir, lo tendrán pegado a ustedes.
Apartémonos del yo y hablemos de las misericordias y bendiciones de Dios.
Sientan todas las hermanas que si no tienen un esposo en el cual apoyarse, pueden descansar más plenamente en Dios. Cada una de nuestras hermanas puede ser una misericordia viviente y traer luz a las reuniones. ¿Actuamos como quienes han sido llamadas de las tinieblas a la luz admirable?
¿O lo hacemos como si estuviéramos arrastrando un gran peso?
Debemos hablar de la luz, orar por la luz, y la luz vendrá.
¡Si tan sólo las mujeres de la iglesia estuvieran dispuestas
a mostrar que Dios puede trabajar a través de ellas!
Fue María la primera que predicó a Cristo resucitado. . .
Las bendiciones más ricas aguardan a los que tienen los conflictos más duros, porque Cristo es una ayuda presente en los problemas. Pero debemos despojarnos del egoísmo; familiarizarnos con el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y así creceremos más y más a la semejanza de Cristo, hasta que la corona de la inmortalidad sea colocada en nuestras sienes.
(Manuscrito 2, del 13 de mayo de 1884,
"Un sermón predicado por Elena G. de White").
146 (Alza tus Ojos de E. G. de White)
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