lunes, 4 de julio de 2011

76. “PODEMOS VENCER COMO CRISTO VENCIÓ”


Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Heb. 4:15.

Cristo asumió la humanidad a un costo infinito mediante un proceso penoso y misterioso tanto para los ángeles como para los hombres. Ocultando su divinidad y dejando a un lado su gloria, nació como un niño de Belén. En carne humana vivió la Ley de Dios, a fin de condenar el pecado en la carne, y confirmar ante las inteligencias celestiales que la ley fue establecida para proporcionar vida y asegurar la felicidad, la paz y el bien eterno de todos los que obedecen...

Este es el misterio de la piedad, que alguien igual al Padre revistiera su dignidad con humanidad, y colocando a un lado toda la gloria correspondiente a su oficio como Comandante del cielo, descendiera paso a paso en el sendero de la humillación, soportando un oprobio cada vez mayor. Sin pecado ni contaminación, compareció ante el tribunal para ser juzgado, para que su caso fuera investigado y sentenciado por la misma nación a la cual había venido a librar de la esclavitud. Se rechazó y condenó al Señor de la gloria, y aún más, se escupió sobre El. Manifestando desprecio por lo que consideraban ser pretensiones, hubo hombres que le golpearon en el rostro. Estas mismas personas habrán de clamar un día a las rocas y a las montañas que caigan sobre ellos y los oculten de la ira del Cordero.

Pilato declaró a Cristo inocente, manifestando que no había encontrado falta en El. Con todo, a fin de agradar a los judíos, ordenó que lo azotaran y entonces lo entregó, lastimado y sangrante, para sufrir la cruel muerte por crucifixión. La Majestad del cielo fue conducida como cordero al matadero, y entre burlas, escarnio y acusaciones ridículas y falsas, fue clavado en la cruz. La multitud, en cuyos corazones el sentimiento de humanidad parecía haber muerto, trató de agravar los crueles sufrimientos del Hijo de Dios mediante injurias. Pero así como una oveja permanece muda delante de sus trasquiladores, de la misma manera El no abrió su boca. Estaba dando su vida por la vida del mundo, para que todo aquel que creyera en El no pereciera. . . 

Cristo cargó sobre sí los pecados del mundo entero. Soportó nuestro castigo, la ira de Dios contra la transgresión. Su procesamiento implicó la tremenda tentación de pensar que Dios lo había abandonado. Su alma se sintió torturada por el peso del horror de una gran oscuridad. . .

No podría haber sido tentado en todas las cosas como el hombre es tentado si no hubiera existido la posibilidad de que cayera. Fue un agente libre, puesto a prueba, tal como lo fue Adán y como lo es el hombre. A menos que exista la posibilidad de ceder, la tentación no es tentación. La tentación llega y es resistida aunque el hombre sea poderosamente influenciado para hacer lo malo, y sabiendo que puede hacerlo resiste por la fe, aferrándose firmemente del poder divino. (Manuscrito 29, del 17 de marzo de 1899, "Sacrificado por nosotros"). 89 

(Alza tus Ojos de E. G. de White)

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