Así que, por sus frutos los conoceréis. Mat. 7:20.
La Ley de Dios es el transunto de su carácter. Los que profesan guardarla, pero fracasan en mostrar que aman a Dios con el corazón, la mente y todas Sus fuerzas, y no se consagran sin reservas a su servicio, no guardan los primeros cuatro mandamientos que requieren amor supremo a Dios, ni los últimos seis que indican amor desinteresado de los unos a los otros, no son hijos obedientes. Por sus frutos los conoceréis.
El verdadero amor a Dios siempre se manifestará. No se lo puede ocultar. Los que guardan los mandamientos de Dios en verdad revelarán el mismo amor que Cristo reveló hacia su Padre y hacia sus prójimos. Aquel en cuyo corazón mora Cristo lo revelará en el carácter, en su obra en favor de los que constituyen la familia de la fe y en beneficio de aquellos que necesitan ser atraídos al conocimiento de la verdad. Mostrará siempre por medio de sus buenas obras el fruto de su fe, revelando a Cristo mediante obras de amor y actos de misericordia. Debe mostrar que él cree que la Ley de Dios no es solamente para ser creída en una forma teórica, sino para ser llevada a la práctica en la vida como un principio viviente y vital. . .
El cumplimiento de la Ley de Dios es el fruto de su gracia en el corazón. Obedeciéndola diariamente recordamos que Dios es el dador de todo lo que tenemos en custodia. El nos provee de todo lo que tenemos. Es por misericordia y amor que tenemos fuerzas para trabajar. El abre caminos para que podamos obtener riqueza terrenal, no para que el yo sea exaltado, no para que el tesoro obtenido sea acumulado, sino para que el nombre de Dios pueda ser glorificado, para que los necesitados puedan ser ayudados, para que la tesorería de Dios pueda ser provista con lo que El requiere en dones y ofrendas, a fin de que la obra de llevar la norma de la verdad a regiones más distantes no languidezca, sino que pueda avanzar hacia adelante y hacia arriba.
Sobre todos los que se han consagrado a Dios como colaboradores con El, descansa la responsabilidad de custodiar los intereses de su causa y de su obra. Deben vivir la verdad que pretenden creer. Deben mantener constantemente a Cristo delante de sí como su modelo, y mediante sus buenas obras deben hacer que fluya la alabanza de los corazones hambrientos y sedientos del Pan de Vida. No solamente deben ministrar la necesidad espiritual de aquellos a quienes están tratando de ganar para Cristo, sino que deben suplir también sus necesidades temporales.
Esta obra de misericordia y amor se presenta constantemente, y cumpliéndola fielmente los siervos de Dios han de mostrar lo que la verdad ha hecho por ellos. Deben ser fieles mayordomos, no solamente de la verdad del Evangelio sino de todas las bendiciones que Dios les ha dado.
No solamente deben hablar palabras de simpatía, sino que con sus obras deben mostrar la realidad de su bondad y amor (Manuscrito 20, del 22 de abril de 1894, sin título). 125
(Alza tus Ojos de E. G. de White)
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