Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Hech 1: 8.
Cuando Cristo expiraba sobre la cruz y exclamó "Consumado es", el velo del templo se rasgó desde arriba hacia abajo. El sistema judaico de sacrificios y ofrendas ya no era necesario. El tipo se había encontrado con el antitipo en la muerte de Aquel a quien señalaban los sacrificios. Se había abierto un camino nuevo y vivo; un camino por el cual judíos y gentiles, libres y siervos, podían acercarse a Dios y encontrar perdón y paz. Cristo debe ser exaltado como el Redentor del mundo. Debe ser proclamado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El Salvador había declarado: "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hech. 1:8).
El último acto de Cristo antes de dejar esta tierra, consistió en comisionar a sus embajadores para ir al mundo con su verdad. Sus últimas palabras tuvieron el propósito de impresionar a los discípulos con el pensamiento de que a ellos se les había confiado en custodia el mensaje del Cielo para el mundo. En obediencia al mandato del Señor, los discípulos regresaron a Jerusalén y esperaron allí el prometido derramamiento del Espíritu Santo.
Hubo inteligencias celestiales que cooperaron con ellos y otorgaron poder al mensaje que llevaban. El Espíritu Santo dio eficacia a sus esfuerzos misioneros, y en una ocasión tres mil se convirtieron en un día. Pablo, milagrosamente transformado de cruel perseguidor en creyente celoso, se agregó al número de los discípulos. A él se le confió en una manera especial la obra de dar el mensaje a los gentiles.
A Juan, desterrado a la isla de Patmos por su fidelidad en testificar por Cristo, se le dio allí luz especial para la iglesia. En su exilio contempló a su Redentor glorificado, y vio en forma más clara que nunca antes lo que habría de ocurrir al fin de la historia de esta tierra. Vio la misericordia, la ternura y el amor de Dios combinados con su santidad, su justicia y su poder. Vio cómo los pecadores encontraban un Padre en Aquel ante quien sus pecados les habrían hecho sentir temor. La misericordia y la verdad, se habían encontrado; la justicia y la paz se habían besado. En lugar de huir de Dios por causa de nuestros pecados, corramos a sus brazos para encontrar protección y perdón. El trono, tan terrible para nosotros si permanecemos en incredulidad, llega a ser, cuando nos arrepentimos, un lugar de refugio (Manuscrito 38, del 27 de marzo de 1905, "Tengan buen ánimo"). 99
(Alza tus Ojos de E. G. de White)
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